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A Ana y a Naike les separan 31 años. Pertenecen a dos generaciones distintas, pero les une una profesión, considerada hasta ahora «de hombres». Ambas son ertzainas. Ana, vecina de Vitoria, se jubiló hace cinco años, con 59. Pertenece a la primera promoción de mujeres ... que entró en la Ertzaintza en 1983, la segunda del cuerpo recién nacido, ya que en la primera se fijó como requisito haber terminado la mili. A Naike, vizcaína de 33 años, le falta un mes para terminar las prácticas. De la última hornada, la 30, terminó hace un año su formación en la Academia de Arkaute.
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«Salí a la calle con falda y mocasines. Así regulábamos el tráfico, aunque nevara. Hasta el primer invierno no nos hicieron pantalones», recuerda Ana. Su primer destino la llevó a Atestados y después a Tráfico Carretera y cuando se quedó embarazada pasó a Instituciones. La Ertzaintza nació con estas dos únicas unidades, así que tampoco le quedaban muchas opciones. Después, trabajó como patrullera en Vitoria y en los últimos años, en labores administrativas.
Ana
Ertzaina de la 2ª promoción
Con los años, la Ertzaintza se ha convertido en una Policía integral que está alcanzando en las últimas promociones un 30% de presencia femenina. En la clase de Naike en Arkaute, por ejemplo, «la mitad, de un total de 34, éramos chicas». Ninguna de las dos se ha sentido discriminada por sus compañeros por ser mujer. «Están ya acostumbrados a que hagamos de todo, como ellos. Es cuestión de personas, no de hombres y mujeres», sentencia.
Ana reconoce que en su época sí notaban cierto paternalismo. «Los mandos nos querían proteger. Estuve en una manifestación de Tubacex y el señor Arcocha (Carlos Díaz Arcocha, superintendente de la Policía vasca asesinado después por ETA), que era el mando, me decía: 'Benjamina', ponte detrás de mi que yo paro las piedras con la tripa», recuerda con una sonrisa. También se tuvo que enfrentar a algún que otro camionero, a los que «no les gustaba nada que una chica les dijera que habían cometido una infracción o simplemente, que le pidieran la documentación».
Los hermanos de Ana y su marido también fueron ertzainas, y la hermana y el cuñado de Naike. «!Pero estás loca, si no hay chicas!», le espetaron a Ana cuando desveló que ella también quería ser policía vasca. Trabajaba como administrativa en un despacho de abogados y no dudó en embarcarse en la aventura. Naike se ha licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas, aunque lo que le llenaba de verdad era ser policía, así que se apuntó a la OPE conjunta y aprobó a la primera. Ahora, está destinada como patrullera en la comisaría de Ondarroa, donde las jefas de operaciones, de patrullas y de investigación son mujeres. De momento, no se plantea otro destino. «Me gusta la calle».
En 1983 las pruebas físicas consistían en correr 800 metros, hacer abdominales y demostrar flexibilidad, además de salto de altura. Ahora, incluyen carrera, press de banca, circuito de agilidad y natación. Son los mismos ejercicios para ambos géneros, pero se exigen distintas marcas. Las dos tuvieron que entrenar especialmente la carrera porque era lo que más les costaba.
Ambas defienden que una mujer puede acceder a cualquier unidad policial. «No todo es la fuerza física sino que se puede suplir con técnica. Aunque también hay chicas con mucha fuerza». En la Unidad de Rescate sólo hay una mujer, María. «Ella dice que nosotras mismas nos ponemos la barrera. Ella les ha enseñado a sus compañeros a hacer una polea para subir la camilla porque la izaban a pulso».
Naike
Ertzaina en prácticas de la 30ª
Naike ha llegado a una Ertzaintza sin la amenaza terrorista. Cuando Ana entró en Arkaute, «había mucha ilusión en la calle por la creación de la Policía del pueblo. Pero cuando empezamos a multar y a sacar la porra a pasear en las manifestaciones, dejamos de serlo. Enseguida empezó la kale borroka e íbamos aprendiendo a autoprotegernos», recuerda. «Entras por una profesión y se convierte en vocación. No queríamos ceder al chantaje ni al miedo, que existía y mucho, pero iba por dentro».
Pese a que apenas lleva unos meses, Naike ya es consciente de que los policías conocen a veces la cara más cruda de la realidad. «Vamos a lo peor, también ves cosas buenas, pero otras difíciles de asimilar, como las agresiones, los niños en entornos desestructurados y desatendidos que te los llevarías a casa». «Hasta que no estás aquí, no lo ves. Yo no sabía que la gente tenía tantos problemas», reconoce la joven.
Ana aún recuerda a su «primer muerto», con el cuerpo seccionado por un accidente de tráfico, aunque le impactó aún más una intervención con un coche volcado que quedó colgando de un precipicio. «No sabía si oía el llanto de un bebé o un gato. Tuve que reptar para rescatar a un bebé. No afecta tanto ver a un muerto como a un vivo sufriendo». Aún se emociona cuando recuerda cómo entregó al niño a su madre en el hospital.
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