Con una renta neta anual media por habitante de más de 20.994 euros, Getxo es el municipio más rico de Euskadi y el noveno de España. Pero lo cierto es que hay otra realidad, menos afortunada, más oculta y que lamentablemente no deja de ... crecer. La de centenares de personas que las pasan canutas para llegar a fin de mes y que dependen de organizaciones humanitarias como la Cruz Roja para sobrevivir. La situación es preocupante porque los números no paran de crecer. «En los dos últimos años se han duplicado las familias demandantes de alimentos. Si en 2022 nos solicitaron auxilio 440 personas, el año pasado el número se elevó a 823, la mayoría de varios miembros, por lo que el volumen de ayuda es mayor», lamenta el presidente de la asamblea de Margen Derecha, Agustín Herrero.
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Sabe bien de lo que habla, porque este jubilado, que se unió a la organización hace más de una década, lleva desde 2019 al frente del colectivo reflotado por 226 voluntarios. El perfil del usuario ha cambiado, «por suerte, ya no se cronifica. Son personas que necesitan ayuda hasta que consiguen buscarse la vida», afirma el responsable. Además de vecinos de Getxo, atienden a residentes en Erandio, Leioa y Txorierri en su programa social, aunque casi la totalidad de los perceptores de alimentos son de la cabecera de comarca.
Algunos de ellos llegan al número 4 de la calle Los Puentes de Romo, donde tiene una de sus sedes -la otra está en Arriluce, aunque atiende las emergencias en la mar- a través de los Servicios Sociales. Otros lo hacen por su propio pie. Siempre se lleva a cabo una valoración socioeconómica para averiguar si el demandante de ayuda cumple o no con los criterios y se les presta asistencia a través de un programa integral que va más allá del reparto de alimentos. «Hay gente que cree que puede venir sin más y no es cierto. Este año, a 116 personas (14%) se les ha denegado la ayuda. Para nosotros es un esfuerzo increíble», recuerdan.
Cruz Roja dio un paso muy importante el pasado abril, cuando trasladó su almacén de alimentos a Romo. «Arriluce no cumplía condiciones de dignidad, hace lluvia, viento, está a desmano, y todo el mundo veía las colas. Yo sólo pensaba en que los niños que estaban allí, iban a tener ese recuerdo para toda la vida», comenta Herrero.
«Vienen con cita, tienen un lugar donde sentarse, un voluntario les recibe y ellos mismos hacen la compra en función de un programa de puntos. Es un matiz importante, no se les da, lo cogen», añade Sonsoles Gortazar, técnica de intervención social. A su oferta han sumado en los últimos meses productos perecederos, frutas y congelados. «Las familias vienen una vez al mes, tienen su calendario, se cita a 50 familias cada mañana», apunta Maribel Lavín, que de usuaria de talleres de memoria pasó a voluntaria hace seis años.
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