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Norman Foster, este lunes en la presentación de la ampliación del Museo de Bellas Artes.
Del metro de Bilbao al Príncipe de Asturias de las Artes

Del metro de Bilbao al Príncipe de Asturias de las Artes

El arquitecto Norman Foster no pudo ir a la Universidad hasta los 21 años y desde entonces se instaló en la escalera del éxito

iñaki esteban

Lunes, 16 de diciembre 2019, 14:47

Bilbao se va a convertir en un gran fosterito, al metro de Bilbao se le van a sumar las marquesinas de los autobuses y ahora la ampliación del Bellas Artes. Si Norman Foster subiera a la azotea de uno de sus rascacielos para contemplar una panorámica de su vida se encontraría con un niño de Manchester nacido en una familia de clase obrera, apasionado por la arquitectura desde la adolescencia, que no pudo ir a la universidad hasta los 21 años por falta de dinero y que desde entonces empezó a subir por la escalera del éxito ganando todos los premios a los que se presentaba.

Lord Foster, diseñador del metro de Bilbao y ganador del Príncipe de Asturias de las Artes tiene ahora otro proyecto importante por delante: la ampliación del Museo Bellas Artes, presentada este lunes por la mañana. Mucho antes de que se convirtiera en una moda, Foster reivindicó la arquitectura ecológica por la vía de los hechos y de los sueños. En el primer edificio que le metió en la élite de la profesión, la sede de una empresa familiar en Ipswich (Reino Unido) terminada en 1974, Foster puso un especial empeño en la conservación de energía y en la creación de un sentido de pertenencia a la compañía entre los empleados, lo que consiguió con espacios abiertos de trabajo en vez de despachos -hoy la norma- y con una última planta con piscina olímpica, gimnasio y jardines en la azotea.

Entre ese proyecto y el último encargo para el emirato árabe de Abu Dhabi, en 2008, median 34 años en los que Foster no ha perdido su fe en la utopía verde, convertida, en su opinión, en una necesidad. El arquitecto hizo de la ciudad de Masdar la primera urbe libre de emisiones de carbono del mundo, con agua potable procedente de plantas desalinizadoras alimentadas por energía solar, aire acondicionado dependiente de la energía eólica y un sistema de transporte con pequeños vehículos que se moverán sobre vías magnéticas.

El artífice del metro bilbaíno, la obra con la que comenzó la regeneración urbanística de la ciudad, siempre ha encontrado en la tecnología un aliado para sus proyectos. Los brazos metálicos de apoyo, como los que sostienen las estaciones del suburbano, es una de sus marcas de identidad, como la edificación de rascacielos, que modificó emplazando los ascensores en los laterales, para liberar los espacios centrales y construir grandes atrios y zonas de encuentro con frecuencia ajardinadas, como las del Commerzbank de Francfort, el edificio más cercano al cielo de Europa, con 259 metros de altura.

Foster fue en la escuela un alumno brillante, aunque tuvo que abandonar los estudios a los 16 años para ganarse la vida. Trabajó en diversos empleos antes de enrolarse en la aviación británica, donde aprendió a pilotar, una de sus grandes aficiones que suele poner en práctica en su avión privado.

Sensibilidad ciudadana

El chico de un barrio de Manchester tuvo una temprana admiración por el visionario Frank Lloyd Wright, el arquitecto del Guggenheim de Nueva York, y por el maestro de los edificios funcionales, Le Corbusier. Entró en la universidad de su ciudad a los 21 años, brilló en sus aulas y ganó una beca para sus estudios de posgrado en Yale, el exquisito campus universitario de EE UU.

Allí se encontró con Richard Rogers, el arquitecto del centro de arte Pompidou de París y de la T-4 del aeropuerto de Barajas. Con él montó su primer estudio profesional, Team 4, en el que también estaban las hermanas Cheesman, Georgie y Wendy, su futura mujer.

Desde 1967, la pareja tuvo su propia firma y empezó a colaborar con otro de los históricos de la arquitectura moderna, Richard Buckminster Fuller, pionero en la defensa de las energías renovables. Fue a partir de los setenta cuando se centró en la construcción de rascacielos, un tipo de edificio que hoy vuelve con fuerza por los motivos que empujaron a Foster a construirlos: su eficiencia ecológica mediante el uso pertinente de la tecnología.

Al lord de la clase obrera le colgaron la etiqueta de arquitecto 'high tech', que se quedaba corta por el olvido de la dimensión social de su trayectoria. No sólo en los edificios residenciales, sino también en las oficinas, el británico ha tratado de que las personas vivan mejor ofreciéndoles la posibilidad de que tengan luz natural en la mayoría de sus huecos, y que incluso en los rascacielos se puedan abrir las ventanas, como en el Commer zbank de Francfort.

En el mismo país alemán exhibió su sensibilidad política al remodelar el Reichstag (Parlamento) de Berlín, todo un monumento a la democracia y una de sus obras más espectaculares, inaugurada en 1999. Su cúpula central está abierta a todos los ciudadanos y el visitante bien puede atravesarla para acceder a una vista de la ciudad o subir por una rampa en elipse hasta llegar a la Cámara parlamentaria, un símbolo de la transparencia y el libre acceso que deben reinar en los sistemas democráticos.

Nombrado lord poco después de ganar el premio Pritzker, en 1999, y casado en terceras nupcias con la española Elena Ochoa, la famosa «doctora del sexo» en la televisión de los noventa, Foster no es ajeno a la polémica. El arquitecto firmó una carta contra el príncipe Carlos, que se atrevió a criticar un edificio en Londres de su ex socio, Richard Rogers.

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