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La huelga del metal ha inaugurado hoy en Bilbao un nuevo modelo de protesta multitudinaria. Consiste, a grandes rasgos, en que la multitud la pongan exclusivamente los ciudadanos, en ningún caso los manifestantes. El fenómeno quizá no dice mucho acerca de la capacidad de convocatoria ... de la lucha de masas pero constituye un hito en lo tocante a la optimización de recursos. La lección de la jornada es que un centenar largo de personas son más que suficientes para transformar la mañana bilbaína en un caos considerable.
El método: colocar un puñado de manifestantes en los túneles de San Mamés, el principal acceso a la ciudad, parando por completo el tráfico de la primera hora, entre las siete y media y las nueve y media. Se trata del momento exacto en que la capital funciona como un imán que atrae población no especialmente plutocrática, más bien gente que madruga para entrar a trabajar por los motivos por los que habitualmente se hacen esas cosas. Destaca entre ellos el de no tener otro remedio.
Las consecuencias: 12 kilómetros de atasco en la A-8, el infierno circulatorio en el entorno del puente Euskalduna y el tranvía sin avanzar más allá de la Casilla. Así durante dos horas. Hay que volver a los túneles de San Mamés para recordar la causa del colapso: ciento veinte manifestantes. Es un grupo humano que cabe en dos autocares, compone una fiesta de cumpleaños normalita o constituye un gran éxito en la presentación de un libro de poesía. No parece la clase de movilización capaz de parar una ciudad.
El problema es por supuesto la desmesura, que roza lo arbitrario y genera un perjuicio exagerado en quien se queda atrapado en la A-8 por la cara. Vamos a ello: el derecho a huelga no puede ser más constitucional y el de manifestación es garantía de las libertades públicas. Pero ambos requieren, como casi todo, de una cierta proporcionalidad. La desproporción entre la movilización de esta mañana y su impacto es asombrosa. Y no se entiende que el corte de los accesos de San Mamés contase con los permisos pertinentes, como si no existiesen cien alternativas más razonables.
Tendría sentido que a partir de ahora cualquier manifestación que reúna a cien personas exija su derecho a neutralizar por completo una entrada a Bilbao. Con cincuenta y un poco de suerte, quizá pueda obtenerse la autorización para la sentada en las vías del metro.
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