Begoña Ronchel; Cristina y Esther Zarrabeitia; Carmen Abad; y Mivi Morrás. Jordi Alemany

«Ser mujer y arquitecta no era fácil»

Pioneras ·

Cinco vizcaínas hablan con EL CORREO sobre las barreras que derribaron para hacerse un hueco en un sector «masculinizado»

Domingo, 5 de enero 2025, 02:03

No fueron muchas las mujeres que hace unas décadas no tan lejanas decidieron ser arquitectas. Un sector «totalmente masculinizado» durante los años ochenta y noventa en los que debieron «esforzarse cinco veces más» que los hombres para demostrar su valía. Algunas de ellas fueron Begoña ... Ronchel, Carmen Abad, Maivi Morrás o Cristina y Esther Zarrabeitia, vizcaínas que pese a las dificultades de la época y a sabiendas que «los clientes siempre han confiado más en hombres que en mujeres en cuestiones de urbanismo», decidieron apostar por lo que «siempre» quisieron. Las cinco participaron en la última jornada organizada por el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro para visibilizar el papel de las mujeres en este arte, titulada '12 meses, 12 arquitectas', en la que presentaron algunas de las obras realizadas entre los años 1965 y 2000. EL CORREO charla con cada una para conocer sus trabajos, cómo fueron sus inicios y las barreras que derribaron para ganarse un hueco en el sector.

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«Solo un 10% de la carrera de arquitectura éramos mujeres»

Begoña Ronchel 1964

«Solo un 10% de la carrera de arquitectura éramos mujeres»

Begoña supo que quería dedicarse a la arquitectura desde joven. Reconoce que «no tuvo ni una duda» pese a no ser una de las carreras más promocionadas en los años ochenta y menos aún para una mujer. La curiosidad por este arte le picó a los 14 años. «Desde pequeña mi madre traía a casa revistas de decoración francesas que me encantaban y cuando vi el estudio en el que trabajaba el padre de una amiga que era arquitecto dije: 'yo quiero ser así'».

Así que, pese a las «dificultades», se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Navarra. «Era un sector muy masculinizado. Apenas el 10% de los alumnos éramos chicas». Ahora, con treinta años de experiencia a sus espaldas, confiesa que ser mujer y arquitecta en aquella época no era «fácil» y significaba «tener que demostrar más». «Aunque sacara mejores notas que ellos, la gente siempre ha confiado más en los hombres. A las mujeres no nos veían como una autoridad. No nos tomaban en serio», explica.

Tras finalizar sus estudios, Ronchel se mudó en los 90 a Getxo, donde fundó el estudio que aún mantiene. «Cuando salí de la carrera para mí fue más fácil trabajar porque me junté en un equipo de hombres. Si hubiese estado sola habría sido mucho más difícil», se sincera. La especialista, que ha trabajado «en casi de todo» -desde obra nueva hasta rehabilitaciones y segregaciones de grandes pisos-, cree que el sector está empezando a dar un vuelco positivo. «En 1981 había ocho escuelas de arquitectura. Hoy en día hay más de treinta y el 50-60% de los estudiantes son mujeres». «La sociedad nos hacía tener más inseguridades que los hombres. Muchas pensábamos que sabíamos menos de lo que realmente era y ellos tomaban las riendas de los negocios. De hecho, los nombres de la mayoría de los estudios siguen siendo de ellos», dice.

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«Ahora vemos mujeres en la dirección de obras, antes no»

Cristina y Esther Zarrabeitia 1963-1967

«Ahora vemos mujeres en la dirección de obras, antes no»

La majestuosidad de la catedral de Burgos fue lo que empujó a Cristina Zarrabeitia a convertirse en arquitecta. «La estudié profundamente y obligué a mis padres a ir a verla conmigo. A partir de ahí fue cuando empecé a interesarme por la arquitectura», aunque la decisión final la tomó en segundo de BUP. «Todo el mundo pensaba que iba a hacer Exactas, pero no fue así. En principio, como en Euskadi no había escuela, me tocaba ir a Valladolid pero decidí coger las maletas e ir a estudiar a Navarra».

Cristina es la mayor de dos hermanas. Le saca cuatro años a Esther, una pequeña diferencia de edad en la que sin embargo han visto «cambios» en relación al papel que han tenido las mujeres en el sector. Ahora trabajan juntas en un estudio ubicado en Durango, su tierra natal. Especializadas en la rehabilitación, han colaborado en las obras de Urdaibai Bird Center, restaurado el pórtico de la Iglesia de Durango, proyectado obras nuevas e incluso participado en la planificación urbana de cascos históricos. Aunque su experiencia es dilatada, confiesan que ser reconocidas no siempre fue fácil. «Al principio éramos muy pocas mujeres. Recuerdo que en la universidad era muy difícil jugar un partido de baloncesto porque no nos salían las cuentas, pero de mi generación a la de mi hermana (1967) ha habido un cambio enorme. Por suerte empezaron a entrar más mujeres a la carrera».

