Alberto, Reinaldo, Mariel, Daniela, Josune, Ayelen e Isabel suben por el Kobeta.

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Alberto, Reinaldo, Mariel, Daniela, Josune, Ayelen e Isabel suben por el Kobeta. MAIKA SALGUERO

«El monte necesita que abran ya los bares»

El buen tiempo y la falta de alternativas de ocio lleva a centenares de bilbaínos a redescubrir las rutas más salvajes del Pagasarri

SERGIO LLAMAS

Domingo, 29 de noviembre 2020, 02:48

En tiempos de Covid, los bilbaínos están más activos que nunca. A la hora en la que muchos bares y cafeterías hubieran estado levantando sus ... persianas, una hilera casi constante de personas remontaba ayer las empinadas cuestas del monte Kobeta. Vecinos de toda edad y condición ascendían el camino de la carretera para tener unas vistas de la ciudad desde las alturas. «Esto es un paseíto», aseguraban dos de estos senderistas, Aitor Márquez y Asier Ezquerro. A 201 metros de altura, el cielo estaba tan claro que daba la sensación de que se podía estirar la mano y tocar San Mamés y la torre Iberdrola.

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Grupos de montañeros y pelotones de ciclistas también se animaron a disfrutar de una mañana de monte sin salir de los límites de la capital. «Si te descuidas, nos juntamos todos los de Bilbao aquí», bromeó Ezquerro, no sin parte de razón. En un momento de escasas alternativas de ocio, muchos han redescubierto una antigua pasión. «Ahora tenemos un nuevo estilo de vida. Nos hemos aficionado al monte», aseguraron Raquel Allende, Alicia Gómez y José Antonio Martínez, calzados con sus botas de paseo. De críos habían tenido afición al monte, pero con el tiempo la habían ido abandonando. «Esto es una locura. Veremos qué pasa cuando se vuelva a la normalidad. A lo mejor todas las bicicletas que se han comprado ahora acaban en Wallapop», observó Alberto Arana, atajando monte a través para llegar a lo alto del monte Arraiz, ya a unos respetables 361 metros de altura. Él es aficionado a correr por las alturas y todavía no ha asimilado la cantidad de gente que tira de naturaleza desde que se prohibió salir del municipio. Isabel Rodríguez, a su lado, añadió no sin razón. «No pasa nada. Cabemos todos en el monte».

Lo mismo pensaron ayer las aficionadas a la marcha nórdica Laura Cisnero, Isabel González y Susana Bengoa, que apenas pudieron desanudarse las mascarillas. «Hay demasiada gente para hacerlo. A ver qué pasa más adelante. La otra vez, a medida que abrían las terrazas, desaparecieron los runners», confesaron.

A medida que se deja atrás el Arraiz en dirección al Pagasarri, los árboles comienzan a cubrir el camino y dan sombra a las pistas que se vuelven más sombrías y frescas. Los pinos dejan un aroma mentolado en el aire y animan a los seteros a salirse de los caminos con la vista clavada en el suelo. También los ciclistas disfrutaban de la sombra. Algunos subían con pocas pedaladas gracias a sus bicicletas eléctricas. Sin embargo, ninguno lo hizo con tanta elegancia como la joven Izaro Elorduy, a lomos de su caballo de cinco años 'Ron Boni'. «Es muy manso. Aunque haya mucha gente se porta bien y no hemos tenido problemas para subir. A él le gusta el monte», afirmó ella, ya en la cumbre, mientras el animal pastaba tranquilo pese al frenesí de actividad que había a su alrededor.

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Hacia el mediodía un dron sobrevolaba la cima del Pagasarri plagada de corros de personas comiendo el bocadillo. Unai Navarro, el pequeño Arón de 4 años y su madre Soraia Feo le dieron algunas migas de los suyos a una atrevida cabra que se acercó atraída por la comida. «El monte necesita ya que vuelvan a abrir los bares», rogó Navarro, quien desveló que la semana pasada había tanta gente que era necesario «pedir permiso» para poder pasar por los estrechos senderos junto a la cascada del Bolintxu.

Es una «gozada»

También Asier Alonso disfrutó allí de su mañana. Lo hizo junto a su hija Paula de cinco años, que visitaba el monte bilbaíno por primera vez, y su nervioso perro Yaki. «De pequeña vivía cerca y subía mucho, pero ahora llevaba tiempo sin venir», explicó el hombre, que es sanitario y reivindicó la «gozada» que es poder disfrutar finalmente del monte.

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«Esto es una locura. Veremos qué pasa cuando se vuelva a la normalidad, y si todas las bicicletas acaban en Wallapop»

Desde lo alto del Pagasarri se abren multitud de caminos para regresar al asfalto. Uno de los más atractivos es el que desciende hacia Larraskitu y luego se desvía por un camino más estrecho en dirección hacia el Bolintxu. A pesar de las obras en el entorno, la senda natural continúa en estado salvaje y el barro y los árboles caídos en mitad del camino son frecuentes.

Ayer a primera hora de la tarde aún quedaba gente subiendo por esta ruta. «No hemos querido madrugar. Esto va a estar aquí todo el día», se justificaron Ramón y Aurora Benito, que aunque son aficionados al monte reconocieron conocer poco el que tienen al lado de casa. «Somos más de ir fuera», apuntaron. Algo parecido pensaron ayer Carlos Casado y Mari Carmen Hidalgo, que desde las proximidades de la presa decidieron ir hacia Malmasín. «Hemos comido pronto y salimos a esta hora para evitar toda la gente. A primera y a última el monte parece la M-30», señaló ella.

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En el último tramo del descenso, el sonido del agua acompaña a los paseantes. Muchos prefieren tomar la senda que discurre junto al río hasta llegar a la carretera. Allí se enfila una pequeña acera que conduce hasta Bolueta, y con ella, de nuevo a la civilización, donde los fines de semana las calles parecen más vacías.

Las inevitables mascarillas usadas toman las cunetas

Las aglomeraciones también dejan huella en el monte. Estos días son habituales los clínex arrugados y las mascarillas desechables abandonadas a los lados del camino. Grupos numerosos de adolescentes también aprovechan los fines de semana para acercarse a primera hora de la tarde hasta las zonas de esparcimiento, en lo alto del monte. Acuden cargados con mochilas y dejan las papeleras completamente llenas.

Hace dos semanas, la Policía Municipal de Bilbao ya tuvo que desalojar a más de un centenar de jóvenes de entre 17 y 24 años cuando practicaban el botellón en el entorno del monte Kobeta. Los agentes optaron por desalojar y cerrar la zona. Al día siguiente fue necesario enviar una brigada de limpieza al lugar.

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