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En términos mendizales hay fundamentalmente dos tipos de personas: quienes van al monte de manera habitual, y quienes van menos pero cada vez que lo hacen se preguntan por qué no se ponen las botas con más frecuencia. Bien mirado, también hay una tercera categoría: ... los novatos. «Después de la pandemia viene mucha gente nueva», dice Ibon Beaskoetxea. Es el técnico de senderos de la Federación Vasca de Montaña y quien gestiona la Liga de Senderismo, una iniciativa que pretende dar a conocer rutas homologadas. Como es lógico, el año pasado las salidas se suspendieron por el covid. Pero en 2021 se han retomado. Ayer fue la cuarta caminata de un curso que ha sumado aficionados, quizás porque las restricciones pandémicas han hecho que valoremos más los entornos naturales, tan terapéuticos que a menudo son la mejor medicina.
La cita es en Otxandio para recorrer parte del sendero PR-BI 50, Basabisitta. Doce kilómetros de caminata atravesando hayedos centenarios que parecen una colección de candelabros de musgo y agua. A las 8.30 horas ya se congregan decenas de aficionados en la plaza del pueblo. Hay 121 inscritos, que sellan su 'pasaporte' bajo los soportales floridos del Ayuntamiento. La bruma es espesa aún y casi oculta el campanario de la iglesia. Hay una atmósfera de fantasía a la que contribuye mucho 'Africa', de Toto, tema mítico que suena de fondo y que tanto tiempo llevábamos sin escuchar.
Al menos una veintena de personas más se ha presentado sin inscripción. Pero en el monte hay sitio para todos (aunque estos últimos no llevan seguro de la Federación, claro). El recorrido ha sido marcado por el grupo de montaña local, MiruGain. La Federación siempre colabora con alguno de estos colectivos. Preparados para arrancar el pateo están una docena de miembros de Etorkizuna Mendi Taldea, de Getxo. «Nosotros organizamos la salida del 3 de octubre en Alonsotegi», dice Jesús Polo. El grupo está animado. «Qué alegría da esto».
Se sale de allí y en las calles de Otxandio, a las nueve de la mañana, huele a empanada que se está horneando. Nada más dejar el pueblo hay una txondorra (carbonera) de las que hace décadas se construían en el monte. «Llevamos toda la noche haciendo guardia para mantenerla», dicen los vecinos que la han montado para revivir tiempos pasados. Sale humo denso de varios puntos del montículo que sube compacto en el aire húmedo.
Luego, a lo largo del trayecto, se suceden entornos fantásticos: túneles vegetales entre árboles frondosos, hayedos difusos por la bruma, campas con caballos, ganaderías bovinas y mugientes, caseríos imponentes... Hay algún desnivel importante, pero la ruta es cómoda y cada cual va a su aire. La gente se saca fotos porque los bosques son como de cuento y de paso se recupera el aliento.
Igual que la salida fue progresiva, el regreso al pueblo es un goteo. Ahora todo ha cambiado allí. Cerca del mediodía brilla el sol y en las terrazas hay grupos diversos: gente local, moteros cincuentones, grupetas ciclistas con la jornada ya hecha y, por supuesto, montañeros. En la plaza hay reencuentro de caminantes que parece que no se ven desde hace tiempo. «Muchos se han conocido en estas rutas, se han hecho amistades porque es una manera muy buena de socializar», explica Beaskoetxea. Lo normal es que el club de montaña local organice un picoteo con «tortillas, chorizo...». Eso aún no se puede hacer por lo de la pandemia, claro. Pero, pese a ello, hay alegría a la hora del vermú bajo la mirada atenta del dios Vulcano, que preside la plaza.
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