Podríamos discutir durante horas si un caballo es una mascota, ya que la palabra se suele reservar para aquellos animales cuya función primordial es afectiva. Pero está claro que a pocos ejemplares de su especie se les podría encajar en esa categoría mejor que a ... Txato. El propio Andoni Aretxabaleta no tiene ninguna duda: «¡Claro que es mi mascota! -dice-. Antes lo montaba, pero me dio la ciática y ahora lo llevo de paseo igual que a un perro, a veces sin cuerda ni nada. En primavera y verano, cuando hay luz hasta más tarde, subo a sacarlo todos los días. Él va detrás de mí y me seguiría hasta Bilbao, si hiciese falta», explica mientras conduce al caballo fuera de la cuadra, en el caserío de Etxebarria donde se lo cuidan. «Es blanco, pero cada día lo veo más pelirrojo», comenta al contemplarlo al sol.
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Al zaguero de Markina siempre le gustaron mucho los caballos, pero no se decidió a dar el paso hasta hace siete años. «Lo compré con un amigo, pero al final lo cuidé yo. Lo traje aquí, donde lo tratan de lujo, como en un hotel de cinco estrellas», elogia. El caballo pertenecía antes a un vecino suyo, herrador: «Practicaba con él. Entonces ya era un caballo famosísimo en la zona. Una vez, el anterior dueño se fue con Txato a cabalgar en las Bardenas y se perdieron. Otros caballos del grupo estaban ya medio muertos, pero este aguantó como un campeón, sin agua ni nada», relata.
En el caserío, Txato ha encontrado buena compañía. «Se hermana con los burros», explica Andoni. Su primer compañero fue un asno blanco con el que pasaba los días triscando perezosamente por las laderas. «Una vez, el caballo vino como loco al caserío. Levantaba las patas y después se marchaba corriendo. Estaba avisándoles de que el burro se había quedado atascado, para que fuesen a sacarlo». Ahora, su amiga del alma es la burra Linda, que rebuzna muy disgustada cuando se llevan a Txato de la cuadra. Las ausencias más largas -por ejemplo, cuando bajan el caballo a que lo vea el dentista- las lleva fatal, al borde de la desesperación.
Raza: «Yo lo llamo ‘tres sangres’», explica Andoni, por la mezcla inglesa, árabe y española.
Edad: 26 años, uno más que su dueño.
Peso: más de 500 kilos.
Carácter: terco al principio y dócil después. Muy pacífico y tirando a perezoso.
«Txato es viejo pero está muy bien, fresco, porque ha llevado buena vida. Trabajo de caserío nunca ha hecho. ¡Es el Julio Iglesias de los caballos! Pocos en toda Euskal Herria comerán más pienso, y siempre le traigo los panes de la abuela, de la madre, de los vecinos... Y también azucarillos, que le encantan», comenta el pelotari. ¿Tiene buen carácter? «Muy bueno. Es un poco terco para echar a andar, como un abuelo de 80 años al que ya no puedes sacar de sus rutinas, pero después está deseando pasear. Se hace el vago los primeros diez o quince minutos y después va tan contento. Nunca ha mordido a nadie, ni ha dado una coz, ni ha tenido un mal gesto. Antes, ahí cerca había unos caballos buenos y, cuando pasábamos, se hacía el chulo. ¡Es más gallo que el copón!».
En estos siete años, Andoni ha comprobado que es falso el tópico de que mantener un caballo sale carísimo: «Hombre, a un purasangre hay que cuidarlo el triple. Este anda por aquí, tiene toda la hierba que quiere... Gasto tienen los que están en la hípica». Y recuerda una anécdota: «Al principio, compré el mejor cacharro para calentar el agua y un champú especial para caballos blancos. Me tiré tres horas limpiándolo y, al cuarto de hora, ya estaba revolcándose en el barro. Creo que como más a gusto está es sucio».
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