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Alberto Díaz, vecino de Sopela al que todos conocen como 'Tito', ingresó el pasado 12 de septiembre en la residencia foral Aspaldiko de Portugalete. Cuatro infartos cerebrales sufridos en los últimos años le obligaban a dar un giro de 180 grados a su vida con ... tan solo 52 años. Pasó de ser rotulista y diseñador gráfico por cuenta propia a no poder apenas dibujar, ni tampoco escribir. Ahora sufre dificultades de habla, movilidad e incluso de visión.
No es capaz de poner una fecha exacta al primer infarto cerebral que sufrió. «Fue hace cosa de cinco años o así». Un día se notó una parálisis facial. Algo no iba bien, pero tampoco le dio mucha importancia. «Pensé que era un dolor de muelas. Tomé antibióticos y los síntomas desaparecieron», narra ahora. Pero dos semanas después le pasó lo mismo en el otro lado de la cara. Lo cuenta con tristeza en su mirada.
Había sufrido dos ictus y no era consciente de ello. Pero las secuelas estaban ahí. Y hace unos meses volvió a experimentar las mismas sensaciones. Ya no eran leves. Fueron dos ataques seguidos, más fuertes, que le dejaron en una situación de dependencia. «He pensado mucho sobre todo esto. Llegué tarde. Mi problema fue no haberme hecho unos análisis en años. ¡Ni tenía cartilla sanitaria! Cuando llegué al hospital los neurólogos me dijeron que poco se podía hacer ya. Digamos que, por desgracia, me di cuenta tarde», detalla con rabia.
Mientras enciende con cierta dificultad un cigarrillo de liar, recuerda su vida antes de la enfermedad con añoranza. «Iba a la playa todos los días y a jugar al frontón. También hacía de 'aizkolari', talando árboles y cortando leña. Invertía mi tiempo en lo que quería y ahora todo se ha esfumado. Dependo de médicos y de tomarme unas pastillas todos los días con las que solo espero mejorar», cuenta. Su historia protagoniza ahora un cortometraje.
Alberto llegó a Sopela hace veinte años tras decidir dejar su anterior vida en Zaragoza, ciudad en la que residía junto a su familia. Sus padres eran de Ortuella, donde había vivido hasta los tres años. Pero cuando regresó a Euskadi, vio en el municipio costero «el lugar ideal para estar tranquilo». Trabajó como autónomo durante años y forjó grandes amistades, que todavía hoy le ayudan a mantenerse con vida. «Pasaba horas en los bares que hay en Larrabasterra y en los de la playa de Barinatxe… Conocía al dueño y le hacía 'trabajillos' relacionados con mi profesión. Iba para aquí y para allá sin más preocupación. Fue una época buenísima la verdad», rememora.
Los tatuajes que conserva en su piel le ayudan a recordar quién fue. «Echo mucho de menos la vida que tenía, a día de hoy hay veces que me miro en el espejo y no me reconozco, como decía Evaristo, el de la Polla Records». La imposibilidad de moverse con soltura y que su tiempo libre se reduzca a los muros de la residencia le hizo entrar en una profunda depresión por la que engordó 30 kilos y de la que «no está seguro si podrá salir».
«Aunque físicamente parezca más mayor, me siento joven. Los médicos dicen que no soy el que peor está, que tengo la suerte de que no me ha afectado a la hora de pensar y ser consciente de todo», cuenta. Pese a ello, asegura que uno de los factores que más le ha hecho decaer ha sido la exclusión que sufre. «Muchos no entienden qué me pasa y creen que soy un desagradable. Piensan que no saludo y la mayoría de veces el problema está en que el tiempo de reacción de mi cerebro es mucho más largo del que debería ser. También me preguntan por qué nunca sonrío sin saber que no puedo mover el rostro cuando quieren sacarme una foto», detalla.
Por el momento, vive en la residencia de Portugalete de manera temporal, algo que le preocupa de cara a los siguientes meses. «Están mirando dónde me pueden llevar. A mí lo que me gustaría es poder convivir con gente más cercana a mi edad y tener una vida lo más normal posible dentro de las dificultades», concluye con esperanza.
Que Alberto se mantenga animado y saque cada día una sonrisa se ha convertido en la prioridad de sus amigos. Tanto, que incluso han producido un breve documental que muestra su historia con el fin de que se visibilice la enfermedad y sea un ejemplo a seguir. El corto, titulado 'Tictus' -han unido las palabras ictus y Tito-, está colgado en las redes sociales. «Es una oportunidad única para conocer de primera mano la experiencia de alguien que ha pasado por esta situación. Espero que resulte tan inspirador como a mí y que nos ayude a crear conciencia sobre el ictus y su impacto en la vida de las personas», explica su amigo, Egoitz Lataillade, encargado de la producción.
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