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Nieves Díaz siguió los pasos de su madre, Alejandra, en el puesto familiar del mercado de La Ribera, que ahora regenta su hijo Aitor González. luis ángel gómez

«Mercabilbao se ha modernizado mucho, pero el regateo nunca desaparecerá»

Dos mayoristas y dos familias vendedoras de pescado entrelazan sus vidas para reconstruirlos 50 años de la despensa de Bizkaia

Sábado, 3 de julio 2021, 01:27

«¿Mercabilbao? Mucho antes de que existiera nosotras ya teníamos el nuestro, lo llamábamos 'el depósito' y estaba aquí abajo mismo, en los actuales garajes del Mercado de La Ribera». María Nieves Díaz recuerda con nitidez su niñez, cuando Alejandra, su madre, ya regentaba ... un puesto, hoy 'Inés y Nieves', el 206, que ahora lleva su hijo Aitor González. Entonces los mayoristas y las «pescateras» compartían «techo, penas, alegrías y lo que hiciera falta».

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También Ruper Ortiz, a punto de cumplir 75 años, mantiene intactas en su memoria las imágenes del bullicioso trasiego de los camiones de frutas entre Ronda y Barrenkalle, donde trabajaba. «No sé cómo pasaban por calles tan estrechas, ¡si hay edificios que todavía conservan los raspones!», desvela. Entonces una lonja en cualquier bloque de viviendas, «hasta los bajos de un portal», era una buena opción para un mayorista en un Bilbao efervescente. «De tanto ajetreo que había, para salir algunos vecinos tenían que pasar por debajo del camión aparcado justo delante de su casa. Más de uno, enfadado, abría incluso la puerta, entraba en la cabina y salía por el otro lado».

Ante el descontrol reinante, las administraciones públicas vieron necesario ordenar el abastecimiento de la ciudad. Así fue como, hace 50 años, el 3 de mayo de 1971, se inauguraba Mercabilbao. «La primera renta que pagamos fue de 21.584 pesetas al mes, cuando nosotros no ganábamos ni 8.000», todavía protesta Ruper. Aunque el cambio les vino muy bien. Se nota que él ha trabajado a gusto estos años; tanto, que aún sigue al pie del cañón. «A las cinco ya estoy dando el callo. Ahora por la tarde no vengo, pero antes ya tocaba, ya». Ruper es leyenda viva en Mercabilbao, «el único en activo desde que se inauguró hace medio siglo. Bueno, con mi hermano Juan, que también sigue». Y conocía de sobra a Josetxu, «el de Pescados Crespo, que también estuvo siempre con nosotros». Da buena fe de ello su hija Alma, digna sucesora del negocio mayorista. Sus vidas se entrelazan para desgranar la historia de la despensa de Bizkaia.

Saga de mujeres pescateras

Nieves Díaz se sumerge con nostalgia en aquellos años «de juventud y trajín continuo». «Lo de Mercabilbao era otro mundo, con los pabellones abarrotados de género; hasta las cajas de pescado se amontonaban en medio del pasillo central», apunta. Unos tiempos que también vivió Rosa María García, orgullosa de una estirpe siempre vinculada al mar. «Mi madre era sardinera en Santurtzi y mi padre marinero, y tanto la hija como la nieta han seguido el mismo camino. Trabajan en la pescadería Arraintxo», remarca. Ella hizo de todo en La Ribera, «desde descargar camiones a limpiar suelos, pescados, lo que hiciese falta». «Salía de casa a las cuatro de la mañana y a veces no volvía hasta las diez de la noche, con las manos hinchadas», añade su hija, también Rosa María, que, a pesar de la dureza del trabajo, no dudó en seguir su ejemplo. Igual que Izaskun, cuarta generación y puede que última de la familia. «También tengo hijos, pero a la mayor le queda un año para acabar la carrera de Trabajadora y Educadora Social, y el pequeño todavía tiene siete años, así que vete tú a saber», afirma.

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En estas cinco décadas, sus experiencias se multiplican en Mercabilbao. «Todo ha cambiado tanto... ¡Si antes cargábamos el Simca 1200 de cajas de pescado y lo traíamos a reventar hasta el puesto», se sonroja Nieves, mientras su hijo Aitor se apresura a matizar que ya no se ve nada así: «Hoy vamos en camión frigorífico siempre en perfecto estado, y en los puestos mayoristas los inspectores controlan hasta el último detalle a nivel sanitario; desde el etiquetado a la trazabilidad de los productos y, especialmente, la higiene».

