En 2019, por asuntos de trabajo, tuvimos que mudarnos al centro de Madrid. Coincidió con la decisión del ayuntamiento, Manuela Carmena al frente, de aplicar lo acordado en Bruselas sobre las zonas de bajas emisiones. Por aquello de ser más papistas que el Papa, lo ... hicieron rápido y de aquella manera. La chapuza es un mal general. Solo así se entiende que diseñaran la «almendra», el espacio libre de emisiones, dejando fuera la calle Almirante. La nuestra. En algún lugar tenían que poner los límites, dirán. Cierto. Pero había un problema. Para entrar en ella había que pasar, sí o sí, por la zona de bajas emisiones. Tantos meses diseñando el tema y nadie se había dado cuenta de algo que cualquier persona con dos dedos de frente podía ver. De hecho está a solo seis minutos andando del ayuntamiento. Al final incluyeron la calle y no tuvimos otra que empadronarnos si queríamos aparcar en el garaje. Por suerte bastaba ese requisito. Todos los vehículos pertenecientes a alguien empadronado allí tenían permiso para entrar. Lo digo porque desde su puesta en marcha en Bilbao, además del propietario, el coche o la moto también tienen que estarlo. Otro día hablaremos de ello. El nuestro por entonces estaba en Getxo y no pasaba nada. Lo cual no deja de ser curioso. Máxime cuando Carmena puso de ejemplo a Bilbao para peatonalizar Madrid. Siempre vemos la vaca ajena con mejores ojos. Total que pasó el tiempo, llegó Martínez-Almeida, que decía que anularía el plan, pero lo mantuvo. Recuerden que manda Bruselas y lo que se dice en la oposición se olvida al llegar al poder. Pero esos son solo detalles. El problema es otro. Y es que somos presa de un engaño.

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Nos han metido otro gol. Está vez con lo de salvar el planeta evitando echar humos al aire. Como idea es buena. Pero somos poco más de 449.000.000 de habitantes en la UE. Nada comparado con los 8.000.000.000 de esa canica, cada vez menos azul, llamada Tierra. Y resulta que el resto se pasa por la entrepierna las bajas emisiones. Por eso, aceptar que el viejo continente vaya a salvar nuestro mundo es como lo del niño que pretendía vaciar el mar con una concha. Aún así aceptemos que alguien tiene que dar el primer paso y creamos en utopías. Pero que no jueguen con nosotros. Cada vez que se toma una decisión relacionada con la salud pública usan la misma táctica. Enfrentarnos. Pasó con el tabaco. Primero había que fumar detrás de una mampara, luego en la calle y todo apunta a que los fumadores se convertirán en adictos clandestinos que buscan rincones escondidos. Incluidos los amigos del vapeo. El plan es simple. Sueltan una idea que podría ser ley. Luego esperan a que nos demos de tortas y, según quién gane, toman la decisión prevista, la matizan o la aparcan. Pues lo mismo con los coches.

Nos enfrentan de nuevo. Quien vive fuera de la ZBE señala a quien sí lo hace y lo tilda de privilegiado. El de dentro le responde que de chollo nada y que cada vez que recibe visitas en casa es un follón. En estas se suma quien no necesita vehículo privado para moverse, bien por proximidad o por que le basta el servicio público, y critica a la gente que sigue moviéndose en coche. Añadamos al amante de la bicicleta o el patinete que aborrece los motores y quien acaba de comprar, por obligación o por placer, un eléctrico o un híbrido y le cabrea que el resto no lo haga. Sumemos a ese ciudadano que se niega a cambiar de coche porque cuesta una pasta o el que adora tener un clásico. Obviamente en el debate entran, y con mucha razón, quienes trabajan con su vehículo, visitando o repartiendo, y tienen que recurrir a todo tipo de artes para seguir haciéndolo. Como los comercios, la hotelería y la hostelería, amén de las empresas y demás lugares que reciben a foráneos. No me olvido de las personas que salen de trabajar a las 12 de la noche, el metro está cerrado y no hay taxis disponibles. Resumiendo, hablamos de un cóctel peligroso. Porque en lugar de mirar hacia quien aprueba la ley y la aplica sin medir las consecuencias, nos señalamos entre nosotros. Como si el vecino tuviera la culpa. Cuidado con eso. Una cosa es que tengamos que acatar las normas y otra que nos culpemos los unos a los otros. Bastante crispación hay para añadirle el tema de los humos. Yo no he hecho la ley. Usted tampoco. Así que solo les pido una cosa. Que no lo olvidemos.

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