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Homicidio involuntario a las puertas de la discoteca Privée de San Ignacio

Homicidio involuntario a las puertas de la discoteca Privée de San Ignacio

LA MEMORIA NEGRA ·

Un joven ebrio arrolló y mató a su cuñado cuando quería defenderle de los golpes que le estaban dando los porteros de la sala de fiestas

Miércoles, 16 de enero 2019, 00:56

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Humberto Anguaya era padre pese a tener sólo 20 años. La fatalidad quiso que no llegara a ver crecer a su pequeño. Murió debido a una imprudencia cometida por un familiar, que nunca quiso ese final para él. Humberto había salido aquella noche del 1 de octubre de 2005 con su hermano, su cuñado y un menor, todos ellos de origen ecuatoriano, a la discoteca Privée, de ambiente latino, en el barrio bilbaíno de San Ignacio. El más joven fue expulsado del establecimiento por su estado de embriaguez y sus amigos salieron en su defensa recordando a los porteros que había pagado los 10 euros de la entrada. Los empleados de seguridad cerraron la puerta al grupo y éstos empezaron a romper cristales, según recogió entonces en un auto el juez instructor, del juzgado número 4 de Bilbao. La trifulca continuó a la puerta de la discoteca y a ella se sumaron más personas, hasta un total de trece. Según los testigos, algunos de los implicados llegaron a emplear «bates de béisbol», «armas marciales» y hasta un cinturón.

«La madrugada de espanto, con sirenas y carreras» arrancó justo cuando los policías municipales de Bilbao, que entonces mantenían un dispositivo de vigilancia junto al local por las quejas vecinales, dieron por concluido su turno, sobre las cinco y media de la madrugada, decía entonces una residente. El escándalo sacó a los vecinos de sus camas. El lamentable suceso, que terminó por provocar el cierre de la polémica sala de fiestas, se produjo sobre las seis y cinco de la madrugada. En medio de la trifulca, Luis Enrique P.A., que entonces tenía 25 años, cuñado de Humberto, se escabulló y fue a buscar su 'Seat Toledo', que había dejado aparcado en las inmediaciones.

Imágenes del lugar del suceso y fotografía de Humberto Anguaya, el joven ecuatoriano arrollado.
Imagen principal - Imágenes del lugar del suceso y fotografía de Humberto Anguaya, el joven ecuatoriano arrollado.
Imagen secundaria 1 - Imágenes del lugar del suceso y fotografía de Humberto Anguaya, el joven ecuatoriano arrollado.
Imagen secundaria 2 - Imágenes del lugar del suceso y fotografía de Humberto Anguaya, el joven ecuatoriano arrollado.

Estaba bebido. Según la prueba de alcoholemia practicada después del incidente, arrojó una tasa de 0,90 miligramos de alcohol por litro de aire espirado, más de cinco veces por encima de lo permitido. Se aproximó por un callejón oscuro con las luces del vehículo apagadas con la intención de recoger a su cuñado, que en ese momento estaba siendo golpeado por uno de los porteros. Según la sentencia de la Sección Sexta de la Audiencia vizcaína que le condenó a dos años y medio de cárcel por un delito de homicidio por imprudencia grave, el conductor frenó de forma brusca, dio la vuelta y a velocidad excesiva por dirección prohibida, golpeó a Humberto en la cabeza con la parte delantera izquierda del turismo. El impacto le provocó un traumatismo craneoencefálico y la muerte inmediata. Después, huyó, pero fue detenido al chocar contra un coche aparcado.

El fiscal pedía para el acusado 19 años de prisión al calificar la muerte de Humberto de asesinato e imputarle también el arrollamiento de uno de los vigilantes de la discoteca como un intento de asesinato. El tribunal, sin embargo, llegó a la «firme convicción de la inexistencia de dolo, si quiera eventual» en la actuación de Luis Enrique P.A., que sí tachó de «claramente imprudente». Su abogado, Gaizka Garzón, recordó en el juicio que la viuda de Humberto y su hijo convivían con el acusado y su familia y que les habían ofrecido «apoyo afectivo y económico».

La zona estaba en calma hasta que...

Luis Calabor

La zona estaba en calma. Había pasado por la discoteca varias veces por la noche, algún grito y algún peatón borracho en las cercanías de la sala de fiestas. Los fines de semana era habitual estar por la zona debido a que se producían gran cantidad de agresiones y solían ser de mucha virulencia.

He visto tíos con la oreja colgando desgarrada por una botella rota, chorreando sangre y como si no hubiera pasado nada. Otros, con las caras reventadas de los golpes por pegarse entre ellos. Con la ropa rota y medio desnudos les encantaba que se les hiciera fotos para poder presumir al día siguiente de su fuerte masculinidad. Veían la cámara y posaban. Borrachos hasta las trancas hacían frente a los ertzainas que tenían que emplearse duramente con ellos y que no sentían ni padecían los porrazos.

La zona era territorio bélico donde los vecinos estaban saturados de tanta violencia. Aquella noche había estado a primera hora con los agentes que desde hacía tiempo vigilaban y ponían orden en los exteriores del local. Treinta agentes de la Policía Municipal desplegados por las inmediaciones y con apoyo de patrullas de la Ertzaintza que acudían rápidamente cada vez que se producía alguna reyerta.

La noche transcurrió tranquila y los agentes se retiraron a primera hora de la mañana. Nada más irse se montó una alocada pelea donde nadie conocía a nadie y donde los amigos no eran ni reconocidos. Dos de los implicados se montaron en un coche e iniciaron la marcha en dirección prohibida atropellando mortalmente a uno de sus amigos y a otro dejándole herido de consideración. Los vecinos en las ventanas observaban la escena sin poder dar crédito a lo que veían.

Llevaban mucho tiempo avisando de que algo así podía suceder y al final se cumplieron sus pronósticos. De nuevo patrullas policiales y ambulancias a toda velocidad por San Ignacio.

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