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Alas 12.10 horas de ayer el obispo titular de Bilbao, Mario Iceta, colocó la mitra sobre la cabeza de Joseba Segura, le puso el anillo episcopal y le entregó el báculo en un ritual que lo convertía en el cuarto prelado auxiliar de Bilbao, ... una dignidad por la que antes pasaron Juan María Uriarte, Karmelo Etxenagusia y el propio Iceta. De cura en Otxarkoaga, en una parroquia de la periferia de la ciudad, a obispo en la poderosa catedral de Santiago, en el corazón de la villa. Fue en ese momento cuando los más de 2.000 fieles que asistían al acto, tanto en el interior del templo como en el claustro y el pórtico, rompieron la tensión emocional con un aplauso ensordecedor. El aplauso se repitió al final de la ceremonia, muy tasada y sobria, alternando el euskera con el castellano, que se alargó casi dos horas.
La comunidad católica de Bizkaia celebraba con entusiasmo la llegada a la jerarquía de la diócesis de un sacerdote peculiar, formado en casa, representante de una vieja guardia que ha guiado el territorio con las coordenadas más abiertas del Concilio Vaticano II. La presencia de una representación muy amplia del clero (más de 200 presbíteros) confirmaba, además, el carisma y la capacidad de liderazgo de Joseba Segura, un nombramiento apenas cuestionado (como sí lo fueron los de Iceta y Ricardo Blázquez), salvo por el denominado Foro de Curas, que lo consideran «un obispo impuesto» porque se ha efectuado mediante un procedimiento jerárquico. Sin embargo, un miembro de este colectivo ocupó ayer un lugar prominente del presbiterio como 'padrino', lo que acredita que el nombramiento de Segura ha servido para suturar viejas heridas. Ayer no hubo boicó de ningún sector eclesial y entre los asistentes había mucha pluralidad, desde miembros del Opus Dei hasta cristianos socialistas.
En ese presbiterio, muy cerca del nuevo obispo, se apretujaban hasta 18 compañeros de jerarquía (la mayoría de las provincias eclesiásticas limítrofes), algunos muy significativos. Como Juan María Uriarte, obispo emérito de San Sebastián, padre espiritual de Segura, sobre el que tanto influyó, lo mismo a la hora de entrar en el seminario como durante el ejercicio de su sacerdocio. Ambos formaron un tándem inseparable durante el diálogo entre el Gobierno de Aznar y la ETA de 'Antza' en 1989. Al final de la ceremonia acompañó a Segura en su paseo por el pasillo central en la impartición de bendiciones y saludos. Tampoco faltó Ricardo Blázquez, presidente de los obispos españoles y en su día prelado de Bilbao, que confió a Segura misiones muy delicadas. Blázquez fue una figura clave para la transición en la Iglesia de Bizkaia. Ha sido uno de los grandes valedores de Segura para ser nombrado obispo, en lo que supone una rehabilitación de la línea, ya purificada, de la Iglesia anterior. Su presencia ayer en la catedral tenía mucho de simbólico, como si fuera su último servicio.
Había expectación por conocer el contenido del saludo a la comunidad del nuevo obispo. Joseba Segura no defraudó. En una corta intervención dibujó un cuadro de análisis de la realidad social en el que alertó sobre la supervivencia del planeta, la fragmentación de las creencias y valores y la necesidad de actuar ante los grandes desafíos de un mundo complejo para acompañar a la «humanidad doliente», atender a los pobres, a los marginados y a los que sufren. Muy en línea con la 'doctrina Francisco', al igual que sus referencias a la fe y a la religiosidad de la gente de la calle, «una nube de testigos que nos inspiran y nos enseñan el camino», un cristianismo callado con gestos a pie de calle cada día, en consonancia con esa 'teología del pueblo' tan bergogliana.
Antes tuvo tiempo para recordar la tradición familiar, sus raíces cristianas. «Si un día te hacen algo, no te lo creas. Joseba no te lo creas», le dibujó su madre en una pizarra cuando una galopante enfermedad le impedía ya hablar, pero no comunicarse. No se trataba de un consejo de madre para que a su hijo no se le subiera el cargo a la cabeza, sino también para que fuera consciente de que la tarea que se le pondría por delante era muy difícil, delicada y dura en una iglesia en horas bajas. «Pido a Dios no creérmelo y Dios me pide que me lo crea. Me cuesta», confesó Segura, que pidió a la comunidad de creyentes que le ayuden a ser «un buen pastor». «Más que nuevas ideas, este mundo nos pide que vivamos en la verdad de los que hacemos», enfatizó el nuevo prelado, que insistió en una palabra clave para él: la coherencia.
Le escucharon muy atentos los obispos de Babahoyo, Skiper Bladimir Yañez, y de Riobamba, Julio Parrilla, donde Segura ha recalado durante sus casi doce años de misión en Ecuador, una experiencia que lo ha marcado. El segundo, un gallego de Orense, ha sido uno de los grandes avalistas (lo mismo que Iceta y Blázquez) de monseñor Segura, en su promoción al episcopado. También le acompañó en su paseo final de la ceremonia junto a monseñor Uriarte.
Llamó la atención la ausencia del nuncio de la Santa Sede en España, Renzo Fratini, un fijo en las consagraciones de obispos. Aunque no se puede olvidar que el arzobispo italiano viajó a Roma la pasada semana para entrevistarse con el papa Francisco, probablemente para tratar su próximo relevo al frente de la representación diplomática en Madrid. En su lugar estuvo el primer consejero de la Nunciatura apostólica, el irlandés Muchael F. Crotty.
En el discurso de Joseba Segura no hubo mensajes políticos, salvo que se quiera ver en esa clave su referencia al Magníficat (la devoción mariana es otro de los puntales de su doctrina) al destacar que «María derriba los tronos de apariencia y enaltece a los humildes». Tampoco hubo alusiones a la situación de debilidad de la Iglesia por el envejecimiento del clero y de los fieles practicantes.
Segura tiene ya trabajo desde hoy. A media mañana se dirigirá a los miembros del movimiento 'scout' de Bizkaia, que se reúnen en Santurtzi. Taponar la sangría de fieles y enrolar a los jóvenes son objetivos prioritarios de una Iglesia que sufre una galopante ausencia de vocaciones y que tendrá que diseñar un nuevo modelo de presencia en una sociedad cada vez más secularizada. A punto de cumplir 61 años, el nuevo obispo auxiliar tiene 14 por delante (más la habitual propina tras la obligada renuncia a los 75) para impulsar esa nueva evangelización.
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