El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Una momia sobre ruedas, con un color que subrayaba la orfandad. Cierto día de 1973 alguien lo dejó en un garaje. Y no se ha movido. Ya saben que la inacción es el camino a la defunción. Sean personas, casas o máquinas. Ese parecía su ... destino. Hasta que apareció Miguel Martín Zurimendi, historiador del automóvil entre otras muchas cosas, para hacerse con él y mostrarlo al mundo. Tiene dos más. Restaurados. Como recién salidos de fábrica. Pudo haber hecho lo mismo con éste. Pero decidió dejarlo así. Para que sus achaques, fruto del abandono, cuenten su historia. La suya y la de su estirpe. Porque se trata de un pequeño coche que pudo ser muy grande. Tanto, que quisieron acabar con él. Hoy hablamos del Goggomobil.

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Para entenderlo deberemos viajar a comienzos del siglo pasado y a un edificio de Botica Vieja. Justo frente al actual Puente de Euskalduna. Allí estaba el Grupo Beltrán y Casado. Ahora hay una ikastola. La sede social y punto de venta lo tenían en Marqués del Puerto, mirando hacia la Filarmónica. Fabricaban y comerciaban con productos tan dispares como proyectores de cine, aparatos eléctricos o neveras. Pero además tenían otra vía de negocio. La automoción. Trabajaron tanto para la SEAT como para Imosa, en su legendaria furgoneta DKV, y crearon Peugeot Movesa en Vitoria-Gasteiz, para fabricar ciclomotores que ya producían en Bilbao. Era por tanto una empresa multidisciplinar. Pero uno de los hermanos Beltrán, Agustín, quiso ir más allá. Y fabricar un automóvil desde el primero hasta el último tornillo. Ojo, hablamos de los años 50. Cuando ni siquiera otorgaban licencias para algo así. Así que las compró. Entre ellas, la del CAPI y la del Eurocort. Además consigue la licencia de la poderosa alemana GLAS. A cambio los germanos le piden que fabrique 10.000 vehículos.

Un coche era un lujo al alcance de muy poca gente. Así que idearon uno pequeño y barato y lo llamaron Goggomobil en honor al nieto de Hans Glas, dueño de la empresa alemana. El seudónimo del niño era Goggo. Una vez decidido modelo y prestaciones diseñaron la producción. El motor lo harían en Deusto y el resto en Mungia Industrial, afincada en dicha localidad. Todo iba sobre ruedas, nunca mejor dicho, hasta que apareció el Gobierno. El Régimen veía en el Goggo una amenaza para su gran apuesta. El SEAT 600. Así que les exigieron detener su loca idea. Los bilbainos insistieron y el poder les lanzó una amenaza. Fabricaréis, pero no venderéis. Aún así siguieron. La noche del 5 de enero de 1962 nacía el primer coche. Fue el regalo de Reyes de los trabajadores a Don Agustín. Acababan de lograr lo que parecía imposible. Tocaba seguir con la producción y venderlos. Ese fue el segundo escollo. Los Beltrán querían que el Goggo resultara asequible. Y fijaron un precio de 35.000 pesetas. Un 600 costaba 90.000. Pero el Gobierno les obliga a sacarlo por no menos de 53.000. Por otro lado, sibilina maniobra, bajan el precio del SEAT a 70.000. No fue de la noche a la mañana. Si la burocracia va lenta, cuando no te quieren ayudar es más letal. En ese tiempo los gustos y posibilidades de la gente cambiaron. Ya no querían un coche pequeño. Del 600 para arriba. Y la diferencia de precio con el Goggo, lo convertía en una opción cara. Pero hablamos de gente con un par. Lo siguieron fabricando hasta casi 1966, a razón de 2.000 unidades al año. Resistieron. Pero llegó la tercera estocada. El Grupo Glas alemán era absorbido por BMW. Y así una empresa de éxito de nuestra tierra veía como todo se desmorona. Quizá por eso Miguel lo muestra así. Vetusto. Pero orgulloso de lo que fue y podría seguir siendo. Para recordar al mundo lo que hicieron con él. Maltratado desde su nacimiento y obligado a morir. No lo hizo. Sigue aquí. Y con un aspecto que no es casual. Al fin y al cabo, las momias pueden vivir eternamente.

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