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Alguien comentó hace un tiempo que se había visto a Mario Iceta compartiendo mantel y lechazo en un restaurante de Burgos, pero nadie lo asoció con una posible aclimatación al destino que le tenía preparado el Vaticano. Se hablaba, sí, de un prelado vasco para ... la histórica archidiócesis castellana, pero las miradas se volvían hacia José Ignacio Munilla, pese a que suponía un ascenso: el caso era sacarlo de San Sebastián. Además, el obispo de Bilbao era el gran favorito para ocupar el sillón de San Isidoro en Sevilla. Al final, 'don Mario' se queda a más de la mitad de camino, a 700 kilómetros de la capital hispalense, en lo que supone, visto desde fuera, un nombramiento agridulce. Es una promoción, puesto que asciende al rango de arzobispo, pero Burgos está muy por detrás de la ciudad andaluza, una pieza clave en el mapa eclesiástico español.
Parecía que Andalucía era su destino natural porque era allí donde había terminado de formarse tras licenciarse en Medicina y Teología en la Universidad de Navarra, del Opus Dei, que siempre ha visto en él a un obispo receptivo. Por casualidad, recaló en Córdoba y allí inició su servicio pastoral, pese a haber nacido en Gernika. En la Iglesia vasca no se le esperaba. En la campiña cordobesa se fijaron pronto en sus capacidades de liderazgo y fue nombrado vicario general y ecónomo, con un puesto en Cajasur, la entidad que le dio su primer disgusto cuando hizo aguas en la 'crisis del ladrillo'. Su mentor fue Juan José Asenjo, obispo de Córdoba, que fue nombrado administrador apostólico de Sevilla con derecho a sucesión en 2008, el mismo año en el que Iceta logró la mitra como obispo auxiliar de Bilbao para ayudar a Ricardo Blázquez. Era el 5 de febrero y poco más de un mes después fue consagrado en la catedral de Santiago.
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Llegó en un clima de recelos, un clásico ya en los nombramientos episcopales de la diócesis vizcaína. Era vasco, pero sin ninguna conexión con el nacionalismo. Y su designación se encuadró en la misión que había traído a Bilbao, en 1995, a monseñor Blázquez para templar a una Iglesia a la que se consideraba muy politizada y con sello de progresista. Apuntalaba un cambio de ciclo que se interpretó como un giro impuesto por el Vaticano. Iceta lo tuvo más fácil porque se estaba fraguando ya un cambio sociopolítico en Euskadi, con ETA en plena ciaboga para dejar las armas (sin las convulsiones que repercutían en la Iglesia) y un cambio generacional en el seno de la propia institución eclesiástica con la pérdida de fuelle del sector que se identificaba con la línea de sus antecesores. Normalizar el territorio sin traumas. «Un obispo está para coser grietas», ha repetido.
Pragmático y posibilista, monseñor Iceta no estaba dispuesto a desgastarse, así que rehuyó el enfrentamiento directo y se centró en cultivar a «los suyos», sobre todo los curas más jóvenes y los seminaristas, que se convirtieron en su 'ojito derecho'. La generación siguiente. Lo ha hecho desde un conservadurismo doctrinal, muy templado, que algunos denominan neoclericalismo. También se ha visto en las formas, por ejemplo en la catedral, iglesia madre de la diócesis, en los atuendos de los oficiantes y en los rituales litúrgicos, que parecían responder a un convencionalismo eclesiástico. Junto a su empeño por reforzar la identidad y visibilidad sacerdotal, otra de sus apuestas ha sido la pastoral familiar, dada su responsabilidad en ese campo en la Conferencia Episcopal.
La capacidad de trabajo es una de sus virtudes, y lo ha demostrado en muchas áreas. En lo económico, ha impulsado medidas de control, transparencia y ajuste del gasto; y en lo social, se ha volcado con una visión caritativa de los pobres y las injusticias, más que en la denuncia de las causas de la desigualdad. Deja muchos amigos en Bizkaia, porque, a diferencia de Blázquez, ha cultivado la relación con la sociedad en múltiples sectores, incluido el de la comunicación. Seguramente, le ha ayudado su don de gentes y simpatía, que ha desplegado con habilidad en las relaciones sociales. Y el físico le acompaña.
su relevo
tiempos
Hace ya casi dos años que algunos apreciaron en Iceta la sensación de que en la diócesis vizcaína ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Coincidió con los primeros rumores de que su nombre aparecía en quinielas para un ascenso eclesiástico, con mayor peso jerárquico. El hecho de que se moviera en la Santa Sede para conseguir un obispo auxiliar y que el Vaticano se lo concediera en un tiempo récord disparó ya todas las conjeturas. Era cuestión de tiempo. Algunos hablaban de dos años, y han sido 17 meses. Iceta estará en Bilbao hasta el 5 de diciembre con mando en plaza, pero ya se ha abierto el debate con la incógnita de quién será su sucesor.
El relevo natural sería Joseba Segura, el actual obispo auxiliar, que ya está rodado y maduro para el cargo. Iceta siempre se ha deshecho en elogios sobre los valores de su 'número dos', algo en lo que ayer volvió a insistir. «A mí me gustaría que fuese él. Hemos trabajado codo con codo y conoce perfectamente la diócesis. Está perfectamente cualificado para el puesto. Si a mí me preguntan por eso, diría que sería un estupendo obispo de Bilbao», declaró ayer el nuevo arzobispo a EL CORREO. Que le van a preguntar es seguro, pero la decisión no depende de él. A partir del 6 de diciembre, monseñor Segura se quedará al mando de la diócesis de manera interina hasta que la Santa Sede tome una decisión. «La elección de mi sucesor puede tardar meses. Hay mucha elasticidad», advirtió Iceta. El nuncio (embajador) de la Santa Sede en Madrid ya está dándole vueltas al puzle.
En efecto, Segura, que tiene más edad que el titular, ha demostrado una capacidad de gestión muy notable. Conoce muy bien el percal. Habla euskera y cuenta con el apoyo de la gente, por lo que su nombramiento sería muy bien acogido. Además, tiene el respaldo de la nueva cúpula del episcopado, presidida por el cardenal Omella, que ya se ha fijado en las cualidades del prelado bilbaíno. De momento, le han hecho un hueco en la Comisión de Economía, un campo que domina, y algunos obispos ya han manejado su nombre de manera discreta para consolidar un núcleo duro que lidere pronto la Iglesia de Francisco en España. Y el Papa lo sabe.
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