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En la película 'La máquina del tiempo' había una escena en la que aquel cacharro retrofuturista, sin moverse del sitio, avanzaba meses, años, décadas. Todo ... cambiaba a su alrededor a cámara rápida. Si el caserío que sobrevive en la punta norte de Zorrozaurre se pudiese poner en modo centrifugado como el artilugio en el que viajaba Rod Taylor en el clásico de 1960, también ofrecería una visión interesante. Una sucesión acelerada de mundos diferentes.
Construido en la primera mitad del siglo pasado, desde este edificio se gestionó la importación de madera desde Guinea cuando era colonia española; luego acogió las oficinas de Matricería Nervión durante el auge industrial, rodeado de naves pletóricas de actividad; asistió más tarde al declive de todo aquello y a la demolición de los pabellones próximos. Ahora está solo en un páramo donde crecen hierbajos en las grietas que fragmentan el asfalto viejo. Pero en el futuro quedará encajado entre bloques de viviendas modernos y brillantes, los que concibió la arquitecta Zaha Hadid para el renacimiento de Zorrozaurre.
Este caserío es uno de los 19 edificios vinculados al pasado industrial de la isla que se van a conservar. Tendrá un uso público. Quizá sea una biblioteca. Eso lo terminará de decidir el Ayuntamiento cuanto toque. Pero ahora ofrece una imagen casi fantasmal, una vez que todos los pabellones de la punta norte han sido derruidos, casi todo el escombro limpiado, y los suelos mayoritariamente descontaminados. En medio del páramo gris, resiste el viejo edificio. Y dentro de él, también resiste José Luque.
Nació en Granada hace 77 años, se crió en Bilbao, fue tornero, fundó Matricería Nervión en 1971, y compró el caserío de Zorrozaurre en 1982 para instalar ahí las oficinas de la empresa. Era una firma pujante. «Llegué a tener 250 personas. Trabajábamos para Mercedes, Audi... Para los alemanes. Pagaban bien. Los franceses no tanto. Escatimaban con los troqueles».
La última crisis se lo llevó todo por delante. En 2010 la firma quebró y luego llegarían para José más peripecias y hasta desengaños dolorosos. Pero siempre mantuvo la propiedad del caserío. Hasta que se reparceló la isla y los propietarios cambiaron sus suelos por derechos edificatorios en las promociones que están por venir. «En realidad, yo sigo aquí de prestado, el edificio es de la comisión gestora. Pero me pidieron que me quedase para mantenerlo» durante los años que dure el proceso de resurrección de Zorrozaurre para que no se convierta en una ruina o termine 'okupado'. «Una pareja que vive en el primer piso me ayuda a conservarlo».
José Luque no vive ahí, pero sí va cada día a su oficina, y los viernes hace comidas en el txoko con antiguos empleados, con empresarios y hasta con celebridades locales. Menciona apellidos muy conocidos cuando enumera invitados.
Pero, de manera muy especial, va a ver a la perra 'Neska'. «'Neskita', mi niña bonita». Y también a cuidar de su huerto. Promete que en el trozo de tierra que hay entre el edificio y la calle Ribera de Zorrozaurre están «los únicos tomates de Deusto. Siempre fueron famosos, y ahora sólo quedan estos». También hay pimientos, cebollas, maíz, veinte pollos de engorde, gallinas ponedoras y «los mejores higos de Euskadi; el árbol lo traje de Logroño». Todo bajo el escudo de los Valdés, «la familia que traía madera de Guinea Ecuatorial y que construyó el caserío. Cuando fundé Matricería Nervión, adopté ese escudo como emblema de la empresa».
José dice que está muy a gusto ahí. «Soy un sentimental». Tanto, que tiene pensado comprar un ático en el bloque que construyan al lado del caserío, donde estaba su empresa. «Quiero ver la ría todos los días».
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