Silvia Romera y Eneko Abad tocan en el local de la calle San Diego. /

25 años al ritmo de la txalaparta en Sestao

Este curso, Eneko Abad, Azibar Terreros y Felipe Silva, tres reconocidos txalapartaris, comparten su maestría y pasión por este instrumento musical de raíces euskaldunes con 15 alumnos de muy diversa procedencia

AIDA M. PEREDA

Lunes, 8 de febrero 2016, 13:44

Cuando Silvia Romera descubrió la txalaparta en la Euskal Etxea de Barcelona se le quedó grabada a fuego la magia de este instrumento. «Es un tesoro y desde entonces no la he podido dejar. Me atrajo en seguida porque su sonido está muy relacionado con ... la tierra, es totalmente diferente a todo lo demás y para tocarla tiene que haber comunicación entre las dos personas», destaca. Esta joven de 39 años comenzó a aprender cuando se mudó al País Vasco hace cuatro años para trabajar como administrativo. «Allí intenté tocar por mi cuenta, pero era bastante difícil al no estar en el lugar de origen. En Donosti estuve en una escuela y cuando conseguí el traslado a Bilbao me inscribí en la escuela de Sestao, que es la mejor», asegura.

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A pesar de haber obtenido el nivel B.2 en euskera, esta joven catalana cuenta que aún le queda mucho para dominar la txalaparta. «Es muy difícil llegar a dominarla porque tocas con una o dos personas más y a la hora de practicar no es como con otro instrumento, que puedes meter las horas que tú quieras y puedas. Aquí tienes que encontrar un lugar y quedar con tu pareja», advierte.

Lo bueno, destaca Eneko Abad, cofundador y profesor de Sestaoko Txalaparta Eskola, en el segundo piso del antiguo colegio de Las Llanas, en la calle San Diego, es que «mientras que un violín o un trombón de varas no te da frutos hasta que no ha pasado un tiempo, con la txalaparta, en cambio, te llevas algo a casa desde el primer día, y siempre es así». No obstante, como en cualquier aprendizaje, es necesario tomárselo en serio y meter muchas horas de práctica para progresar.

Este curso, Eneko Abad, Azibar Terreros y Felipe Silva, tres reconocidos txalapartaris, comparten su maestría con 15 alumnos de muy diversa procedencia. «No hay un perfil determinado. Tenemos desde gente que sí viene concienciada de que va a aprender a tocar un instrumento musical, pasando por gente que ya tiene conocimientos de música y toca otras cosas, hasta gente que se apunta a esto con un amigo para verse y pasar un buen rato», cuenta Herreros, de Basauri. De hecho, él vino a Sestao hace seis años con el deseo de avanzar, porque llevaba tiempo tocando pero se había quedado estancado. «Elegí esta escuela por unos vídeos que vi de algunas actuaciones de Eneko. Quería tocar como él porque me dio mucha envidia», confiesa este veterano, que además de impartir clases en la localidad fabril enseña a txikis de 4 a 12 años en un colegio de Arrigorriaga.

Y es que la txalaparta no entiende de edad. Julián, uno de sus alumnos, tiene 65 años, pero también puede adaptarse a los niños con caballetes a su altura y tablas pequeñas. «Se les enseña a su nivel, es casi como jugar, pero a los doce alucinas ya con lo que hacen», cuenta. «Lo primero que hacen es coger la txalaparta y darle por todos los lados, pero hay que dejarles que se harten de golpear porque esa es la primera lección. Luego ya llega el momento en el que les tienes que enseñar a respetar un sistema de dos tiempos», explica. En cuanto al género, mientras que hay más txalapartaris masculinos que femeninos en la escuela, «son las chicas quienes aguantan más tiempo porque en general se lo toman más en serio y tienen más constancia», señala Abad.

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En cuanto los nuevos alumnos aparecen por la puerta, les entregan un libro sobre la historia de la txalaparta para desterrar mitos. «Algunos llegan pensando que viene de las cavernas», ríe Terreros. En realidad nace en Euskal Herria, donde las labores del caserío, como el golpeo de la manzana para hacer sidra, se realizaban de forma comunitaria en los pueblos. Y con el objetivo de que las largas jornadas de trabajo pareciesen menos duras hacían este juego rítmico alterno a modo de truco. «Cuando se celebraba la fiesta al terminar el trabajo, sólo estaban las herramientas de golpeo, pero no la manzana, por lo que ya no era un trabajo, sino sólo música», explica Abad.

En el colegio de Kueto

Este txalapartari sestaoarra reivindica que la txalaparta se incluya en los conservatorios y escuelas de música como enseñanza reglada y oficial, al igual que el piano, el fagot, el txistu o cualquier otro instrumento musical. En noviembre del 89, con apenas 16 años, Abad, por aquel entonces txistulari en el grupo de danzas Arriskugarri, comenzó a tocar la txalaparta con su amigo, el escritor Aritza Bergara, en el patio del colegio de Kueto. «Fuimos a un almacén, compramos dos maderas, un par de caballetes, gomaespuma y unos palos para las makilak. Nos costó un dineral para la edad que teníamos entonces», recuerda con una sonrisa.

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Ya desde el principio, mientras aprendían, enseñaban sus conocimientos al resto de la cuadrilla. «Fue entonces, hace más de 25 años, cuando fundamos la asociación con el nombre de Zugarramurdi Euskal Kultura Taldea que se mantiene a día de hoy, aunque firmamos todo como Sestaoko Txalaparta Eskola», indica.

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