Ruper Ortíz inauguró el complejo hace 50 años junto al padre de Alma Crespo, digna sucesora.

Todos, en cualquier caso, coinciden en que hay un antes y un después en la historia del mercado: las inundaciones de 1983. «Lo de aquel agosto arrasó con todo, pabellones, oficinas...», subraya Ruper. Alma Crespo cuenta una anécdota de su hermano Igor tras entrar en la cámara de congelados para evaluar los daños. Casi sin palabras, le informó a su padre que «no quedaba nada, ni las básculas, que pesaban toneladas». «Qué me vas a decir a mí, que la avalancha de agua entró por una puerta en el pabellón y, como al otro lado estaba bajada la compuerta, se amontonó todo y junto a mi puesto aparecieron hasta productos de una farmacia arrasada en Arrigorriaga», le da réplica Ruper.

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Lodo, lodo y más lodo. Eso se encontraron al volver a Mercabilbao. Pero apenas tuvieron tiempo de lamentarse porque había que volver a levantarlo todo. Ruper recuerda cómo, «dentro de la catástrofe que fue, tuvimos la suerte de que se produjo en viernes y ese mismo domingo ya nos pudimos trasladar a unos locales de urgencia que nos cedió la Diputación en la Feria de Muestras. Así que, en realidad, no dejamos de dar servicio a Bizkaia ni un solo día».

Las «facturas» de la riada

Aquella época trabajaron por duplicado. Por las mañanas, vendiendo. Por las tardes, paleando el barro reseco hasta dejarlo todo bien limpio. «A alguno igual hasta le vino bien lo ocurrido, porque en las declaraciones de aquel año muchas facturas se perdieron 'con la riada'», bromea Ruper. Alma, por la edad, no lo vivió en primera línea, pero sí el confinamiento del año pasado. Tres meses en los que, con los centros comerciales cerrados, Mercabilbao volvió a convertirse en el gran suministrador de frutas y pescados de Bizkaia. «Lo dimos todo. Hicimos turnos, primero frutas y luego pescados; los compradores, sin tocar nada, tenían que cerrar sus pedidos en tres cuartos de hora -explica-. Trabajamos tanto que no sé si habríamos aguantado mucho más tiempo así». Y lo dice alguien que no entiende la vida sin meter horas. «Martes y viernes estoy ya a las dos y cuarto de la mañana para preparar los pedidos», admite. A veces, a las siete acaba el ajetreo, pero preparar el día siguiente puede llevarle hasta la tarde. «Al menos ahora lo hacemos todo por WhatsApp, y casi al momento sé lo que me dan los proveedores y lo que quieren los clientes», apunta.

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«Mi hijo también funciona así, pero en mis tiempos cada madrugada te jugabas el éxito de la jornada», sentencia Nieves. La estrategia era clave para comprar al mejor precio y vender «bueno y barato». Ojear mucho, esperar el momento exacto «y lanzarte; de mí decían que era como una torera, echaba el capote y ¡a matar!, aunque más de un día me quedé sin un pescado para el puesto por arriesgar demasiado». A regatear no le ganaba «nadie». Y Aitor apostilla: «Tal vez no lo creáis, pero hoy también se regatea, y mucho. Eso nunca desaparecerá en este negocio».

Rosa María García posa junto a su hija y su nieta, que han seguido sus pasos.

«Ahora ya casi ni tocamos el género»

«En 1942, mi padre traía naranjas en vagones a La Naja y los llevaba a Ronda en cestos a hombros», cuenta Rubén. Él también cargó sus buenos sacos de patatas «de 50 kilos». «Y recuerda aquellas cajas de madera enormes que se metían desde los muelles», le puntualiza Alma. «Sí, sí, y los carros 'chinos' de los que tirábamos a mano como bueyes». Ya no, gracias a la tecnología y las mejoras en Mercabilbao. «Todo viene en palés bien protegidos, en cajas cada vez más pequeñas... Hoy casi dejamos el género sobre el mostrador sin tocarlo», reconoce la mayorista. Los cambios se aprecian sobremanera en lo tocante a frutas y hortalizas. «Antes funcionábamos por temporadas; por ejemplo, no había tomates un mes al año». Y la piña era el producto «más exótico de Mercabilbao, pero hoy tenemos de todo; han cambiado los tiempos y también los tenderos, que ya en un 90% proceden de fuera». Les preocupa el relevo generacional: «Cada vez hay menos pescaderías y menos profesionales preparados».

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