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La Aste Nagusia nació de un improbable choque entre dos mundos. Fue uno de esos giros que se le ocurren a veces a la realidad, el mejor guionista que existe: en 1978, el Ayuntamiento –en manos todavía de las autoridades franquistas– convocó un concurso para ... dinamizar las fiestas y lo ganó el Comité de Arte y Cultura del EMK, el Movimiento Comunista de Euskadi. Sucedió así que una institución fascista dejó ese asunto lúdico en manos de los rojos más rojos, que habían presentado su propuesta bajo el seudónimo de Txomin Barullo, el apodo de un ilustre agente de comercio del siglo XIX (Domingo Sagarminaga) que solía asumir un papel protagonista en todas las óperas, corridas de toros, desfiles de carnaval y procesiones que se organizaban por aquel entonces en la villa. Tres de aquellos impulsores de la Aste Nagusia –Bittor Allende, Santi Burutxaga y Álvaro Gurrea– repasan ahora los «años heroicos» en 'Txomin Barullo contra el desorden mundial', un libro de cuatrocientas páginas que, a partir de sus vivencias personales, se convierte también en una hilarante historia de las fiestas de Bilbao y de los cambios políticos y sociales que fue trayendo la Transición.
«Nos presentamos al concurso porque queríamos que la gente supiese que los comunistas éramos gente normal», recuerda entre risas Santi Burutxaga, aunque ese concepto de 'normalidad' no es el primero que uno aplicaría a buena parte de lo que cuentan en el volumen. De aquel comité severo y ortodoxo surgió, en una rara metamorfosis, la comparsa Txomin Barullo, que eligió como emblema el rostro bigotudo de Groucho Marx. «Era un apellido que nos gustaba», ironiza Bittor Allende. «Y nos venía bien para autodenominarnos comparsa marxista», añade Burutxaga. La primera comisión de fiestas, que posó para la posteridad debajo del busto de Franco que aún presidía el Ayuntamiento, fue prudente y organizó una primera Aste Nagusia «poco rompedora», tirando a modosita, pero la creatividad no tardó en desbordarse: desde la perspectiva de la actualidad, cuando todo está mucho más reglamentado y controlado, asombra la cantidad de iniciativas extravagantes que esta gente logró sacar adelante «sin pedir jamás un permiso».
Estaba, por supuesto, su actividad festiva. El libro repasa momentos tan relevantes para la historia 'oficial' como el nacimiento de Marijaia, en el viejo restaurante Guria del Casco Viejo, pero también recupera los Noticiosos, unos informativos inventados que animaron durante dieciocho años las noches de la txosna. «Curiosidades científicas: ¿sabía usted que un espermatozoide puede llegar a convertirse en gobernador civil?», decía una de aquellas exclusivas. Incansables, un día ponían en marcha el consultorio sexual del doctor Falito Vaginón y otro diseñaban la 'ikurriñola' y la 'españoliña' como «propuestas integradoras» para evitar guerras de banderas. Pero sus iniciativas delirantes no quedaban restringidas a una semana y pico de agosto y a la seguridad del recinto festivo. Por ejemplo, cuando en 1981 el Ayuntamiento incineró los mil ejemplares del libro de su propio concurso de cuentos, porque una de las piezas era erótica y contenía tacos, los 'barulleros' montaron una expedición encabezada por un payaso-bombero para «proteger la biblioteca de Bidebarrieta». Con ocasión del cisma entre el PNV y EA, compusieron y representaron una zarzuela titulada 'Txarribodas de sangre', que trasladaba la escisión al ambiente vinatero de la serie 'Falcon Crest', con el personaje de Angela Channing reconvertido en Angela Etxaniz. Lo mismo organizaban un apócrifo Grupo de Coros y Danzas de la Ertzaintza, que conseguían que les cediese un elefante el circo de Torrebruno, acudían vestidos de «hijos del gobernador civil» a la presentación de un disco de Oskorri o vendían por la calle diez mil copias de un falso diario 'Hierro' con el titular de que Carlos Garaikoetxea abandonaba el partido (de pelota, pero eso solo se aclaraba en el texto).
