
La muerte de cuatro jóvenes escayolistas en la carretera en Abanto
La memoria negra ·
Se dejaron la vida en el asfalto al estampar su coche bajo un camión en junio de 2003 cuando regresaban al tajo después de comer un menú del díaSecciones
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Se dejaron la vida en el asfalto al estampar su coche bajo un camión en junio de 2003 cuando regresaban al tajo después de comer un menú del díaAndoni C.G., de 43 años, alias 'El Paraca' porque había hecho la mili en la sección de paracaidistas del Ejército, conducía el 'Renault 19' gris metalizado. Llevaba a la obra a tres compañeros, todos más jóvenes que él, que ocupaban los asientos traseros y el del copiloto, Juanjo I.S., de 20 años; Sergio M.L., de 21 y Francisco I.M., de 30. Los cuatro murieron en un accidente laboral 'in itinerere'. Trabajaban como escayolistas, tres eran vecinos del barrio bilbaíno de La Peña y un cuarto nació en Navarra, pero vivía en Basauri. Aquel 12 de junio de 2003 en que sucedió la tragedia, hace ya casi 16 años, estaban rematando unas viviendas de nueva construcción en el barrio de Las Carreras en la localidad de Abanto. Acababan de comer un menú del día en un bar del barrio cercano de Gallarta y regresaban al tajo sobre las 16.30 horas, por la nacional N-634, una vía con un único carril para cada sentido.
De repente, tras superar una curva descendente abierta el conductor perdió el control del turismo. Según el chófer del camión 'Scannia' contra el que se estrelló, el 'Renault' que le venía de frente «se arrimaba mucho a la valla derecha». El automovilista intentó corregir la marcha y dio un volantazo que provocó que el coche se cruzara en la carretera y se metiera debajo del transporte pesado. El camionero se quedó clavado en el asiento, tardó unos segundos en reaccionar. Cuando se apeó, «no oí gritos ni lloros ni nada y he pensado: ¡Malo!». Los cuatro ocupantes del turismo habían fallecido en el acto.
Las insistentes llamadas al teléfono de Juanjo quedaron sin contestación entre el amasijo de hierros en que quedó convertido el 'Renault 19'. El molesto sonido evidenciaba la fragilidad de la existencia, que, en un abrir y cerrar de ojos, traspasa el umbral entre la vida y la muerte. Era Rubén, amigo de la infancia y compañero de trabajo, con quien habían quedado en Las Carreras. Como le habían anunciado que llegarían enseguida y no aparecían, el joven telefoneó a su colega y se extrañó de que no le contestara. Un quinto escayolista había decidido quedarse a comer solo en la obra. Esa decisión le salvó la vida
La escena era desoladora. El transportista contra el que habían chocado estaba hundido, incluso a sabiendas de que él no había podido hacer nada. «Así y todo, lo paso mal», reconocía. El amigo que llamaba por teléfono y otros compañeros y familiares se acercaron hasta el punto del siniestro. A los Bomberos les tocó la labor más dura, la de extraer los cadáveres de la chatarra y colocarlos en fila en la cuneta cubiertos por sábanas blancas. Los cuatro vestían el buzo blanco y tenían las manos y los rostros tiznados de yeso.
Dos horas después del terrible accidente, el padre de Andoni, una de las cuatro víctimas, paseaba por la calle Zamakola ajeno a la cruel realidad. Se extrañó de la presencia de periodistas en el barrio. «¿Qué hacen aquí? , ¿qué le ha pasado a mi hijo?», preguntaba. «Llame a la Ertzaintza», le aconsejó un vecino. Nadie se atrevía a contarle que acababa de perder a un hijo en la carretera.
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