carlos benito | andrea cimadevilla
Viernes, 28 de octubre 2022, 10:59
Muchas veces los incendios tienen en vilo durante horas a los residentes de las casas más cercanas, que contemplan con el corazón en un puño cómo avanza el caprichoso frente de las llamas. Pero el fuego de este viernes en Unbe responde a otro perfil: ... se aproximó a las zonas habitadas sin hacerse notar, con sigilo, de manera que los vecinos de la zona de Sustatxa seguían dormidos cuando las autoridades decidieron desalojarlos. La llamada a la puerta, alrededor de las siete de la mañana, ha sido su primera noticia de que el monte estaba ardiendo justo ahí al lado.
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«Es que no me he enterado de nada -casi se disculpaba Aitor Hernández, uno de los evacuados-. Ni siquiera he llegado a ver el fuego». Y Manu Oribe, de otra de las ocho familias desalojadas, lo llevaba todavía más lejos: «Es que no hemos visto ni el humo, ni tampoco hemos notado el olor», comentaba con cierto asombro. «Nos ha dado tiempo a vestirnos, coger el perro y salir con los coches. Parece que la situación está controlándose, ¡esperemos que esto pare pronto!», añadía su mujer, Cecilia.
Estos vecinos se quedaron esperando en el puesto de control, establecido a unos doscientos metros de sus domicilios. Alrededor de las once, pudieron regresar a sus casas, ya que finalmente el viento había empujado las llamas por otro camino y la amenaza sobre sus viviendas había cesado.
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MANU CECILIO | YVONNE ITURGAIZ
Maite Íñiguez, que ha vivido siempre aquí arriba y es algo así como la memoria viva de la zona, regresaba del área afectada con su hija Itziar. Habían bajado caminando, en cuanto la Ertzaintza volvió a permitir el acceso, para comprobar si la casa de madera donde vive Itziar había sufrido algún daño: «Ahora ya me he quedado tranquila -suspiraba la hija-, ¡menos mal que el viento ha alejado las llamas hacia Sopela! A primera hora, cuando nos han despertado y nos han dicho que saliéramos, soplaba más y el fuego estaba bastante cerca. El problema es que está el monte lleno de maleza y arde todo en un momento». Maite miraba el asunto con la perspectiva de los años: «Aquí ha habido incendios toda la vida. Yo vivía en el caserío y luego en el restaurante, y he visto montones de fuegos. Entonces las cosas eran distintas y mis padres no querían marcharse de casa, así que teníamos las llamas ahí mismo», evocaba, señalando el otro lado de la calzada.
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Bajando por la carretera que lleva a Berango, uno se iba topando con vecinos pendientes de la evolución del incendio. Joseba Ortiz de Zárate y Asier Poveda se ponían al día de los acontecimientos. Sus casas quedaban más arriba, aparentemente resguardadas, pero eso no bastaba para despejar todas sus inquietudes: cuando hay un incendio paseándose por la zona, más vale permanecer atento al rumbo que toma. Joseba lo tenía perfectamente localizado: «Desde aquí no se ve, pero si miráis desde un poco más allá -indicaba a los forasteros- se aprecia bien la humareda».
- ¿Y cómo están: tranquilos, intranquilos...?
- ¡Y qué vamos a hacer! Hay que esperar...
- Yo trabajo en una de las empresas que están ahora ahí apagando -apuntaba Asier- y conozco bien los incendios, no me gustan nada. ¡Te los regalo todos!
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José María Pérez, otro de los afectados, relataba su experiencia desde la camioneta, a la salida de su propiedad. También él había tenido al lado el fuego, el peor vecino que existe, sin darse cuenta siquiera. «Yo llevaba tiempo levantado, estaba desayunando y me ha llamado una hija: '¡Que se te va a pegar fuego a la casa!', me ha dicho. Pero por suerte el viento tira para allá: mientras siga así, no hay miedo. Si hubiese venido para el otro lado, sí me podría haber fastidiado. Otro terreno que tengo más arriba a lo mejor lo he perdido». Y también señalaba con precisión hacia la masa de humo que ascendía desde el foco activo. «Mira, todavía sigue ahí, pero no tanto como esta mañana, cuando lo he visto yo. ¡Había unas nubes amarillas...!».
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