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–¿El abogado Ignacio Arcocha?, preguntó al recepcionista al entrar en el bufete, situado en un cuarto piso de la céntrica calle Rodríguez Arias de Bilbao, sobre las once de la mañana del día 7 de abril de 1992.
–«En este momento no le puede atender. Está reunido», le contestó invitándole a regresar en otro momento o a concertar una cita telefónica.
El visitante, Ignacio S.G., de 29 años, había trabajado durante un año en una auditoría de cuentas dirigida por el letrado bilbaíno. Su contrato había vencido en noviembre de 1991 y en los últimos tiempos le había pedido trabajo de forma insistente. Arcocha, de 57 años, era censor jurado de cuentas y dirigía un gabinete especializado en temas mercantiles y asesoría de empresas. Tenía una familia numerosa que dependía económicamente de él y que se vio obligada a liquidar la asesoría tras su asesinato.
En un primer momento, Ignacio pareció darse por satisfecho con la explicación, dio media vuelta y empezó a caminar en dirección hacia la puerta. Sin embargo, algo pasó en su mente que le hizo cambiar de parecer. El joven extrajo un cuchillo de grandes dimensiones que ocultaba bajo la cazadora marrón y volvió sobre sus pasos, ahora en dirección hacia un despacho. Los empleados empezaron a gritar lanzando voces de alarma al ver que el extrabajador llevaba un arma blanca en la mano.
La víctima abrió la puerta al escuchar el alboroto con unos papeles en la mano y se encontró cara a cara con su antiguo subordinado. Ambos forcejearon, pero el letrado no pudo apoderarse del cuchillo y recibió cinco puñaladas en la espalda y dos en un costado. Según se supo después, el acusado había comprado esa misma mañana en una ferretería de Portugalete un cuchillo de cocina de 14 centímetros de filo.
El letrado dio unos pasos malherido, apoyándose en las paredes y se desplomó. El arma homicida quedó tendida en el pasillo, abandonada por el agresor, al que los empleados del bufete intentaron sin éxito retener. Los compañeros de la víctima le trasladaron a un sofá a la espera de la llegada de los sanitarios de emergencias. El hombre falleció en la ambulancia medicalizada que le trasladaba al hospital de Basurto.
Ignacio bajó corriendo por las escaleras con la ropa manchada de sangre, pero se encontró con la puerta del portal cerrada. El portero había decidido echar la llave al escuchar las voces de auxilio y dejó encerrado al homicida mientras observaba desde la calle sus intentos desesperados por escapar. «Estaba muy nervioso, me gritaba que le abriera la puerta», relató después el portero al periodista de EL CORREO que cubrió el suceso, Javier Guillenea. Ignacio buscó entonces una salida bajando al sótano. En ese momento, apareció una vecina que salía a la calle y permitió, sin saberlo, escapar al autor del crimen.
El joven fue arrestado una hora después por agentes de la Policía Municipal de Bilbao, que habían establecido controles en los accesos a la ciudad para frenar al fugitivo. Le interceptaron en la calle Sabino Arana cuando conducía hacia la autopista en un coche que había dejado aparcado en las inmediaciones del despacho de abogados. No opuso resistencia. Según un vecino del inmueble, Ignacio era una persona «un poco rara, hablaba poco con la gente y tenía una personalidad nerviosa».
El fiscal reclamó para él diez años de prisión tras estimar que presentaba un trastorno mental psicótico, esquizofrenia paranoide, en fase aguda y con ideas delirantes, por lo que consideraba que estaba exento de responsabilidad penal y pedía su ingreso en un psiquiátrico. La acusación particular elevaba a 30 años la petición de condena, al homicidio se sumaba un intento anterior de matar al abogado.
Licenciado en Económicas y Empresariales, el acusado declaró en el juicio que después de trabajar en una empresa inmobiliaria en Madrid, en Bilbao se había sentido «desplazado y rebajado» profesionalmente. «Me daban labores de contabilidad, pero no me dejaban ver auditorías». Aseguró que el día de autos actuó «controlado mentalmente, teledirigido por voces y pajaritos».
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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