![Los océanos de Cilleruelo](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2024/07/15/opi-uriarte-kgwB-U220711615285JfG-1200x1200@El%20Correo.jpg)
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Ha visto a alguien. Es un espejismo. Sucede en la quinta o sexta noche sin dormir. La tercera suele ser la peor. En las últimas sesenta horas apenas han descansado cuatro. Ocurrió en la última regata. Pero, como todo marino, al relatarlo te lleva hasta ... allí. Y eso que no fueron los océanos quienes le buscaron en un principio. Todo empezó en la clínica que hoy es el Hotel Indautxu. 11 del 11 de 1971. Ese día nacía Unai Cilleruelo Gutiérrez. El paisano que triunfa sobre las aguas.
Hijo de Emilio y Rosi, fue el tercero en llegar. Le precedieron Iñigo y Lourdes. Luego vendría Nagore. Sus primeros recuerdos nos llevan hasta Iturribide y los Maristas. Surcar aguas fue un proceso que empezó a los 10 años. Arija. En el pantano del Ebro. Su tío era concejal de deporte y cultura y estaba empeñado en que la chavalería se iniciara en lo de soltar amarres. Cada mañana, a las 10, salía a navegar. Y le enganchó. Con 14 años pasa de alumno a docente para enseñar a otros como profesor de la Diputación de Burgos. Eso le lleva a hacer la carrera de Náutica.
Con 18 navega por las aguas de Getxo. Apunta maneras y su maestro, propietario de una escuela de náutica recreativa, le propone trabajar en verano. Meterse en el 'Zorongo', palabras mayores si hablamos de las regatas getxotarras, despierta su pasión y pasa de la vela de crucero a la de regata. Desde los 20 a los 25 disputa pruebas como la Copa del Rey de Mallorca o el Solent de Inglaterra. Como tiene que ganarse el rancho compagina la carrera con la navegación de crucero, llevando gente en experiencias vacacionales. Pero su alma regatista le lleva a presentarse al Mundial de Barcelona. Allí conoce a Jesús de Miguel. Apenas se habían estrechado las manos cuando ganaron la competición. Eso le empujó a buscar otros retos. Hace poco regresaba a Oslo. Quería defender el título. No pudo ser. Ya no estaba Jesús y es complicado crear equipo.
Pero no se rinde. Navegar exige trabajo y respeto. Por eso pide que dejemos claro que es más caro esquiar que navegar. Noruegos o neozelandeses entienden la vela como la bicicleta o el balón. Aquí no. Y le entristece. Porque no hay nada comparable al silencio roto por las olas sobre el casco. Incluso los días en que necesitas tener alerta todos los sentidos. Sobre todo el común. Para actuar con mano firme cuando un cachalote decide visitarte o unas orcas quieren jugar contigo a la altura de Cascais.
Todo eso y más ha vivido Unai. Lo confirman sus ojos color océano. Su hablar es tranquilo. No hay otra forma de ser cuando decides echar pulsos a Poseidón. Por eso no se asusta cuando ve a gente que no existe caminando por cubierta. Solo teme caerse al agua. La hipotermia no perdona. De ahí que agarre el timón como su vida. Con firmeza. La que le llevó a terminar sus estudios a base de becas y a no olvidar que en tierra sigue la más fiel de las tripulaciones. Su cuadrilla. Y luego está Elena. Pareja eterna y paciente que aguarda cual Penélope en los acantilados. Y le hace pensar, aunque solo sea fugazmente, quién le habrá mandado meterse en esas locuras. Pero el salitre tira y lo atrapa una y otra vez. Por eso, al preguntar por su pedazo de agua favorito, todos tenemos uno, señala hacia Gorlitz. La voz se quiebra y una lágrima rompe en la orilla de sus ojos. Nagore está en ellas desde que se fue de esta vida. No preguntamos más. No hace falta. Al fin y al cabo los océanos son el cielo en la Tierra. Por eso los surca Unai. Y por eso nunca dejará de amarlos.
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