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Puñalada mortal en el corazón por 30 euros en Nochevieja
LA MEMORIA NEGRA ·
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LA MEMORIA NEGRA ·
Un joven magrebí mató a otro en las primeras horas de 2006 en la calle Navarra tras discutir por el reparto del dinero estafado con una papelina a un terceroLas Navidades no han sido siempre tan entrañables. La solidaridad que inunda estas fechas ha quedado empañada a veces por el instinto asesino. Bizkaia ha conocido el lado más oscuro del ser humano también entre Nochebuena y Año Nuevo. Así, el año pasado dos chicos de 13 y 16 años asaltaron y terminaron matando al exfutbolista de Amorebieta, 'Urren', cuando regresaba a casa de una cena navideña en la víspera del 24 de diciembre. El mayor de ellos ha sido condenado recientemente a seis años de internamiento por el crimen, mientras que el otro quedó fuera de la causa al ser inimputable por la edad. Hace unos años, cuando despedíamos el año 2005 y algunos aún saboreaban las doce uvas, un homicidio en plena calle amargó las primeras horas del año 2006. Y lo más cruel fue saber después que habían arrebatado la vida a un joven de 19 años por el reparto de 30 míseros euros.
Ocurrió sobre las siete y media de la mañana en la confluencia de las calles Navarra y José María Olabarri, en pleno centro de la capital vizcaína cuando numerosas personas aún celebraban el cambio de año. Según declararon los protagonistas después durante el juicio, celebrado en noviembre de ese mismo año, aquella noche se reunieron un grupo de jóvenes magrebíes en la calle Dos de Mayo, en el barrio bilbaíno de San Francisco. Un colombiano al que conocían se les acercó y les preguntó si tenían cocaína. Entonces, acordaron entre ellos entregarle una papelina falsificada, que elaboraron con pastillas machacadas, a cambio de 30 euros. La discusión llegó después cuando tenían que repartirse el botín. El comprador les entregó dos billetes, uno de 20 y otro de 10 euros, por lo que descendieron por la calle Bailén y acudieron a cambiarlo a una cafetería. Tarik B., de 21 años, que según alegó estaba bebido y drogado, creía que la víctima, Z.M., de 19 años, también magrebí, no quería darle «nada».
En ese momento, extrajo una navaja que llevaba en el bolsillo y se la hundió a la víctima en el pecho alcanzándole en el corazón, lo que le causó la muerte en el acto. Su cadáver quedó tendido en las escaleras de un banco, una escena fotografiada por Luis Calabor que quedó grabada en la retina de quienes la vieron. La Ertzaintza detuvo horas después al autor material de los hechos y a los otros dos jóvenes implicados. Los padres y seis hermanos de la víctima se presentaron en el proceso como acusación particular. Finalmente, la Sección Sexta de la Audiencia vizcaína condenó al autor del homicidio a la pena mínima de cinco años de prisión al aplicarle los atenuantes de toxicomanía y arrepentimiento. Según declaró en el juicio el acusado, en enteró de que la víctima había fallecido al ver las noticias y entonces se presentó en la subcomisaría de la Ertzaintza en Zabalburu y confesó.
Este crimen impacto a la sociedad bilbaína, entre ellos a su entonces alcalde, Iñaki Azkuna, quien declaró a partir de entonces la conocida como «guerra al navajero», que supuso el decomiso de decenas de armas blancas a sospechosos. «Cuando alguien entra en una discoteca con una navaja, no la lleva para pelar mandarinas o hacerse el bocadillo», resumía Azkuna. «Sospechoso que se vea, identificación al canto y cacheo también. No es de recibo que los navajeros pululen por la ciudad como si fueran los pasillos de su casa», explicó en su campechano estilo.
La gente, con cara de sueño, se iba para casa después de celebrar el fin de año. Pasaban por delante de la zona acordonada por la Ertzaintza en la calle Navarra y no ponían mucho interés en saber lo que había ocurrido. Eran las ocho de la mañana y me encontraba en la puerta de una casa, enfrente de todo el jaleo, resguardado de la lluvia. Alguno venía con churros en la mano, y me preguntaba qué sucedía al ver a una persona tapada en la otra acera. Mientras tanto, los agentes de la Ertzaintza esperaban a que llegase el juez para realizar el levantamiento del cadáver. Una pelea tonta había acabado con la vida de una persona.
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