Carlos Goikoetxea en la actualidad, junto a un piano de la Universidad Mozarteum de Salzburgo. el correo

El Mozart vizcaíno ya no es un niño y vive en Salzburgo

EL CORREO conoció a Carlos Goikoetxea hace dos décadas, cuando tenía 11 años y era un alumno precoz del Conservatorio de Bilbao

Jueves, 6 de enero 2022, 00:46

El getxotarra Carlos Goikoetxea tiene 30 años y vive con su novia, una pianista serbia a la que conoció en la Universidad, en una ciudad donde se respira música en cada rincón, Salzburgo, confinada estos días de diciembre como el resto del país austriaco. Ha ... tocado varias veces el piano que se conserva en una de las casas donde vivió uno de los compositores más importantes de la Historia, Wolfgang Amadeus Mozart. De hecho, dio un recital hace unas semanas.

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EL CORREO conoció a este joven hace dos décadas, cuando tenía 11 años y cursaba piano en el Conservatorio de Bilbao. Era un alumno precoz, estaba cinco cursos por delante de lo que a su edad correspondía y aquello mereció darlo a conocer. Se le hizo una entrevista que se tituló 'En las audiciones y en los conciertos siempre soy el pequeño'».

Aquel niño respondía rápido, tranquilo y con argumentos. Hablaba de la música y de todo lo que habla un crío a esa edad, sus hobbies, sus gustos, el colegio... También contaba con toda la naturalidad del mundo que acababa de componer una misa para su abuela fallecida y que cuando le venía una melodía a la cabeza al llegar a casa la escribía. Aquel año dio su primer concierto con orquesta, con la del Conservatorio de Bilbao, ganó el premio Infanta Cristina de Piano y tocó ante dos mil personas en Hamburgo. «Desde entonces no he dejado de dar conciertos y dedicarme a la música», avanza en conversación telefónica desde Austria.

«Yo era un niño con un don y que tenía una relación muy natural con la música, no era un bicho raro»

Para la foto se presentó muy elegante, vestido de traje azul y con corbata. «Me pidieron que me tumbara sobre un piano de cola que había en una sala del Conservatorio a la que nunca más, mientras estudié allí, volví a entrar, por eso no he olvidado ese día. Si ahora pido que me hagan una foto parecida me van a matar», se ríe. En esta imagen tan divertida no lleva gafas aún y sonríe de oreja a oreja.

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Acabados los estudios de piano en Bilbao, hizo el superior de piano en Salamanca entre los 14 y los 17 años y de ahí puso rumbo a Salzburgo, con 19. Allí hizo un máster de piano y otro de fortepiano, instrumento intermedio entre el clavicordio y el piano del siglo XIX, e hizo la carrera de clave, instrumento musical con teclado y de cuerda pulsada muy popular en el Barroco. Hoy da conciertos con piano moderno, con fortepiano y con clave en contextos muy variados; solista, con orquestas, con música de cámara, con cantantes...

En el Conservatorio de Bilbao. el correo

Tesis y profesor

Además, sigue estudiando y es profesor. Acaba de pasar el proceso de selección para hacer un doctorado en Musicología en la Universidad Complutense de Madrid, está investigando sobre el aplauso en la música en los siglos XVIII y XIX. «Todo aquel que haya ido a un concierto de música clásica sabrá que hoy en día hasta el final del concierto no se suele aplaudir, si lo haces antes va a haber gente que sisee o lo va a considerar un fallo de etiqueta», subraya. «Sin embargo, esta es una regla relativamente reciente. Antes lo normal era aplaudir tras el primer movimiento de una sinfonía o de una sonata o durante el propio movimiento. Esto era lo normal, los compositores lo esperaban y para algunos era una experiencia vergonzosa el hecho de que nadie aplaudiera hasta el final. Eso quería decir que no había gustado su obra», explica.

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«Uno nota cuándo aplauden por aplaudir», decía Carlos niño a EL CORREO hace dos décadas cuando se le preguntó sobre la reacción del público. «El aplauso se ha ido convirtiendo en un formalismo», observa ahora.

Goikoetxea es profesor, desde hace tres años, en la universidad Mozarteum de Salzburgo y, un día a la semana, los viernes recorre 300 kilómetros en tren (dos horas y media para ir y otro tanto para volver) en la Universidad de Música y Artes de Viena. «Me gusta tocar en salas pequeñas», asegura. Le resulta incómodo hablar de él «dándome cumplidos», dice. «Recuerdo con ocho años que destacaba en el piano y que esto era percibido por mis profesores y compañeros», apunta. «Yo sólo era un niño con un don que tenía una relación muy natural con la música. Por entonces pasaba más tiempo componiendo que estudiando lo que me tocaba. Yo veía que iba a un concurso de piano, ganaba y luego me invitaban a un recital. Mi familia no me presionaba. Sí me molestaba que pensaran que yo era un bicho raro», concluye.

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