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La morfología de la ría era hace dos siglos muy distinta. Arenales y marismas abrazaban el cauce, conformando paisajes de gran riqueza natural. La configuración ... del estuario se modificó de forma brutal y el desarrollo económico hizo de la ría «una cloaca navegable». El Nervión recupera la vida en sus aguas, y ahora la vega de Lamiako es el último espacio que queda libre para poder devolver a la naturaleza parte de lo que perdió. Aquí, la carretera cercenó la marisma, que fue recubierta con miles de metros cúbicos de rellenos, -como la zona ribereña de Erandio-, pero todavía conserva salinidad y se inunda cuando las mareas altas coinciden con las lluvias fuertes. El espacio, de más de 16 hectáreas y separado de una zona de limos única en la ría por la BI-711, está dentro del inventario de zonas húmedas del Gobierno vasco. Agoniza en medio del abandono desde hace décadas, aunque por fin hay un plan municipal para su recuperación.
La Plataforma en Defensa de la Vega de Lamiako, creada en 2003 por varias asociaciones conservacionistas y biólogos para oponerse al proyecto de la macrodepuradora ya paralizada y en la que participan SEO Birdlife, la sociedad ornitológica Lanius o la sociedad de ciencias naturales de Sestao, urge a su restauración medioambiental. Porque la vega sigue siendo un vertedero al aire libre al que jamás llegan las campañas contra el plástico ni el servicio de basuras. Una señal advierte de la prohibición de tirar escombros, a la que se hace caso omiso. Toda la superficie de la antigua marisma está salpicada de desperdicios que en muchos casos llevan años allí. Hay sofás, palés, retretes, lavabos, colchones e incluso frigoríficos, uno de ellos lleno de comida en sorprendente buen estado de conservación. Cientos de latas y litronas, pelucas, sombrillas, mangueras y trapos están desperdigados por doquier, conformando una estampa sonrojante en la Bizkaia de este tiempo. Por su interior se camina a través de un paso abierto por un camión y senderos hechos por la gente, bordeados de zarzales y plumeros de la Pampa, que se intercalan con árboles como sauces, higueras y especies vegetales protegidas, como un tipo de junco en extinción. Y es que en este reducto verde hay al menos 30 tipos de plantas que solo crecen en este tipo de hábitat, 14 propias de marismas y 16 de zonas encharcadas, algunas muy poco comunes. Y la naturaleza se abre paso entre la basura.
Se han catalagado 167 especies de aves, 39 de ellas amenazadas. Como corretean ratoncillos y conejos, cernícalos y busardos ratoneros han convertido la vega en territorio de caza. Los limos (donde viven las gusanas tan apreciadas para la pesca) son parada y fonda de cientos de aves durante su migración y la vegetación sirve de refugio a otras. Algunas están solo en invierno. Tomar unos prismáticos garantiza todo un espectáculo e incluso ahora, en pleno enero, adentrarse en esta jungla de maleza es viajar a un lugar recóndito tomado por el trinar de los pájaros. «En condiciones óptimas podría convertirse en una reserva de extraordinaria riqueza natural de gran rentabilidad social por su atractivo turístico y por la revitalización del barrio que traería», explica Begoña Zorrakin, la coordinadora de la Plataforma. Ahora que por fin hay un proyecto para sacar la vega del olvido, su mayor temor es que la zona acabe como un parque más donde se pongan columpios y bancos. «Cualquier solar puede serlo, pero solo la vega de Lamiako puede volver a ser una marisma».
Residentes. Martín pescador, andarríos chico, carricero común, carricerín común.
Paso migratorio. Cigüeñuela, alcaraván, torcecuello, collalba rubia, lúgano, correlimos común, mosquitero musical, papamoscas, cerrojillo, chorlitejo chico, colirrojo real.
Invernales. Somormujo lavanco, zampullín cuellinegro, gaviota sombría, pájaro moscón, zampullín común.
Ocasionales. Garcilla cangrejera, cormorán moñudo y garza imperial, entre otros.
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