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MOLAR EN LA INTERMODAL
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La nueva estación abre sus puertas sin autobuses, pero con mucha expectación a la espera de que entre en funcionamiento mañanaNi siquiera la lluvia arruinó el interés por la Intermodal. Ayer a media tarde la cola frente a la entrada principal de la nueva estación llegaba hasta el metro. «Es digno de verse», garantizaba el operario que, junto a dos guardias de seguridad, organizaba las ... visitas.
«Yo he visto todas las estaciones de España y no hay otra igual», seguía asegurando el hombre, que entretenía la espera de la gente repartiendo folletos e instando a «ser adultos» ante los conflictos provocados por la incompatibilidad entre cualquier grupo de europeos meridionales y el concepto 'guardar cola'. El operario llevaba con campechanía su papel de custodio de la intermodalidad y decía que la obra era «una bilbainada». Igual abusamos del término: la estación es en realidad bastante funcional. La bilbainada habría sido meterle al edificio una planta más para construir allí una estación art-decó por si algún día llega a Bilbao el Transiberiano.
Voy a dejar aquí la impresión que obtuve al bajar por primera vez al nivel -1 de la Intermodal: «Es como uno de esos bares de diseño que proliferan en Abando». El mío fue un reflejo condicionado: lo primero que ves tras acceder a la estación por la calle y bajar las escaleras es precisamente la cafetería, que combina, como todo el lugar, los colores intensos con la madera clara.
La sensación general es que la Intermodal se parece a las estaciones soterradas que hay por ahí. Hace pensar en una versión coqueta, reluciente y despejada de la de Avenida de América en Madrid. Eso está bien, claro. Se trata de llegar en metro y coger cómodamente el autobús, de poder comer algo antes y proveerte de periódicos para el viaje. Tampoco va uno a una estación a sufrir el síndrome de Stendhal frente al 'bizkaibus' A3512 Bilbao-Lekeitio.
Ayer, eso sí, estaba todo tan reluciente que daba hasta pena pensar en el trasiego que van a soportar esas instalaciones a partir del viernes. Será entonces cuando tengan que demostrar su idoneidad, superando los inevitables ajustes de los primeros días. La mayor novedad, eso sí, ya podemos intuirla: en Bilbao, ciudad no del todo ajena al chaparrón, la gente va a poder al fin coger un autobús sin vérselas con la intemperie.
La otra gran novedad es quizá la zona acristalada que funciona como un mirador sobre las dársenas. La gente va a quedarse allí para despedir o recibir a sus familiares y amigos, componiendo una especie de público perpetuo que, queramos o no, examinará el modo en que bajamos del autobús. Pues bien, hay una foto en la que Frank Sinatra aparece bajándose de un helicóptero, no solo con el traje, la corbata y el sombrero perfectamente colocados, sino sonriendo y con un vaso de whisky en la mano. Nunca nadie ha bajado mejor de un medio de transporte. Recordémoslo en la nueva Intermodal. Porque habrá gente arriba, mirándonos. Siempre. Así que no quedará otra que bajar del bus con todo el estilazo, quizá besando el suelo de Bilbao y soltando propinas a diestro y siniestro. Aunque llegue uno de Medina en el Alsa. Habrá que estar a la altura. Molando en la Intermodal.
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