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Paso a paso, durante los últimos doce meses, se ha labrado una nueva fisonomía. Gonzalo Menéndez, un joven ertzaina de 29 años de Balmaseda, ha terminado acostumbrándose a un rostro que él mismo extrañaba al principio. Lo lució ayer ante el público en la ... Última Cena, donde compartió mesa junto a uno de sus hermanos, que hizo de San Juan.
«Siempre he hecho deporte, pero antes andaba con más volumen y peso. He cambiado mi entrenamiento para no estar tan 'tocho'. Sin embargo, me miro al espejo y me veo distinto», confesaba el pasado martes en una terraza cercana a la plaza San Severino. «Sé que soy yo -explica sonriente-, pero casi ni me reconozco. Mi aspecto me llama mucho la atención, porque nunca he tenido el pelo largo. Jamás me lo he dejado más allá del 3 o el 4. Cada mes y medio, como mucho, voy a cortármelo. Me impresiona verme, pero no me veo mal». Por el contrario, solía lucir barba, que se la empezó a dejar crecer en diciembre, aunque bastante más corta.
El cambio vivido desde que supo que hoy haría de Jesús en la Pasión Viviente ha rebasado el umbral físico. «Me ha permitido conocer a gente que me saca 30 o 40 años y saludo, porque es el tío de algún conocido, pero con quien nunca había cruzado una palabra». Ahora las intercambia con todos los vecinos. Empezando por Carlos, su padre, quien le «motivó» a aceptar un papel al que se resistió en un primer momento. «Es una oportunidad que no puedes dejar pasar», le aconsejó.
Está encantado. «El papel me ha enganchado más de lo que imaginaba. Estar con la gente, la familia, que tanto me ha arropado... He reflexionado sobre cómo pensaría hoy Jesucristo y por qué y cómo haría las cosas que hacía», relata. Su tío, que hizo de Jesús en 1990, fue más parco. «Solo me dijo que esto pasa muy rápido, que me agarre bien a la cruz, porque a veces rebota, y que fuese yo y lo disfrutase».
Y asegura que disfrutará. Y que pensará en su tío, pero sobre todo, en Begoña, su difunta abuela. Lo hará, sobre todo, en la segunda caída, que tiene lugar justo debajo de la casa familiar. La misma en la que de niño se asomaba desde un balcón para ver pasar la procesión junto a su amama. «Me he acordado muchísimo de ella estos meses. Me fastidia que no esté para verlo. Todo no podía ser tan bonito. Ya no está», subraya con los ojos humedecidos.
«Seguro que le haría ilusión verme desde el salón», relata Menéndez, que, como muchos balmasedanos, «'jugó' de niño a las procesiones. Salí de crío y ya me han crucificado. Hice de Dimas, el buen ladrón», recuerda. «Porque de malo no sabes hacer», replica su tío. Ambos tienen ya un sitio en la Historia de Balmaseda.
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