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Cuando aún no había estallado la Guerra Civil, se estaban construyendo varios grupos de casas baratas, para que muchos trabajadores de Altos Hornos y de otras factorías pudieran acceder a una vivienda en propiedad, y todavía no se había levantado el edificio del actual mercado de abastos, Francisco Presa decidió montar en 1925 una joyería-relojería en Barakaldo, aprovechando los conocimientos que había adquirido como aprendiz.
Un negocio, en un municipio que por entonces rondaba los 30.000 habitantes –décadas antes del gran salto demográfico que impulsó el desarrollo industrial–, que ha sabido mantenerse vivo a lo largo de todo un siglo, convirtiéndose en uno de los comercios más longevos de la localidad. Y todo ello bajo la batuta de una misma familia, comenzando en un local de la arteria antes conocida como 'La Bomba' (Ramón y Cajal), junto a las vías del tren. Posteriormente se trasladó al tramo más alto de la cercana calle Portu, arteria que antaño era una de las más comerciales, donde su fundador trabajó durante años vendiendo y arreglando joyas, relojes y gafas junto a su hermana Amada Presa. En 1987 decidieron dar el salto a la calle Elcano, una de las principales arterias, tras comprar una pequeña mercería y una vivienda contigua. Dos espacios que unieron y frente al que posteriormente se situó una de las bocas de metro de la localidad.
En esta nueva ubicación se hizo cargo del negocio la segunda generación, su hija Loli Presa, con su marido Iñaki. Actualmente está al frente Javier Barredo Presa, uno de los hijos del matrimonio, quien después de formarse y de trabajar durante como informático decidió coger el testigo de sus padres. «Había estado de pequeño siempre aquí y me tiraba mucho».
La parte del negocio de óptica está desde hace décadas en otro local independiente, muy cercano, en la calle Bizkaia, y es su hermana María la encargada. «La de agujeros para los pendientes que habremos hecho... ¡a medio Barakaldo!», señala Loli, echando la mirada atrás. «Cuando mi padre empezó de aprendiz una de las primeras tareas que le mandaron fue dar cuerda a los relojes del palacio Munoa. Tenían más de cuarenta. Iba una vez a la semana y le pagaban un duro de plata», relató.
Lo que también recuerda Loli es cómo su padre prestaba su propia alianza a muchos hombres para contraer matrimonio. «Compraban la de la mujer, que era la que se la iba a poner luego, y ellos usaban la de mi padre, para la ceremonia, y se la devolvían». Ahora, según indica Javier, se siguen comprando anillos de diamantes para las pedidas y alianzas para las bodas. «Luego nos vienen a por pendientes para bebés, su primer reloj, detalles para la comunión... Tenemos clientes que son como de la familia», declara, asegurando también que cuando algunas 'influencers' sacan algo muchos acuden allí en su búsqueda. Cuestionado por el secreto que ha permitido a la joyería Presa estar cien años al pie del cañón, él lo tiene claro. «Ser constantes y tener un trato cercano». ¿Habrá una cuarta generación? «Nos gustaría pero los niños todavía son pequeños y tienen que encontrar su camino».
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