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Hace seis años que Gregorio Ugalde, Goio, se embarcó en un gran sueño. Lo perseguía desde que era un crío y ahora, a sus ... 75 años, está a punto de hacerlo realidad. Sus manos siguen incansables dando forma a un velero de 12 metros de eslora con el que quiere proseguir esta travesía hasta Grecia. Lo está armando en un terreno mar adentro de Sopela, contra viento y marea, y el objetivo de verlo terminado antes de 2023. «Eso espero. Lo interesante del proyecto es la construcción, mi Ítaca», confiesa Goio mientras repasa con EL CORREO un 'diario de navegación' que culminará cuando sea botado su 'San Pedro', en honor al patrón del pueblo.
Como en toda aventura, es más importante el viaje recorrido que la propia meta, comenta Goio, un aficionado a la navegación que acostumbraba a hacerse a la mar siete días al mes desde el club de Getxo rumbo a Astondo, en Gorliz. Con la cubierta ya acabada, la faena se centra en el camarote. Las jornadas son largas en este 'astillero' levantado sobre una zona de huertas de su propiedad.
Diseño: Modelo diseñado por el arquitecto naval C. Raymond Hunt en 1938.
Eslora: 12 metros.
Manga: 3,10 metros.
Palos: 1 palo/mástil, 1 botavara y 2 velas.
Mástil: 14 metros.
Quilla: 3,5 toneladas.
Madera: 3 toneladas.
Calado: 1,75 metros.
103 Sólo se construyeron 103 balandras del modelo Concorcia 39 entre 1938 y 1966.
Este periódico le acompaña durante una jornada de tajo en el velero, una balandra diseñada originalmente en 1938 por el arquitecto naval estadounidense C. Raymond Hunt. Dice estar jubilado -Goio cerró su actividad profesional como constructor en la promoción inmobiliaria tras iniciarse en el sector como fontanero-, pero cada día dedica ocho horas al barco, modelo Concordia 39. «Al principio superaba incluso las nueve, y venía sábados y domingos. No me parece pesado porque disfruto haciéndolo. Me encanta. Eso sí, no te permite desfallecer ni un segundo, es un trabajo de titanes», declara. El reto concluirá cuando atraque el 'San Pedro' en un puerto griego, travesía que quiere completar en compañía de su amigo Jon Laka tras dos semanas de ruta.
La infancia
Será inevitable que durante esas largas jornadas a su mente no vengan recuerdos de su infancia en Bilbao, en plena industrialización y trasiego portuario. «De niño -llegó a la capital vizcaína con 12 años- me asomaba a la ría todas las tardes para ver los barcos. Cada vez que tenía un rato libre me escapaba. Disfrutaba de esos momentos». Incluso sus vacaciones se ceñían a la costa para poder visitar los puertos. Pero seguía sin poder ponerse al timón.
Todo cambiaría, pero ocurrió sesenta años después. Nunca es tarde, debió pensar. «Más liberado del trabajo, me saqué el PER (Patrón de Embarcaciones de Recreo) y seguido el de patrón de yates». Practicó durante un tiempo en el club náutico de Getxo. «Enseguida le cogí el truquillo». Y en el horizonte apareció la idea de tener su propia embarcación. Sería diferente al resto, estaría hecha con sus propias manos.
150.000 euros en el proyecto
Sobre la mesa de su 'astillero' se pueden ver aún esos voluminosos y desgastados planos que le han ido marcando los pasos a dar para ensamblar un barco al que ha destinado 150.000 euros de sus ahorros. «Miré por internet miles de veleros hasta que di con este, un Concordia 39». Le enamoró su diseño, su línea clásica.
El primer paso no fue fácil. «Tuvieron que ir hasta Estados Unidos para traerme el plano al que le hice unas modificaciones para ajustarlo a lo que yo buscaba». Y Goio tuvo que seguir formándose y curtiéndose. «Interpretar unos planos no es difícil, solo hay que saber cómo hacerlo. Estudié en la Escuela de Maestría de Atxuri, por lo que partía con una base». Ha hecho unas cuantas maquetas de barcos, pero nada que ver con lo que tenía entre manos. Compró la madera en Valencia, la resina en Galicia, la electrónica en Inglaterra… Y el 1 de noviembre de 2014 inició la aventura de verdad.
Tres toneladas de plomo fundidas
«Aitite, ¿cuándo vas a terminar el barco?», le preguntó un día su nieto, que le ha visitado en más de una ocasión. «No es hacerlo cuanto antes, sino ir disfrutando mientras lo haces», le respondía. Tres años empleó en dar forma al casco. En ese momento, llegó la hora de darle la vuelta, una maniobra crítica. «Vinieron grúas y tuvimos que cortar la carretera». Los operarios tuvieron que emplearse como auténticos cirujanos; un milímetro podría echar por la borda todo el esfuerzo anterior. No solo debían voltearlo, sino también encajarlo en el lastre de plomo de la quilla.
«Fundimos tres toneladas y media de plomo sobre un molde que creé en el suelo. Me pasé una semana durmiendo aquí para vigilar que no saliese nada mal». Era crucial. De este paso depende que el barco, con un mástil de 14 metros, luego gane estabilidad en la mar.
El accidente
Cuando todo parecía que encarrilado, llegó un accidente que puso seriamente en peligro el sueño. «Hace un año estuve a punto de abandonarlo todo», confiesa Gregorio Ugalde, todavía asustado y sin poder ocultar esos gestos de dolor cada vez que recuerda el episodio. Sufrió una fuerte caída mientras trabajaba en el barco que le costó la fractura de una vértebra. «Me subí a una escalera para pintar una de las estrellas, pero se desestabilizó y caí fuertemente contra el suelo. Estuve veinte minutos sin poder moverme. Por mi mente pasó dejarlo todo».
El accidente le obligó a alejarse del velero durante tres meses. Y encadenó el parón con la llegada de la pandemia. El proyecto parecía quedarse atracado, pero no fue así. «No me daban cita para la rehabilitación, de manera que vine al barco y volví a retomarlo. Fue mi sesión de recuperación», recuerda risueño. Porque solo él tiene la llave del barco. «Solo lo toco yo. Es mi proyecto y lo quiero construir yo», explica. De ahí que hasta le quite muchas veces el sueño. «Estoy las veinticuatro horas pensando en el barco, me voy a la cama pensando en lo que haré al día siguiente».
Botadura en Getxo
Sueños por los que también pasa, y no lo oculta, el viaje que tenía grabado a fuego en su cuaderno de bitácora. «La satisfacción que sentiré cuando termine el barco será tremenda. Y la sensación de navegar en él, en algo que he hecho con mis propias manos, será inigualable: una libertad, una paz…», confiesa. Todavía queda tiempo para ello, pero ya tiene en mente la ruta que realizará con el velero durante al menos dos semanas, según sus cálculos. «Lo botaremos en Getxo. Bordearemos la península e iremos por Cerdeña, donde atracaremos para descansar, y seguiremos por Sicilia hasta terminar en algún puerto griego, ya veremos en cuál», dibuja en su mapa, a la espera de poder zarpar hacia la conquista de este sueño.
Sorprendentemente, esa zona de amarre marcará el punto y final de la aventura. «Lo dejaré y volveré a casa en avión. He elegido Grecia porque es una zona tranquila en la que podré disfrutar del velero, mi idea es regresar con la familia y amigos cada vez que pueda para disfrutar de él».
Pero Goio confiesa que si se llega a embarcar en esta empresa «con veinte años menos», su sueño podría haber sido mucho más ambicioso: «Sería dar la vuelta al mundo con mi velero».
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