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Bizkaia, tierra de valientes, bastión de la industria, cuna del Guggenheim, faro del futuro, ha empezado la semana orientando toda su potencia de fuego institucional ... en una dirección: la inauguración de un kilómetro de bidegorri. Ahí estaban, el lunes, frente a un túnel que se llama El Boquete, las autoridades públicas más relevantes del territorio. Asistieron la diputada general, el alcalde de Bilbao, el diputado de Infraestructuras y los alcaldes de Basauri y Etxebarri. Que las personas encargadas de gestionar cientos de millones de euros públicos hayan aparcado sus responsabilidades ordinarias para acudir al evento denota la vocación estratégica y transformadora de la infraestructura.
La infraestructura, pues eso, es un bidegorri. Un segmento aislado, huérfano, al que hay que dar continuidad tanto en dirección a Bilbao como a Basauri. Es que forma parte de un plan más extenso y ambicioso. Un plan para construir 200 kilómetros más de carriles bici por toda Bizkaia en la próxima década con una inversión de 236 millones. Evidentemente, los análisis de coste-beneficio habrán determinado que sale a cuenta meter esa parte del bote común ahí y no en la cobertura de otras necesidades suficientemente atendidas ya como puede ser lo de la vivienda, o lo de las residencias de mayores, o lo de las coberturas sociales, o lo del impulso a la industria, o lo de la educación.
A ver, que sí, que puede que ahora por muchos de los bidegorris ejercientes pasen sólo un par de bicis cada seis horas, o menos. Pero es que no se va a saber si la cosa funciona de verdad hasta que no esté todo hecho, la red ciclable en su globalidad, que es entonces cuando la gente se anima. Que las apuestas hay que hacerlas así, a tope, con entusiasmo y frenesí, no poco a poco ni con miedo. Si gustan los bidegorris hay que tirarse a la piscina, actuar con audacia y no andarse con pruebas timoratas ni con progresividades pacatas.
Y si al final la gente no se anima a pedalear diez o veinte kilómetros para ir al trabajo o a la universidad, cortando con gallardía la noche invernal y tormentosa, al menos quedará como testimonio de progreso un buen latigazo en el terreno, ese rojo intenso, inflamado, reventón, aullante, como señalando el camino hacia el futuro. Que a los vecinos se les ponen pegas para cambiar las ventanas por lo de la uniformidad estética, pero tienen al menos la compensación de ver desde ellas, desde las ventanas, la huella de la modernidad partiendo las campas verdes. Que sé yo, en Loiu, por ejemplo, donde uno de estos carriles bici discurre imponente, paralelo a bucólicos caminos vecinales, entre trinos y brisas suaves, cumpliendo la misión sagrada de proteger a los ciclistas del tráfico intenso e impetuoso.
Por supuesto que Bilbao también está haciendo mucho esfuerzo con los bidegorris, que no ha de desmerecer la capital en el afán por la movilidad sostenible, de la que es enseña y estandarte. Medio año lleva en obras el del puente de Deusto, que estas cosas son más complejas de lo que parece. Es cierto que con tanta segregación del espacio público se crean como zigzags en los carriles de circulación, de repente desaparece uno, hay quiebros y requiebros, quedan zonas baldías en el asfalto... Un poco lioso, sí. Pero es cosa esta que favorece una conducción atenta, sabiendo que en cualquier momento llega el susto. Lo mismo que en Lehendakari Aguirre tras su reforma y la supresión de elementos incordiantes como la mediana; ahora, en las noches lluviosas, recuerda esta calle un poco a la pista de un aeropuerto donde los reflejos en el firme hacen desaparecer las pinturas indicadoras y uno ya no sabe por qué carril va conduciendo, ni si va por un carril o por una parada de bus o por un aparcamiento de motos. Atento, conductor. No despistarse.
Aunque si hay algo original y rupturista, entre el pop art y El juego del calamar, es la rotonda frente al Ayuntamiento con su bidegorri circundante, que el día en que la gente empiece a ir en bici en número suficiente paralizará el tráfico ahí, implantando por la vía de los hechos y con el impulso ciudadano una medida disuasoria eficiente, absoluta, total, contra el uso del vehículo privado.
Ahí va a estar la clave, en las segregaciones y en los conflictos, siempre motores del progreso, claro que sí.
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