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El pasado lunes, por aquello de contarles los resultados electorales, guardamos para hoy un asunto relacionado con la visita de cierta diosa a Bilbao, una noche en la que llovió como si le debiéramos dinero al cielo. Jueves 16 de julio de 1987. Euskadi antes ... de convertirse en Marbella. Pero a ella no le importó. Porque era la jefa del rock. Nada impediría su actuación en la plaza de toros Vista Alegre de Bilbao, sobre la arena gris del tiempo.
Las 12.000 almas que estuvimos llevamos musgo en el recuerdo. Eso hizo que fuera más inolvidable. Como si la tormenta, y lo que allí iba a acontecer, tuvieran un plus de absurdo ochentero. Incluido lo sucedido en el palco del ayuntamiento. Antes de contarlo situémonos. Break Every Rule Tour. 12 meses. 132 ciudades. Ninguna artista había recaudado tanto. 60 millones de dólares. Con sus dos ovarios. Así era Tina Turner. La que, a sus 49 años, reinó bajo la lluvia.
La plaza había acogido todo tipo de notas musicales. Desde Barón Rojo en el 82 a Víctor Manuel y Ana Belén en el 86, pasando por Chiquetete, Chichos o los sultanes del swing en aquella noche mágica de los Dire Straits de 1985. El cartel de una década variada. Entre esas visitas llegó Tina. Una pequeña parte de los 4 millones de personas que vieron la gira lo hicieron en Bilbao. El arranque estaba previsto a las 21.00. Lo dejaba claro la entrada que, al menos la que un servidor recuerda, costaba 2.500 pesetas. El patrocinio principal corrió a cargo de Radio Euskadi y ETB, con motivo de su quinto aniversario.
Lo recordará bien José María Gorordo Bilbao, que tras ser director general de EITB, y haciendo honor a su segundo apellido, se presentó a las elecciones municipales del 10 de junio de 1987. Un mes después recibía a la cantante de Tennessee como nuevo alcalde. Puede que ese escaso tiempo en posesión de la makila fuera la causa de lo que vengo hoy a relatar. 20.45. Seguía lloviendo. Allí estábamos, además del paciente público, compañeros de los medios.
Gorordo conocía a algunos y, al ver nuestras ropas empapadas, nos invitó a entrar en el palco del ayuntamiento. Fiel a su ímpetu, abrió la puerta a todo hijo de vecino. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. En un momento dado decidió salir para saber si se suspendía o no el evento. Algunos optamos por hacerlo con él y quedarnos esperando en la puerta. Abajo, en el coso, solo aguantaban los inasequibles al desaliento. El resto, con un ojo en el escenario, buscaba cobijo en los túneles. 21.00 y no salía nadie. Caían los minutos como granos de plomo en un reloj de arena. Algún tenue silbido de impaciencia y poco más. 21.30. Regresa el alcalde. Dice que, pese a la lluvia, hay concierto. Intentamos volver a entrar en el palco. Un txapelgorri de la plaza nos mira intentando recordar si somos los que estábamos dentro. Cuando le toca a Gorordo le corta el paso. «Se acabó, esto está ya muy lleno». El edil le asegura que cabemos todos. El de la txapela insiste en que por allí no pasa nadie más. Le decimos que es el alcalde y que si alguien tiene que entrar es él. «Si ese es el alcalde, yo soy el Papa de Roma», proclama irritado.
Entre el tumulto aparece el periodista y amigo Imanol Reino. Una de esas personas que llevan la cara de buena gente por carnet. Y le convenció. Si no es por él no entra Gorordo. Lo hizo cuando sonaban los primeros acordes de 'What you get is what you see' y la gran dama aparecía de rojo satén y con tacones infinitos.
Arrancaba un espectáculo que duró una hora, 33 minutos y 57 segundos. 6 minutos más de lo previsto. Pudimos verla cantar, bailar y hasta secar el suelo con una toalla. Cosas que pasaban en aquel Bilbao de inviernos en verano. Pasarán mil años y jamás olvidaré la noche en que colamos al alcalde en su propio palco, mientras Tina vencía a la lluvia con el poder de su garganta.
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