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Hay llamadas que da miedo hacer. Como la que hicimos hace días a Fernando Santamaría. Un bilbaíno afincado en Valencia. Allí tiene a su familia ... y amigos. Bueno a todos, no. Gran parte sigue en su tierra. Esa en la que le tocó vivir, con 9 años, las inundaciones del 83. Como ahora. Por suerte estaban a salvo. Ha perdido el coche y lo que tenían en el garaje y el trastero. Nada, como dice él, frente al drama general. Vive en la Plaza Austria de Paiporta y trabaja como jefe de cocina en el centro educativo Palma, en la Cañada de Paterna.
Fer y Nuria, su pareja, se salvaron por segundos. Abandonaron la idea de sacar el coche y agarrados a la barandilla subieron hasta los pisos de arriba. Luego llegó la oscuridad, la incertidumbre, el terror.
Desde entonces apenas duerme dos horas al día. Al despertar llora, tras comprobar que no es una pesadilla. Pero aparta su pena y trabaja para los demás, dando de comer. Lo hace en otro colegio de Paiporta. El Ausías March. Habitualmente sirve 500 menús. Ahora 2.000, para quien necesite algo que llevarse a la boca. Todo eso nos contaba en unas llamadas que resumimos junto a una fotografía que emociona.
Fernando Santamaría pertenece a la Peña Cruz Cubierta del Athletic de Valencia. Lleva los colores en sus venas. Hijo de Vicente y Mari Cruz, vivió en Ibarrekolanda junto a sus hermanos. Vicen, que fue cocinero en el popular Mesón Lertxundi, Ana, Bego, Iñaki y Miguel. Sigue unido a ellos y a esos compañeros de colegio con los que comparte un grupo de Whatsapp que estos días echa humo.
No puede evitar recordar a quien les animó a crearlo. Jorge. Murió hace poco y piensa mucho en él. Le recuerda la importancia de las cosas simples. El único momento en que su mente pudo descansar fue viendo el partido del Athletic frente al Betis. «Lloré y me desahogué con el gol de Berenger», desvela, entre lágrimas, y continúa con el surrealista triunfo ante el Ludogorets, pensando en si tendrá tiempo para ver la cita ante el Valladolid.
Parece frívolo pero le ayuda a recordar que todo pasa. Si superamos las inundaciones del 83, harán lo mismo en Valencia. Por eso se pone la camiseta de Gurpegui. El jugador que le llamó cuando arrancaba el drama. Fue un chute emocional. Está sucia y desgastada. Tardó una semana en poder ducharse. Hoy lleva la de Guerrero. Le hemos prometido enviarle la del capitán De Marcos. Para él es un referente de valores y principios. Esos que intenta reflejar en su trabajo de cocinero y en las acciones solidarias que organiza desde hace años.
Paradojas de la vida, tenían prevista una visita a Laguardia, para el jueves 31, que pasó al cajón de las citas imposibles. Saltamos de una cosa a otra y nos habla de su ex, María José, que trabajó como enfermera durante la pandemia. La comunicación no es sencilla. Se corta. Volvemos a llamar. Preguntamos por sus hijos, Leire y Nick. Como le pasó a él, en los 80, ellos jamás olvidarán las aguas que se llevaron su mundo. Ese que intentan ahora recuperar a paladas, caminando sobre unas aguas que se empeñan en no marchar.
Colgamos. Debe seguir trabajando. Al despedirse nos recuerda su sueño. Tomar un kalimotxo con David, Alberto y compañía. Algo tan hermoso y simple como eso. Regresar a la maldita normalidad. Esa que no valoramos hasta que la perdemos. Se niega a ello. Y se indigna ante las peleas entre izquierdas y derechas por decidir quién tiene la culpa en pleno naufragio. Por eso se pone la camiseta del Athletic. Para gritarle al destino que nada podrá con ellos.
La prueba está en gente como él. Que juega unida por un único destino. Ese que no llegará hasta que no desaparezca el lodo del suelo, la tristeza del alma. Cuando tecleo estas líneas no sé lo que pasará en Valladolid. Pero tengo muy claro que Fernando, su familia y vecinos ganarán el partido a la pesadilla que están viviendo.
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