![«La juventud no está por la labor»](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/04/09/juventud9-ky7H-U20023160360v1D-1200x840@El%20Correo.jpg)
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José Ramón Blanco enseña a los visitantes el puente del 'Eguzki Lore' -con su amplio repertorio de aparatos electrónicos, todos por duplicado por si algo falla- y lo va comparando con los pesqueros de su juventud, como aquel 'Cibeles' en el que se fogueó como ... timonel, una figura de aprendiz que ya ni siquiera existe. La tecnología, que permite manejar el barco con un 'joystick' y ver en tiempo real qué barcos están faenando y dónde, es solo uno de los elementos que se han transformado en estas últimas cuatro décadas, o en las seis que han pasado desde que el padre de José Ramón llegó a Ondarroa desde Porto do Son, en A Coruña, y decidió cambiar su oficio de albañil por el de pescador.
«Yo tenía 3 años cuando vinimos. Somos cinco hermanos y mi padre empezó enseguida de marinero, porque de aquella se cobraba el doble que de albañil. Ahora ya no», sonríe, entre irónico y melancólico. José Ramón, a quien en Ondarroa le adaptan el apellido y le llaman Txuri, siguió la estela marinera del padre: «Me fui a estudiar Magisterio, pero en verano ya venía a la mar a sacarme un dinerito. Entonces en Ondarroa había cerca de cien barcos, era uno de los puertos más importantes del Cantábrico». Tras la mili, cambió de estudios y se hizo patrón de litoral y de altura y, más tarde, capitán de pesca. «Y aún disfruto del trabajo, que no es lo habitual. La pesca crea hábito, trabajas en un entorno hostil y en condiciones diferentes cada día: unas veces te da satisfacciones y otras, disgustos».
A punto de jubilarse, con los 60 a la vuelta de la esquina, evoca momentos de su carrera como los años que pasó en un palangrero en Escocia: «Temporales como aquellos no los he visto en mi vida. Por muy grande que sea un barco, en medio del mar sigue siendo una caja de cerillas», compara, con la reciente tragedia de Cantabria sombreando el ánimo. También ha vivido periodos anómalos como la recogida de chapapote del 'Prestige' o la pandemia, que se llevó a un compañero: «Estuvimos encerrados en el barco. Salíamos a la mar, hacíamos nosotros la descarga y nos traían los víveres con máscaras». Y, entre mil anécdotas, puede hacer una llamativa lista de objetos que han pescado: «Un ala de un avión, proyectiles, lavadoras... Una vez cogimos un yate y lo subimos a bordo».
¿Cómo es la vida a bordo de un arrastrero como el 'Eguzki Lore'? Hay doce tripulantes, que se pueden clasificar de varias maneras. Por sus funciones, son siete de cubierta, dos de puente, dos de máquinas y uno de cocina. Por sus nacionalidades, son cuatro españoles (vascos, cántabros, gallegos), cuatro senegaleses y cuatro marroquíes. ¡Qué bien repartido! «Siempre es bueno que haya un equilibrio -asiente José Ramón-. En las dos últimas mareas también hemos tenido a un alumno que estudia para maquinista, un chaval de origen uruguayo que habla euskera mejor que yo».
Esta internacionalización de las tripulaciones ha sido otro de los grandes cambios en los pesqueros. «La mayoría son gente de mar. Están acostumbrados a ritmos que no aguanta cualquiera, son buenos marineros», elogia el patrón. El cocinero, por ejemplo, es marroquí. «Ha estado trabajando en Galicia y domina la cocina tradicional española, solo que con un poco más de especias». Detrás de esta nueva sociología de la pesca, se esconde una realidad evidente: «La gente de aquí cada vez está menos dispuesta a venir a la mar. La juventud no está por la labor: ¿cómo va a querer un chaval trabajar en esto, que le parece una cárcel? Incluso titulados que vienen de prácticas acaban diciendo que van a hacer otra cosa: tienen una idea romántica de ser capitán y esto les defrauda. Piensan en los atuneros, con sus cuatro meses de trabajo y cuatro de descanso».
Los profanos no nos hacemos mucha idea de cómo es el trabajo a bordo de estos barcos. El 'Eguzki Lore', por ejemplo, suele faenar a la altura de Burdeos. Zarpa de Ondarroa a media tarde del lunes y se traslada a la zona elegida: a una velocidad de 10 nudos (alrededor de 20 kilómetros por hora), ese primer traslado suele llevar hasta la mañana siguiente y se aprovecha para el descanso. A las 7 de la mañana, se larga la red y empieza el ciclo que define toda la marea de seis días: tres horas y media después, se recoge la red con los carreteles, se abre el copo y cae el tesoro de merluzas, rapes, gallos, fanecas, congrios... Mientras se larga otra red para el siguiente lance, hay que clasificar y manipular el pescado, lo que puede llevar una hora. «Entre red y red, se impone reposar, porque no sabes lo que te viene luego: una red rota, por ejemplo, es un imprevisto que te castiga. Y así se sigue, lance tras lance, día y noche mientras dura la marea», relata José Ramón. «Quitando el primer día, no se duerme seguido más de dos o tres horas. Igual a la noche haces el lance un poco más largo y duermes un poco más». La vuelta a puerto, el domingo, también se suele aprovechar para pescar. No hay wifi, eso aún no ha cambiado, ni tampoco alcohol, eso sí: «Cuando empecé yo, un barco podía salir sin gasoil, pero no sin vino».
En cada marea, un barco como el 'Eguzki Lore' consume en torno a 22.000 litros de combustible, lo que equivale a 17.000 euros. «Y eso, ajustando en lo posible, sin navegar a toda la potencia. Antes estaba a 40 céntimos. Hace meses, cuando decidimos parar, se había puesto alrededor del euro. Eso está acabando con todo», se lamenta el patrón mientras desconecta los aparatos del puente. Alrededor del pequeño 'joystick' que sirve para pilotar el barco está enrollado un rosario, inesperado complemento para tanta sofisticación electrónica. Txuri se ríe: «Antes había un patrón portugués muy de iglesia y yo no lo quité... ¡por si acaso!».
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