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José Mari Laseca, a la izquierda, y Fausto Benito se fotografían junto a la nueva escultura del puerto pesquero santurtziarra donde hace décadas partieron hacia Francia e inglaterra. a. ontoso
Homenaje a los exiliados en la Guerra Civil: «Hacían sopa de suela de zapatos»

Homenaje a los exiliados en la Guerra Civil: «Hacían sopa de suela de zapatos»

Santurtzi homenajea en el 85 aniversario a las niñas y niños vascos que tuvieron que exiliarse durante la Guerra Civil con una escultura en el puerto pesquero

ANE ONTOSO

Santurtzi

Viernes, 18 de noviembre 2022

«Aquel momento en el que me encontré con mi madre, que la vi llamándome desde el autobús, es innenarrable, hay que sentirlo. Te tiembla la voz y el cuerpo. No lo olvidaré jamás. La llegada más que la partida». Es el testimonio de Fausto Benito, uno de los 4.000 niños y niñas que salieron evacuados hacia Inglaterra desde Santurtzi en plena Guerra Civil.

Los tres primeros de aquella lista descomunal eran, precisamente, él y sus hermanos. En tierra dejaban a sus otras tres hermanas. «Cada uno teníamos un hexágono en el pecho con los números 1, 2 y 3», cuenta Fausto, que ahora tiene 95 años pero entonces tenía solo nueve. «Mi estancia allí no llegó al año –indica–. Nos reclamaron porque el franquismo metió la bola de que andábamos por las calles abandonados».

Nada más lejos de la realidad. Así que ahora lo piensa y quizá le hubiera gustado estar «dos o tres añitos más, al menos para aprender inglés. Porque había perdido varios cursos de escolaridad». Peor fue para otros niños, como detalla Fausto. «Amigos míos no pudieron volver porque no les reclamaron. Uno perdió un ojo después en la Segunda Guerra Mundial en Londres. El homenaje de hoy es para ellos, que no pudieron venir», siente. Se refiere a la honra que Santurtzi les ha dedicado por el 85 aniversario de la evacuación de niñas y niños vascos hacia el exilio y al que han acudido 13 de los chiquillos que partieron en 1937. En la cita, han inaugurado una estatua con dos de aquellos pequeños con una maleta en el puerto pesquero, desde el que antaño partieron.

Homenaje de las autoridades, con el lehendakari a la cabeza. PANKRA NIETO

«Me perdí de mi hermano»

Fausto a menudo se encuentra con su amigo Jose Mari Laseca, porque ambos han pertenecido a la Asociación de Jubilados Evacuados de la Guerra Civil. Muestra recelo al preguntarle por la edad, pero asegura bromista que la que aparenta a cada cual es siempre la que tiene. Lo que sí revela José Mari es que tenía cinco añitos cuando el vapor 'Habana' le llevó a Francia. «Era muy niño y recuerdo poco de la salida de puerto, pero iba con un hermano, el mayor –rememora–. Y nos perdimos. Al desembarcar, a él le mandaron para el Norte y a mí para el Sur. Y en un camión nos iban adaptando a todos de pueblo en pueblo».

Así llegó a la Côte Bleue. «Iba con una chica que me protegió, porque la gente que la acogiese me tenía que acoger también a mí». Lo hizo la familia Salvador, que eran agricultores y valencianos. «En los dos años que estuve me lo pasé bien, no tengo ningún recuerdo malo, más bien todo lo contrario. Mucho cariño».

La vuelta fue «más complicada», cuando les desembarcaron en Bilbao y esperaron a que les recogieran sus familias. «Mi padre había muerto en el bombardeo de Ochandiano –rememora–. Me recogió mi madre, pero no nos entendíamos porque ella hablaba castellano y yo francés». José Mari explica que, al ser tan pequeño cuando partió a Francia, «lo he sentido después, al recordar con la asociación». Después, por ser huérfano de guerra, su madre le metió hasta los dieciocho años en la Casa de Misericordia de Bilbao, donde «me educaron y me enseñaron dos oficios y a la que estoy muy agradecido».

Flori Diaz, como Fausto, también fue a Inglaterra. «Era la época de Franco, con muchos padres presos y madres fusiladas. Tenía diez años». Saber que se marchaba de los bombardeos, la tranquilizaba. «No sabía si me llevaban a Bilbao o a Sestao. ¿A Inglaterra? En aquel momento no sabía dónde iba pero pregunté: ¿Hay bombas? ¿No? Entonces vale, voy», narra ahora con casi 96 años en enero.

En su recuerdo tiene grabada su estancia junto a otras cuatro pequeñas, en la que tuvieron «doncellas, cocinero, ama de llaves... como en las películas». Y más tatuado aún el momento que la Miss les subió «toallas, jabón y bañera, y una bolsita con cepillo de dientes. A cada una la suya».

«Sopa de suela de zapato»

A Bitori Iglesias, de 90 años, le tocó viajar un poco más lejos. A la Rusia de la Unión Soviética. Pasó allí 20 años. «En el edificio que viví del 37 al 41 había una habitación llena de juguetes. Era el paraíso –cuenta–. Allí tuve mi primera muñeca, tenía 5 años y 4 meses».

Fue con un hermano ocho años mayor. Él, como otros chicos, no quería estudiar y le mandaron con 16 años a San Petersburgo «a coger oficio. Pero llegaron los alemanes, lo cercaron y pasó 900 días allí. No había para comer y hasta hacían sopa de suela de zapatos y cinturones hervidos». A la vuelta, su padre había fallecido cuatro años antes «con la pena de no ver a sus hijos». Su madre fue a recogerle, le dio «un par de besos y me dijo que entendía que habían sido muchos años y no podía quererla. Que con el roce se haría amor».

Además de Fausto, José Mari, Flori y Bitori, en el acto santurtziarra han estado presentes José Luis Etxebarria, Azucena Fernández, Emilia Alas, Cándido Asensio, Cecilio Agirre, Imanol Basañez, Ilu Fernández, Luis Cianca y Mercedes Baranda. Imanol e Ilu han inaugurado la estatua junto al Lehendakari Iñigo Urkullu, que ha clamado: «Las imágenes de hace 85 años, las imágenes de hoy, nos reafirman en el no a la guerra, en la no violencia y en el diálogo como método para la resolución de conflictos».

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