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Hubo un tiempo en el que los juguetes no hablaban, no tenían luces, no se movían solos... Años en los que los artesanos eran los encargados de repartir ilusión, de crear piezas únicas, ninguna igual a otra. Y esos tiempos están volviendo. Los juguetes de ... madera pueden encontrarse casi en cualquier tienda dedicada a los más pequeños, incluso en los supermercados; ganan seguidores cada día. Aunque, más allá de la producción en masa, sigue habiendo artistas capaces de convertir un listón en un coche irrompible.
Euskadi no es ni mucho menos el epicentro de la tradición juguetera. Apenas perviven un puñado de pequeños talleres que transforman este elemento en el objeto de deseo de los niños. El grueso de ellos están en Gipuzkoa, mientras que en Bizkaia, explican las fundadoras de Arbaso, la Asociación para el Fomento de la Artesanía Tradicional de Euskal Herria, solo hay uno. Palopalú, en el corazón del Bilbao más creativo, en la calle Cortes, abrió sus puertas hace seis años de la mano de dos jóvenes emprendedoras, Elena Murillo y Rosalía Rodríguez.
La primera es ilustradora, la segunda restauradora, y conscientes de que vivir del arte no es fácil, reflexionaron sobre cómo convertir su pasión «en algo que sea viable comprar» y que a la vez «sea funcional». «Pensamos en los juguetes porque es algo creativo», dicen.
Su apuesta «coincidió con el boom» de filosofías educativas como Montessori y Waldorf, que tienen en el juguete de madera de líneas sencillas uno de sus pilares. Ellas plantean diseños, sin embargo, más llamativos. «Las ilustraciones son nuestra seña de identidad», explica Murillo, la encargada de llenar de color la madera, un material «sensorial, vivo y resistente». Animales arrastrables con ruedas y una cuerda, marionetas, coches, puzles... Básicos de siempre, pero con un toque personal. «El otro día vino un aitite, que nos había encontrado en internet, porque va a tener un nieto y quería comprarle algo que nadie más le vaya a regalar», explican. Un «recuerdo» que, aseguran, «aguanta en el tiempo». «En estos años, conocemos familias que le compraron algo al mayor, ahora lo tiene el hermano pequeño y sigue como nuevo», celebran.
Su meta es fabricar juguetes «resistentes», pero que a la vez sean «realistas». «A veces tienen dibujos muy moñas, y la imagen de las cosas que tienes de pequeño te condiciona cómo percibes el mundo», consideran. De ahí que en su kit de alimentos de madera -han pedido asesoramiento a una nutricionista para desarrollarlo- todo sea como en la vida misma, desde un plátano «con manchas» hasta un pollo cocinado. Todos, eso sí, «sin instrucciones», para que cada niño «juegue como más quiera».
Porque eso es lo que buscan, que los pequeños disfruten, que imaginen. La tarea no es fácil, no tanto por el aspecto creativo como por el de la gestión. «Tienes que ajustar los precios y diferenciarte, porque te saca un supermercado una línea de juguetes de madera y es imposible competir», lamentan. Ellas arrancaron un 22 de diciembre gracias a una subvención de Beaz, la sociedad pública de la Diputación de apoyo a empresas y emprendedores.
Juntas se curtieron en «todas las ferias» a las que les ofrecían acudir, «pasando frío» y sin que en algunas ocasiones les «compensara», montaron una página web y abrieron una tienda en el Casco Viejo con otras artesanas de diferentes disciplinas. Por ese establecimiento ha obtenido el reconocimiento del Gobierno vasco como modelo de negocio innovador. Tienen madera.
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