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No se puede decir que Soraya H. M., autora confesa del homicidio y posterior descuartizamiento de su compañero sentimental, Roberto Colina, haya tenido ... una vida fácil. Rondando ya los cincuenta, es madre de cuatro hijos con tres parejas diferentes, tres de ellos aún son menores y han quedado a cargo de familiares tras su entrada en prisión. Con episodios de policonsumo de tóxicos, ha llegado a rozar la marginalidad. El año pasado estuvo viviendo con sus tres hijos menores en una habitación en el barrio de Santutxu porque, según dijo a algunos conocidos, le habían retirado la ayuda social que recibía. Recurrió a un abogado y pudo después recuperarla.
A principios de este año, retomó su antigua relación con 'Rober', como le conocían sus amigos. El hombre, de 62 años, sufría problemas neurológicos, pérdidas de memoria, y había sido sometido a una operación. Tal vez pensaron que podían ayudarse mutuamente. Hace varias décadas, Roberto regentó un pub en Sestao, su barrio, y ella trabajaba también en la hostelería, en cocina y limpieza. Cuando terminaban la jornada, el personal solía quedar en las zonas de copas de Zaballa y Juan de Garay, en Barakaldo. Probablemente, allí se conocieron. 'Rober' y V. M. M. S., el hombre detenido junto con Soraya por estafa y colaboración en el homicidio, y que ha quedado en libertad con cargos, eran amigos desde entonces.
Soraya se casó muy jovencita, con apenas 20 años, y enseguida se quedó embarazada de su primera hija. «Es una chica muy inteligente y educada, que ha ayudado mucho a su madre», cuentan quienes la conocen. Tras conocer la detención de su madre, enseguida le buscó a una abogada para que la asistiera. Ése ha sido su único matrimonio. Al cabo de unos años se separó y se unió a un individuo que «la pegaba» y con quien tuvo otra hija, pero él las abandonó. «Esto la marcó mucho. No volvió a ser la misma».
Después, estuvo viviendo con el otro detenido. De la pareja, nacieron otros dos hijos, el pequeño tendrá ya ocho años. Este hombre llegó a ingresar en la prisión del Dueso, en Santoña, de donde salió en 2015. Tras dejarle, retomó la convivencia con Roberto Colina, que también arrastraba problemas con las drogas. Antes de su desaparición, el 24 de julio pasado, Soraya trajo a casa a su excompañero. Los vecinos escuchaban fuertes discusiones procedentes de la vivienda. Cuando dejó de verse a 'Rober' por el barrio, también desapareció el otro hombre, que fue detenido el viernes de la semana pasada en un hostal en el Casco Viejo bilbaíno.
El caso fue calificado por la Sección Central de Investigación de la Ertzaintza como «de alto riesgo por indicios de criminalidad» desde el principio. La mujer era una de las principales sospechosas. A algunos vecinos del barrio Mendia les dijo que 'Rober' se había ido de viaje a Castro Urdiales y que no había vuelto, pero a otros les dio otra versión. «Que estaba con neumonía y no quería salir de casa, aunque no nos cuadraba porque tenía las ventanas de par en par». No fue ella quien presentó la denuncia por la pérdida de Roberto, sino su hermano. «Ella alegaba que no podía denunciar la desaparición porque no estaban casados».
Tras el hallazgo de dos piernas seccionadas junto al depósito de aguas, a unos 200 metros del piso donde vivían, la mujer realizó una sospechosa declaración ante las cámaras de televisión. «No andaba con buena gente y tenía muchas deudas», soltó como tratando de abundar en la hipótesis del ajuste de cuentas.
«Descuartizar un cadáver es muy laborioso y complicado. Hay que tener conocimientos de cómo desarticular los miembros. Para una persona sola es muy difícil», apunta el forense experto en psiquiatría ya retirado, Guillermo Portero. «Y hacerlo en otro sitio que no sea un domicilio, me parece imposible porque te van a ver», apunta. En su opinión, a la hora de registrar el piso, se debería buscar «qué instrumental pudo haber utilizado, como cuchillos, machetes o máquinas eléctricas». El caso presenta aún «muchos interrogantes», como «¿por qué no se deshizo también de las dos piernas?». Respecto al perfil psicológico de la acusada, «por la vida pseudomarginal que ha llevado y el encadenamiento de distintas parejas con problemas» apunta a un «trastorno de la personalidad con rasgos psicopáticos, más que a una enfermedad mental».
Soraya sigue una cuarentena en la prisión de Zaballa, la única de Euskadi para mujeres, en la que entró de manera provisional hasta que se celebre el juicio hace una semana. Después, quedará incluida en un programa de prevención de suicidios.
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