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Muy pocas cosas salieron bien en el vuelo del Albatros, pero, de algún modo, aquel curioso episodio acabó teniendo un final feliz. Y, aunque no ... aparezca en los libros de historia, no hubo muchas jornadas que dejasen tanta huella en la memoria de los bilbaínos de 1905 como aquel lunes 10 de julio: era una época con menos entretenimientos que la actual, así que la idea de que un aristócrata fuese a remontarse por encima de la villa en un globo aerostático, y encima en compañía de un mono, logró captar la atención de miles de personas. Habría resultado inolvidable en cualquier caso, pero la chapucera evolución de los acontecimientos logró dejar una impresión aún más honda de lo previsto.
Otro vuelo. Al mono Jacobo le esperaban nuevos sobresaltos, porque el Albatros hizo un segundo vuelo días después en San Sebastián. En esa ocasión, al tití y su dueño les acompañó un amigo italiano y no se registró ningún incidente. «La excursión fue felicísima», recogió la prensa.
En realidad, el día memorable debería haber sido el domingo 9, pero las cosas ya empezaron torcidas. El 'sportman' en cuestión, como se solía decir entonces, era José Palacios, primogénito de los marqueses de Villarreal, que a sus 26 años era un gran admirador de las proezas de Santos-Dumont, el franco-brasileño que asombraba al mundo con sus vuelos en globo. José Palacios, Pepe, se propuso hacer algo parecido en Bilbao, así que encargó a la casa parisina Lachambre un espléndido aerostato de seda, de precioso color marrón, con capacidad para 600 metros cúbicos de gas. El caro capricho le llegó a principios de julio y lo depositó en la campa que había en las calles Henao y Heros: a aquel Bilbao con unos 85.000 habitantes todavía le quedaba mucho terreno edificable en esa zona de las afueras.
El intento del 9 de julio se quedó en nada: «La gran capacidad del aerostato, la poca presión del gas del alumbrado que se utiliza para su ascensión y algunas otras dificultades», enumeraba 'El Noticiero Bilbaíno', obligaron a retrasar un día el vuelo. «Cuando más forma tomó parecía una breva a medio madurar», describió Antonio Arocena, más conocido en su faceta de crítico taurino como Don Clarines, que relató el caso décadas más tarde en la revista 'Vida Vasca'. El día 10, una de las jornadas más calurosas de aquel verano, el numeroso público no estaba dispuesto a admitir otro fiasco como el de la víspera, y quizá esa presión ambiental influyó en Pepe Palacios a la hora de decidirse a despegar aunque el globo no pareciese estar en condiciones idóneas. Dejó en tierra a un dubitativo periodista que iba a acompañarlo y, minutos antes de mediodía, soltó amarras junto al pequeño tití, llamado Jacobo, y provisto de una botella de champán y otra de coñac para hacer una pequeña celebración allá arriba.
«Al principio se elevó majestuosamente, aunque ya se vio enseguida que hasta las Indias no llegarían -escribió Arocena-. A doscientos metros viró hacia el Oeste; a los 300 quedó estacionado con calma chicha. Pero una ráfaga de aire lo empujó hacia el mar, y Villarreal comenzó a desprenderse de lastre para evitarlo. Al instante, el globo se lanzó a un descenso vertiginoso y empujado por el aire se vino hacia el Bilbao de entonces, el sietecallero». Fueron, según detalla el cronista, «unos minutos de una tensión terrible», con gritos de horror en las calles. El globo estuvo a punto de estamparse contra las torres de San Nicolás y la barquilla llegó a tocar una casa cercana. El aristócrata intentó enganchar el ancla, sin éxito, pero sí logró apearse accidentadamente sobre el tejado del número 2 de la calle de La Esperanza, junto a la estación de ferrocarril. Solo sufrió una contusión en la frente. Libre de su peso, el globo se elevó súbitamente, arrancando varios cables eléctricos a su paso, y se llevó al pequeño Jacobo hacia un destino desconocido.
¿Qué habría sido del monito aeronauta? La duda acongojó a muchos bilbaínos y muy particularmente, según la prensa, a muchas bilbaínas. «Jacobito ha sido el héroe de la semana -comentaba 'El Noticiero'-. Ha logrado interesar a muchísimas personas, especialmente a algunas impresionables y sentimentales señoritas. El novio decía días pasados a una de ellas: 'Me conformo con que pienses en mí tanto como piensas en Jacobito'». La incertidumbre se prolongó hasta el martes por la tarde, cuando se recibió un telegrama con novedades sobre el tití. Tras sobrevolar audazmente media Bizkaia, había aterrizado cerca de la ermita de Santa Eufemia, en Aulesti, «en perfecto estado de salud y con un apetito más que regular», según hacía constar 'El Noticiero'. «¡Qué lástima que no pueda comunicarnos sus impresiones!», lamentaba 'El Nervión'. De la suerte que corrieron el coñac y el champán nunca se llegó a saber nada.
El vuelo del Albatros tuvo un epílogo muy poco elevado: los socialistas reclamaron en el Ayuntamiento de Bilbao que el ilustre capitán del globo abonase el importe de todo ese gas que había tomado de la red pública de alumbrado. El periódico 'La Lucha de Clases' lo contó con divertida mala baba, ironizando a cuenta de las «amplísimas americanas abiertas por detrás, última moda acomodada al progreso de los gustos de nuestros aristócratas», que lucían los hijos del marqués de Villarreal. «A ver si esos distinguidísimos señores se 'enlachan' y sueltan la mosca -se choteaba el semanario socialista-. Porque, si no, va a haber derecho a sospechar que no han pagado tampoco el globo ni las americanas amplísimas».
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