Goiko, retratado en 2015 en la Herriko Plaza de Barakaldo. P. Urresti

Muere 'Goiko', el obrero de la poesía baracaldés que buscaba «el idioma de nuestra especie»

Obituario. ·

En paralelo a su trabajo como maestro, recorrió una singular senda literaria que garantizaba el asombro: «A mí me interesaría que nadie supiera que me he muerto, no quiero que nadie se entere de mis fracasos», decía

Viernes, 26 de enero 2024, 18:10

A Jon Andoni Goikoetxea Uriarte nunca le gustó confesar su edad, porque simplemente se sentía en tránsito entre un infinito y otro, pero nació en una Lutxana donde aún sobrevivían las huertas, el ganado y los palomares, en difícil convivencia con el humo amarillo y ... ponzoñoso de las primeras industrias. El trasfondo de la infancia de 'Goiko', que es como todo el mundo llamaba al poeta baracaldés, fueron aquellos cargaderos de mineral donde tantos obreros acababan mutilados en accidente, los botes que cruzaban la ría –como el gobernado por 'Hamaika', el barquero de once dedos– y los bares en los que repostaban alcohol los marinos extranjeros. «También había casas de prostitución para abastecer sus ansias. Muchos se ahogaban cuando volvían trompas al barco. Otros, escarmentados, dormían en la hierba», recordaba el escritor, que falleció ayer, según confirmaron la agrupación socialista de Barakaldo y Cruces y la editorial La Única Puerta a la Izquierda.

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La poesía llegó a su vida durante el bachillerato, integrada en un paquete que también incluía la política. Pronto se incorporó a la Tertulia La Concordia, en la que participaban Blas de Otero, Gabriel Aresti o Vidal de Nicolás: «Era literaria, pero siempre se hablaba de política. Éramos antifranquistas y, en las mesas cercanas, solíamos tener a alguna pareja de novios que en realidad eran policías. Ponían a un chico y una chica para disimular», relató a este periódico hace algunos años. 'Goiko' empezó a estudiar Filosofía, pero las circunstancias le forzaron a dejarla a medias y acabó haciendo Magisterio: enseñó en Erandio, en Uretamendi y, ya en su pueblo, en Bagatza y en lo que entonces llamaban Montecabras, que él propuso con éxito rebautizar con el autóctono Mukusuluba. «Es curioso: de niño, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, yo decía 'cualquier cosa menos maestro y zapatero'. Se ve que a los zapateros los veía trabajar mucho. Y los maestros, para mí, no eran simpáticos», decía.

De forma paralela a esa trayectoria profesional, 'Goiko' iba trazan do una singular senda poética que arrancó con una especie de conmoción, un súbito destello que marcó su obra. «Los caballos, las hormigas, las moscas o los jabalíes tienen un idioma de la especie, en el que se entienden. Una mosca de Australia no tiene que aprender el idioma de la mosca de Barakaldo. ¿Y el ser humano? Yo pensé que este idioma de nuestra especie se había marchitado con el avance de la cultura, al surgir los idiomas de los grupos humanos, y me propuse redescubrirlo. Un día estaba solo en la cocina y quise expresar mi estado interno sin usar palabras», decía. Lo que salió fue algo como «bua, ticone, uaaaaaara», un borbotón primordial y enigmático en el que siguió profundizando toda su vida. Por ejemplo, un verso de su poema 'Putututu' dice así: «Mi chola kutai ¡aragá!, ¡aragá!, ¡aragá!».

«El arte no es cosa de señoritos»

Él llamaba a su estilo reversismo, y lo comparaba con darse la vuelta como un calcetín, de manera que la piel quede por dentro y las entrañas se expongan a la intemperie. Uno se puede imaginar la reacción que suscitaron en su momento y siguen suscitando hoy sus poemas: «La gente que no está metida en el arte dice que estoy loco. Los más interesados no suelen rechazarlo: se quedan asombrados, extrañados. El mejor público siempre son los jóvenes, con los que he tenido recepciones apoteósicas. También unos niños de 4 años se quedaron absortos, ensimismados, al oír una grabación mía: a lo mejor no habían perdido el idioma de la especie», se ilusionaba este poeta que declamó en el Heliogàbal barcelonés y en la Casa Museo León Trotsky de México DF. Él nunca se vio como un provocador. «No, yo no trato de provocar. Tampoco pretendo dejar a la gente contenta, ni que me aplaudan, ni que me rechacen. Yo solo trato de hacer público lo privado, lo que tengo oculto, y que cada uno reaccione como quiera. La reacción negativa también es positiva».

'Goiko' solía comparecer a sus lecturas con casco rojo y un buzo en el que llevaba bordado 'langile bat', 'un trabajador'. «El arte no es cosa de privilegiados y señoritos que se alejan de la vulgaridad. La poesía es una obra de trabajadores y para trabajadores: con una llave puedo escribir una poesía en el aire, con el casco puedo defenderme de los accidentes contra el arte. Hay obreros físicos e intelectuales, y todo se traduce en obra: puede ser una casa, un poema o un salto vertiginoso», desarrollaba. Pero no todo en su obra era reversismo y vocablos desconcertantes: también escribía poemas en castellano, que a menudo arremetían, precisamente, contra la muerte. «Ya la odiaba a los 5 años, cuando me hacían rezar el avemaría en la cama. Al llegar a aquello de 'ahora y en la hora de nuestra muerte', daba un puñetazo y decía '¡morir no!'». No le preocupaba la posteridad, eso tan literario de dejar una huella cuando... se incorporase al infinito. «A mí me interesaría que nadie supiera que me he muerto, porque la muerte es el mayor fracaso de mi vida. Y no quiero que nadie se entere de mis fracasos».

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Miradas y poemas

El poeta baracaldés estuvo presente en la última edición de la Azoka de Durango con 'GOIKO', un ambicioso libro-estuche que incluye dos volúmenes: en uno, cinco autores dirigen la mirada hacia su figura, mientras que el otro reúne cinco poemarios del propio Jon Andoni. Para el mes que viene estaba prevista su presentación en el Museo de Reproducciones Artísticas.

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