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El primero de julio es sinónimo de fiesta en Portugalete, y además en mayúsculas. La jornada que abre este mes transforma desde hace años a la villa, que se viste de tradición y explota en alegría en su casco histórico, sobre todo en la calle Coscojales, en honor a la Virgen de la Guía. Una celebración, organizada por la Sociedad Berriztasuna Dantza Taldea desde hace casi medio siglo, que está señalada en rojo en el calendario de los jarrilleros. Da igual en qué día de la semana caiga: aunque sea lunes, como fue el caso, se vive siempre con gran pasión. Para la gran mayoría de sus vecinos, «el día más importante de todo el año».
Así lo remarcaban tanto Begoña Fernández como Amparo Rodríguez, «vecinas de toda la vida» del municipio que esperaban sobre las 10.30 horas el arranque de la procesión, desde el convento de las Siervas de María. Un trayecto hasta la basílica de Santa María, donde se celebró la misa de honor, que fue amenizado por Portugaleteko Txistu Zaleak y Trikileku, y seguido bien de cerca por Maite Uribarri, quien desde hace tres décadas se encarga de preparar la talla de la Virgen. «Quince días antes la bajamos de la hornacina donde está en la calle, y me la llevo a casa, para ver qué retoques se le pueden hacer, qué fallos tiene y pulir la corona», declaró a este periódico antes de colocarle el rosario. «La devoción que se tiene por ella en el pueblo es muy grande», remarcó.
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Mireya López y Laura González
Esto, unido a que se trata de una de las primeras fiestas del calendario estival, hace de esta cita una jornada muy intensa, que desde el txupinazo, a las 09.00 horas, y hasta la madrugada, reúne a miles de personas en las calles. «Ni las fiestas patronales de San Roke se esperan con tantas ganas como ésta», apuntaba Iker Uriarte junto a su cuadrilla. Este año la previsión era congregar a unos 40.000 devotos; pero el agua, que hizo de las suyas sobre todo durante la mañana –obligando a la Virgen a desfilar tapada con un plástico, para evitar daños– rebajó la presencia masiva de vecinos y de visitantes en el casco histórico y en las calles aledañas a la ría. «En los últimos años esto había sido una locura, pero esta vez, aunque nos estemos mojando, se está mucho más tranquilo», afirmaban Fernando Saez y su esposa, Belén Aguirre, paraguas en mano, poco después de ver a la Virgen montar en la trainera del pueblo, la 'Jarrillera'. En ella, impulsada por los integrantes del club de remo San Nicolás, recorrió desde el muelle viejo todo el frente de la ría, pasando bajo el Puente Colgante, con una ovación de los presentes. «¡Qué pequeña es, pero cómo la queremos!», aseguraba emocionada Nati Rodríguez.
A continuación, y después de volver a colocar a la Virgen en su hornacina, en la fachada de la Plaza del Mercado, la fiesta regresó a tierra, principalmente a la calle Coscojales, donde los Dominguines, protagonistas también de la jornada, combatieron la lluvia izados, como marca la tradición, desde primera hora entre dos balcones. Se trata de dos grandes muñecos de trapo sujetos por una cuerda que representan a un matrimonio (Domingo y Dominga) que vivió en dicha arteria y que eran muy aficionados al vino.
Por esta empinada vía, una de las que dan forma al casco histórico de la villa, fue por la que desfiló la bajada txiki, que contó por primera vez con una tamborrada compuesta por una veintena de niños, de entre 3 y 12 años. Iñaki Pinedo, de Portugaleteko Danborrada, y nacido en la propia calle Coscojales, se encargó de marcarles el ritmo. «Lo han hecho muy bien y eso que solo han ensayado un día», confesaba. Antes de las 15.00 horas esta vía peatonal ya estaba colapsada, como viene siendo habitual, por la bajada principal de las fiestas, con numeros jarrilleros cantando, saltando y bailando sin parar, antes de la comida en cuadrilla en familia.
«Aquí tenemos reservas de un año para otro, esto se llena completamente», apuntaba Zuriñe Ruiz de Zárate, propietaria de la taberna Subito, antes de que la villa entrara en ebullición. Algo que no cesó hasta la madrugada, horas después de la última bajada, a las 00.00 horas, al son de la Banda Municipal de Música.
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