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Hace tiempo advertí que el bizum está acabando con el bote y es la antesala de que cada cual se pida y pague lo suyo. ... O que antes del móvil no se quedaba, se salía por el lugar habitual y te encontrabas. Salvo en la bebida, éramos como los txikiteros. Eso creía. La edad media en Euskadi es de 48 años, y subiendo. Tanto hablar del lince y tan poco de la cercana extinción de algo que era la envidia del foráneo. La cuadrilla de Bilbao.
Pongamos que el sábado una de ellas quedó para despedir el año. Quedar es un verbo que cada vez cuesta más conjugar. Antes, salvo muerte, ponías una fecha e iba todo el mundo. Ahora debemos cuadrar agendas. No por trabajo o coincidencia con el cumpleaños de tu madre, sino por asuntos tan ineludibles como depilarte, ir a pillar setas o esquiar. O porque el viernes quedo con los del trabajo a tomar una y el sábado lo mismo no tengo cuerpo para nada. Se decide el día vía WhatsApp, claro. Está quien no se entera, quien pretende cambiarlo por cena y quien no se manifiesta. Llega la fecha y el organizador tira de fe. Nadie se digna a confirmar. Ni siquiera con el emoticono del Ok. Uno que parecía que no iba aparece y otro que venía seguro saluda y se larga sin dar explicaciones. Cosas de la edad.
Hay dos quedadas con media hora de deferencia. Aquí se agradece el móvil. La mitad no ha leído el anterior mensaje y no sabe si ir a un sitio, a otro o directamente al restaurante. Reunido el rebaño toca poner bote. Antes era rápido. Tras jugarlo al numerito alguien lo llevaba. Ahora más vale que un valiente se postule o para cuando decidan han dado las uvas. Como somos 18, y las charlas van por grupos, el 'botero' se desgañita para que suelten los billetes. Llega la ronda.
Hubo un tiempo en que solo se pedía una bebida y quien no quería se aguantaba. Aunque fuera clarete caliente. Ahora no hay forma de que dos tomen lo mismo. Tengo colesterol alto, estoy a régimen alternativo, voy mal de triglicéridos o, de repente, con cincuenta y tantos, tengo intolerancias. No queda otra que memorizar 18 consumiciones tipo marianito pero sin hielo y solo si es de la marca pitorrez, zurito 00 pero tostado y vino según bodega. Sumen a ello espumosos y líquidos, que hace no mucho desconocíamos y vivíamos más felices.
Hay quien se lo piensa y cuando has pedido cambia de opinión. Dirán que lo mejor sería llevarlo apuntado. Error. Salvo tres, el resto cambiará en cada bar. Menos mal que llega la hora de la comida. El que se había ido aparece. Uno más. Por suerte, el menú gusta. Un milagro. Hace años y a ciertas horas se comía lo que hiciera falta. Y hablo de gastronomía, pero vale para otros asuntos. Terminamos. Nos sirven una copa. Vamos a pedir la segunda y alguien apunta que sería mejor tomarla en otra parte. Llueve a cántaros y Bilbao está abarrotado. Da igual.
Segundos después estamos en la acera con cara de perro buscando cobijo. Cuando logramos entrar a uno, descubrimos que quien había movido a la cuadrilla se ha largado a otra quedada. Y otra ha desaparecido como la Atlántida. Ni Houdini. No hay tiempo para lamentos. Porque una pide al del bote que apaguen el aire acondicionado y otro se queja de que el vaso de vino, ojo al dato, está demasiado lleno.
Entonces quien montó la comida se acuerda de los txikiteros. Toman lo mismo, recorren los bares de siempre y jamás quedan para comer. Unos sabios. Las cuadrillas de Bilbao ya no son lo que eran. Lo siento. Se parecen, cada vez más, a la excursión de una residencia de ancianos. Solo que ellos son más fáciles de llevar.
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