ERLANTZ GUDE
Jueves, 23 de febrero 2017, 23:33
Jon Salvador vivió un infierno en la carrera de 2010 en pleno desierto del Sahara. «Se había cerrado la inscripción, cuando recibí una llamada del organizador invitándome a volver a la Sahara Marathon. Los atletas argelinos se habían adueñado de la prueba, y pensaron ... en mí, que ya había competido exitosamente allí, para intentar romper su hegemonía». El atleta erandiotarra, de 50 años, no recuerda un calvario como el vivido en aquella prueba. «Ya en carrera daba por buena la cuarta plaza. Cómo iba a pedir más contra aquellos rivales y en su terreno».Desde la organización le dieron el chivatazo de que los atletas destacados no iban en las mejores condiciones, y Jon se vino arriba. Fue rebasando a sus adversarios hasta colocarse en cabeza de carrera.
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El rush final fue contra sí mismo. «En el kilómetro 40, a poco más de dos para el final, iba casi muerto. Ni oí ni veía», relata. ¿De ir rezagado se habría retirado? «Para eso tendría que estar literalmente muerto. Pero lo cierto es que no podía más. El final se me hizo eterno, aunque por detrás también venían muy tocados», evoca. Obtuvo la recompensa del triunfo y la mejor marca de la historia de la carrera.
Pero lo realmente emocionante para el atleta erandiotarra es la vertiente solidaria de la competición. Llevan artículos para entregar a los residentes en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, quienes les acogen en sus jaimas. Los momentos de convivencia «son muy emotivos» Jon tiene una niña apadrinada en Tinduf, y más en alguien con una marcada vena solidaria, como viene mostrando en los Maratones Solidarios que protagoniza en los lugares más insólitos junto a su inseparable compañero, el paraolímpico Javier Conde «preparamos una muy grande, esperemos que todo salga bien», anticipa-.
La carrera de este año, que se celebra el próximo martes, presenta para él el aliciente de que le acompañarán su mujer Mabel, su hijo Gaizka y su sobrino Oier, que también competirán. Partirán hoy y ella dice que aún se lo tiene que pensar, pero Jon ya la tiene casi convencida para que se sume a la prueba testimonial de 5 kilómetros, que su mujer completaría andando.
«Todo es posible»
«No puedo correr, aunque probablemente me anime. La pena es que no podría ver a Jon competir», explica. Entretanto, su hijo Gaizka participará en la de 10.000 metros y Oier, en la media maratón.
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Los nervios ya han empezado a hacer mella en los chavales. «Pero hasta yo me pongo nervioso antes de una carrera», justifica Jon, quien sostiene que en una prueba en un hábitat de la crudeza del desierto la relevancia del factor mental se dispara frente al físico. «Digamos que se igualan». Oier se ha puesto en manos de su tío, en quien confía «ciegamente», y ha ido subiendo la intensidad de los entrenos hasta correr a diario una hora y media. Jon dice que sería un éxito que entrase entre los cincuenta primeros.
Su hijo, entretanto, se ha librado de una preparación específica. «Ya entrena duro en su equipo de baloncesto». Cree que, en su caso, dado el nivel de los participantes y el menor número de inscritos será más sencillo que se cuele entre los cincuenta primeros. ¿Y en cuánto a Jon? A priori su gran rival es el campeón ultrafondista Giorgio Calcaterra. «Pero en el desierto todo es posible». Lo dice quien fue capaz de conquistar el infierno.
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