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«Vale, entonces vosotros estáis aquí para ayudar a los que están muy borrachos, ¿no?» La observación, más que una respuesta, se la hace un chaval a Gorka Tobalina, el joven psicólogo que se ha acercado a su grupo de amigos, que está bebiendo en ... el soportal de una casa de Urduliz. Es la medianoche del sábado, son las fiestas de Andra Mari, hace una noche desapacible, de chaparrones, viento y frío, y las cuadrillas de jóvenes se desperdigan por los alrededores del recinto festivo buscando refugio para beber. Tobalina forma parte de la veintena de especialistas que participa en la iniciativa pionera 'No pases de largo/Ez egin paso', lanzada por APS, la agrupación de Centros para el Progreso de la Salud Mental, con la colaboración del Ayuntamiento de Urduliz y la Obra Social La Caixa, cuyo objetivo es prevenir el consumo cada vez más temprano de alcohol entre los jóvenes.
El proyecto va más allá de la ayuda inmediata para quien se pasa en el botellón y sobre todo invita a los jóvenes a reflexionar. El planteamiento de la iniciativa evita la imagen de los adultos sensatos que acuden al rescate de los adolescentes desnortados. «No se va a reprochar nada a nadie. Nadie va a ser sermoneado. Queremos que ellos mismos se planteen la pregunta '¿para qué hacer botellón?'», aclara la psicóloga clínica Amaia Mauriz, directora del proyecto, antes de que el equipo se lance a la calle, a las once de la noche.
51 jóvenes de entre 14 y 31 años se animaron a participar en el grupo abierto de psicoterapia.
5 jóvenes recibieron atención individual en el 'botiquín de primeros auxilios psicológicos'.
4 horas duró la iniciativa, que se dio por concluida a las 3 de la madrugada del domingo.
Los voluntarios, divididos por parejas o tríos, comienzan a pasearse por el espacio festivo ataviados con una camiseta blanca que recoge el lema 'No pases de largo/Ez Egin Paso'. Todos, ellos y ellas, son psicólogos. Y también jóvenes, lo que facilitará el contacto con sus interlocutores: «Ayuda mucho para este tipo de intervención que te vean como un igual», explica Raquel Masa, mientras da una vuelta con su compañero, Jon Portillo, por una calle cercana al recinto festivo para sondear el ambiente. Todavía no es la medianoche y el mal tiempo ha hecho que predomine la tranquilidad. Desde el metro empiezan a llegar, muy poco a poco, cuadrillas de chavales con bolsas de plástico en las que llevan los 'litros'. La primera hora prácticamente consiste «en dejarse ver, se trata de transmitir que estamos aquí para ayudar sin ser invasivos», explica Portillo.
Mientras los voluntarios se mueven por el entorno, en la 'base de operaciones', la antigua aula de cultura situada detrás de la iglesia, Amaia Mauriz y el psiquiatra Jon Ander Bilbao coordinan un grupo abierto basado en métodos de psicoterapia flexibles, con todos aquellos que quieran participar. De entrada, la idea llama al escepticismo. ¿De verdad los chavales van a dejar la fiesta para meterse en un aula a reflexionar sobre por qué beben, si son solidarios o 'pasan' de quienes tienen algún problema por beber demasiado, y discutirlo con dos profesionales de la salud mental? Pues la verdad es que sí.
Bien recibidos
Primero alguien se asoma a la puerta, a ver lo que hay, pero no se anima a entrar. Luego aparecen tres jóvenes. Siguen otros dos. Detrás se suman unas chicas. Algunos llegan invitados por los voluntarios que están en la calle, otros lo hacen movidos por la curiosidad. Empiezan a formarse grupos, cada vez más numerosos. En la primera charla, que arranca algo forzada, apenas hay cinco personas. Acabarán faltando sillas. Urduliz no es muy grande, así que muchos se conocen. Se emiten mensajes por whatsapp. «Les he dicho a mis padres que estoy hablando con unos psicólogos del botellón y no se lo creen, voy a hacer una foto», dice un joven.
Afuera, a medida que avanza la noche, los voluntarios tienen más trabajo. Se acercan a los grupos de chavales más 'tocados' por el alcohol, cada vez más numerosos, y les ofrecen agua y galletas, pero sobre todo apoyo psicológico. «Si tenéis algún problema o necesitáis ayuda, estaremos por aquí». Los voluntarios son bien recibidos, «sobre todo por los más jóvenes», como observa uno de ellos. No hay situaciones de tensión, ni malas caras, y la iniciativa se cierra sin mayores incidentes a las 3 de la mañana, después de un chaparrón final que acaba por empapar del todo a los participantes.
«Bebes para sentirte integrado. Si no lo haces parece que estás fuera, que no sabes divertirte». Este es uno de los argumentos que se pudo oír en el grupo abierto para hablar del botellón por el que llegaron a pasar hasta 51 jóvenes de entre 14 y 32 años, en el que quedó patente «la importancia del alcohol en nuestra cultura como algo muy asociado al vínculo social», como observó el psiquiatra Jon Ander Bilbao.
Cortados al principio, porque pensaban que se les iba a dar una charla, se animaban a hablar cuando se les decía que estaban allí para ser escuchados. Se les invitó a reflexionar sobre la bebida como forma de integración y sobre la solidaridad, sobre qué hacen cuando se encuentran a alguien tirado en la calle completamente borracho, una cuestión sobre la que algunos participantes, sobre todo ellas, observaron que se estaba dando un empeoramiento: «Me he encontrado a chicas muy mal, en el suelo, mientras sus amigas seguían bailando». Los razonamientos fueron diversos y alguno sorprendió a los propios especialistas, como el de que «a veces se bebe para evitar el agotamiento y aguantar hasta que haya bus y volver a casa». Hasta las 3 de la mañana, hubo serios debates en los que hasta los propios terapeutas fueron cuestionados: «¿Acaso vosotros no bebéis para divertiros?».
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