Seguramente, la cumbre de aquel frenesí cómico-subversivo fue el Hombre de Hierro, su candidato a alcalde en las segundas elecciones municipales: nunca llegó a presentarse de verdad, pero los demás partidos creían que sí y se negaban a compartir debates con él. El Hombre de Hierro iba siempre ataviado con armadura («la primera nos la prestaron en El Corte Inglés», recuerda Burutxaga, a quien le tocó encarnar al señorial candidato) y defendía un programa muy sólido, con iniciativas como el servicio café-ciudad (un suministro doméstico de café con leche, a imitación del gas-ciudad), la playa en El Arenal, los traductores euskera-castellano en cada farola, las redes en los primeros pisos de las casas para que los vecinos pudiesen arrojar la basura por la ventana o los librillos municipales de papel de fumar («pídelo al guardia más cercano»). En su campaña, el Hombre de Hierro protagonizó un vistoso mitin a caballo, llevó a cabo acciones de servicio público como limpiarles las motos a los municipales –que no sabían bien cómo reaccionar, los pobres– y también cursó una visita solemne al Ayuntamiento llevando un muestrario de papel pintado: «Íbamos a ganar y queríamos conocer las dependencias para saber cómo decorarlas», evoca Burutxaga.
También fue memorable su inocentada de 1981, cuando organizaron en el quiosco de El Arenal un concierto de villancicos alemanes del siglo XVIII interpretados por el Kinderchor von Königstein, un prestigioso coro de niños. Lo anunciaron en la prensa y por las calles, con un primer cartel en la charcutería alemana de los Thate, e incluso se acercó al evento un cándido fraile guipuzcoano experto en música navideña germánica. El coro eran ellos mismos, claro, disfrazados de niños bávaros o algo así y cantando letras como «Adeste, Fideles, / Achtung Hamburgesen, / Rottenmeier Munich / Rummenigge» o, con la música de la canción de cuna de Brahms, «Düsseldorf, Liechtenstein, / Adenauer Lufthansa, / Dobermann, Heidelberg / Stuttgart Lili Marleen». Al día siguiente, un periódico que no había asistido al acto publicó una reseña muy elogiosa.
El libro, con 400 páginas a todo color que incluyen numerosas fotografías de época e ilustraciones realizadas para la ocasión por Bittor Allende, se presentará este lunes 20 de diciembre, a las 19.00 horas, en la Biblioteca de Bidebarrieta. Tras esta lujosa primera edición, los autores tienen previsto lanzar una versión más sencilla para librerías.
Llama la atención que no estemos hablando de víctimas, porque su espíritu gamberro bordeaba a veces lo temerario. Cuando reinauguraron la taberna de Txomin Barullo tras las inundaciones del 83, no se les ocurrió otra cosa que encerrar una vaquilla dentro, para que saliese de estampida al abrir la puerta y pusiese en fuga a toda la gente reunida en la calle. Tuvieron un 'tren chuchú' infantil, cuya locomotora era en realidad un viejo tractor comprado en Zalla que una vez empezó a arder en plena autopista (por suerte, justo detrás circulaba un camión de Bomberos). Y qué decir de aquel tragafuegos de la comparsa, un autodidacta que practicaba soltando llamaradas por la boca en el patio de vecinos de su casa. «Era una época en la que estaba todo mucho menos institucionalizado que ahora», asiente Burutxaga, que niega el componente nostálgico del libro, más allá de recordar lo bien que se lo pasaron. «Cada sociedad responde a sus retos a su manera –replica–. El sentido que tiene contar hoy todo esto es mostrar una época y una parte de Euskadi, reflejar que había más cosas que los tiros y las bombas: también existía un gran optimismo y sentido del humor. Teníamos ganas de transformar las cosas y sentíamos la impaciencia de hacerlo rápido».
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