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Anda Jesús de Castro con ganas de ajustar cuentas y no precisamente las de su décimo del Gordo del Niño, un tesoro guardado a buen recaudo. «¡Que me vengan ahora los directores de bancos! ¡Que vengan hoy a negarme otra vez tres mil euros de ... crédito!». Ayer se desgañitaba radiante a la puerta del Araneko, centro neurálgico de la fiesta del día después. Y es que en Arangoiti, más que resaca, estiran la alegría. «Este es un barrio con muchas necesidades, con gente que lo ha pasado muy mal. Va a cambiar». Bloques de gente trabajadora, pocos garajes y mucho utilitario añejo. «Ya me estoy despidiendo de mi 'Octavia' de veinte años», celebraba Susana Mora, que comparte premio con su hermana Marian. «Un viaje familiar no va a faltar».
«Con las broncas que le he echado a mi marido por jugar a la lotería. ¡Va y le toca! Esto va a ser para ayudar a nuestros tres hijos», avanzaban Benito y Coro. El mismo destino en el que piensa Carmen Aulestia, otra afortunada que ayer desayunaba un café donde la víspera brindó con champán. «Es para ellos, que viven de alquiler».
Todos recordarán siempre dónde estaban y a quién llamaron cuando llovieron 26,6 millones sobre Arangoiti. «A mi madre, que tiene 94 años», cuenta De Castro. «Es viuda y esta mañana me ha dicho que ha soñado con mi padre. Que dice que lo invierta en tierras. Somos gente de pueblo», contaba entre risas. Estaba dispuesto a marcharse para casa porque «el sábado no tenía ni un duro y, al levantarme esta mañana, tampoco. He salido con 20 euros. A ver cuándo cobramos».
Juanma Cermeño llevaba un décimo compartido con dos amigos. «53.000 euros, ya sin impuestos», precisa. El vecindario se ha puesto al día en tributos de lotería a un ritmo admirable. «Trabajo de forestal y tengo las necesidades cubiertas. ¿Un capricho? Me compraré una buena chamarra de montaña». Son una familia con suerte: a su ama le tocó una vez la Primitiva. Para otros, es todo un giro del destino. Como Mari Mar Camiñas, que recibió una carta de despido en 2016 –fue declarado nulo– y que ayer se puso de rodillas al comprobar su número. «Me entró una llorera, qué llorera. No sé por qué». Su décimo y el de su tío darán aire a una familia grande.
Joni Jiménez está acodado en la barra con su yerno, al que echará «una mano». «Hemos pasado de manifestarnos hace un mes porque nos querían subir el precio del Bilbobus A6 a esto», se sorprende. Hace frío y llueve, pero nadie quiere faltar al poteo. «Vino, que es a lo que estamos hechos. Si le damos al champán igual se rompe algo ahí dentro».
El Ziortza, que llevaba 19 años reservando a sus parroquianos el 05685, tiene la persiana bajada. «A los que regentan bares les ha tocado a la mayoría porque intercambian», confiesa un habitual. A Koldo Langitu le bastará para «pagar el bar» y vivir más desahogado. El sábado fue de los últimos en cerrar, sobre las tres de la tarde. Todo el que quiso seguir la fiesta se tuvo que marchar a Deusto.
La suerte es caprichosa. Rafa compró en el Ziortza en Navidad pero no en El Niño. Y dos amigos que suelen llevar lo vieron cerrado y se fueron al siguiente. Veinte metros y 200.000 euros de diferencia.
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