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El primer trabajo de Cristina fue gracias a unos conocidos. «Estaba terminando el trabajo de fin de carrera y me quedé alucinada porque me esperaron para proyectar su obra. En los noventa había bastante trabajo y no sentí que tuviera tantas dificultades por el hecho de ser mujer, pero anécdotas tenemos todas». En una de ellas la protagonista fue Esther. «Ocurrió en una obra para una comunidad de vecinos. Aparecí y el presidente se giró para preguntarme a ver dónde estaba el arquitecto porque se pensaba que era la secretaria», se duele. Afirman que el urbanismo ha sido «principalmente un mundo de hombres». «Hace años en la dirección de una obra sólo estábamos nosotras, pero ahora hemos llegado a encontrar un equipo completo de mujeres. Por suerte, los cambios sociales han influido mucho», argumenta Cristina.

«Me decían: ¿una mujer en la obra? ¡A quién se le ocurre!»

Maivi Morrás 1950

«Me decían: ¿una mujer en la obra? ¡A quién se le ocurre!»

Maivi Morrás es arquitecta urbanista desde que tenía 27 años y fue decana del Colegio de Arquitectos vasco-navarro del 2002 a 2008. Jubilada, recuerda el momento en el que comentó a su familia que quería ser arquitecta: «Yo lo tenía claro, pero mi familia pensaba que eso no era para mí. Me decían que cómo iba a estar una mujer en una obra dando órdenes, que a quién se le ocurría. Los comentarios que escuchaban mis padres en casa les echaba para atrás porque además tenía que irme de Bilbao, donde según ellos, se podían hacer muchas más cosas que arquitectura». Pero ella fue fiel a sí misma y se marchó a Pamplona a cursar sus estudios. «Era raro. En el aula apenas estábamos 13 mujeres. Es curioso porque para mí eran muy pocas y para ellos muchísimas», dice. Encontrar trabajo tampoco fue un camino de rosas para Maivi. Danzó por varios puestos hasta que se asentó como arquitecta urbanista.

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Colaboró con el Gobierno vasco, dio clases y trabajó para varios ayuntamientos, pero entre sus obras más emblemáticas se encuentra el proyecto del PERRI de Bilbao la Vieja. En aquella época trabajaba junto a su marido en la compañía Ágora. «Cuando haces un proyecto de renombre te sirve para que te contraten en otras obras», apunta. También planificó la construcción de varios ambulatorios vizcaínos y un centro de monjas de Bermeo. «En la actualidad el porcentaje de mujeres ha crecido. Ahora hay tantas escuelas y tantos profesionales, que hay quien se tiene que ir fuera de España o trabajar en otros sectores».

«Tenía que demostrar cinco veces más que era buena»

Carmen Abad I. de Matauco 1961

«Tenía que demostrar cinco veces más que era buena»

Si Carmen Abad tuviera que recordar su obra más icónica, «sería el hotel Miró» de Bilbao. Fue el proyecto que la «devolvió» a casa, como ella misma dice. La vizcaína se marchó muy joven a Barcelona para perseguir el sueño de ser arquitecta. «Era una época en la que nos teníamos que mudar para estudiar, sin autopista y con aviones carísimos, pero mis padres confiaron en mí. A diferencia de otras compañeras que se tuvieron que quedar en Bilbao, me marché a Barcelona con 17 años y sin saber ni una palabra de catalán», se alegra. Una vez terminado COU, se matriculó en la Escuela de Arquitectura del Vallés, una de las «más pioneras». «De las cien personas que ocupábamos la clase, sólo cinco éramos mujeres. Sabíamos a dónde veníamos, pero teníamos que demostrar cinco veces más que ellos que nuestro trabajo era bueno».

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En el mercado laboral, algo parecido. Abad, que trabajó en un prestigioso despacho hasta fundar el suyo en 1988, dice que «ver mujeres en la obra no era lo normal» y que tenían que «hacerse respetar». Por eso, consciente de lo «difícil» que era acceder a un despacho, ha contratado «siempre a mujeres». «El sector ha cambiado, pero de forma lenta. Cuando estaba en la carrera nunca pensé que iría tan despacio».

La bilbaína ha centrado su carrera en la rehabilitación de pisos y reformas estructurales y el 6 de marzo presentará en la sede del Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro su proyecto sobre la conversión de la central nuclear de Lemoiz, algo sobre lo que ha estudiado «toda su vida». La arquitecta opera ahora desde Bilbao.

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