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Son las seis y veinte de la mañana y ya me ha mandado un carro de mensajes. El pasado jueves cumplió 60 abriles, pero carga ... más energía mental que un niño hiperactivo. Y todo envuelto en celofán txirene, adornado de retranca. Imposible aburrirse. Nos conocimos cuando empezaba a asomar la cabeza en el mundo de la triki. Era más tímido ante los micrófonos. Engañaba. Basta con repasar sus álbumes de fotos para comprobar que siempre tuvo alma de comparsa, farra y cuadrilla. Lo confirma con la cabeza Kontxa, su ama, sentada a su vera. Le trajo a este mundo en esa maternidad infinita llamada Cruces. María y Asier, sus hermanos, lo hicieron en Indautxu.
«Mis hijos en Bilbao. Maren en Basurto y Sunne y Kerman en Deusto», añade, con esa costumbre tan bilbaína de señalar origen y cuna, añadiendo datos de cómo lo llevó Miren Goikouria, la madre de sus hijos. Ya les decía que no para de enviar mensajes. Así es el fuelle del infierno. Don Kepa Junkera Urraza. Hace años le dedicamos un Bilbaínos con Diptongo. Pero si alguien merece una segunda parte es él.
Todavía recuerda las cuatro veces que iba y venía por el puente de Rekalde, camino de los pupitres de Félix Serrano. «La vida es un juego en sí, tienes que jugar sin saber las instrucciones», nos suelta de repente, al rememorar los días de pantalón corto y aventuras camino del Pagasarri. Y lleva razón. Allí hincó codos hasta que entró en Sarriko. Entonces el puente pasó a ser levadizo.
Kepa aprovechaba la espera para observar. También lo hacía en su barrio. Nunca fue de potear, pero le gustaba sumergirse en la intrahistoria de los bares. Como el inglés que estaba cerca de su casa y servía en unos vasos que le tenían embaucado. Aunque guarda otro. El nuestro. Cuando le nombraron txikitero de honor sabíamos que el vaso ocuparía un lugar destacado entre sus tesoros. Y eso que guarda muchos. Sobre todo familiares. Desde chupetes hasta zapatitos. Para las siete de la mañana ya ha mandado imágenes de una veintena.
Lo de despertarse pronto viene de su aita, Pedro, que era el más madrugador. Kepa nunca lo ha hecho por obligación. Las ideas le han sacado antes de la cama. Y se quedaba, junto a su madre, escuchando la radio de la cocina. Intenta encontrar una foto de aquellos días, cuando recibe un mensaje. Con una hija en Alemania, otra en Bilbao y el chico en Escocia, viendo al Athletic puede ser cualquiera. Podríamos escribir cientos de páginas con lo que nos cuenta sobre sus hijos.
De todas las fotos que me envía elegimos la que hoy nos acompaña. La sacó Sunne. Iba a hablarme de ese instante, pero ha mencionado al club de sus amores y la conversación gira hacia la final de La Cartuja. La vio por la tele. Como el recibimiento. Quisieron llevarle, pero declinó la invitación alegando que lo que pretendían era tirarlo a las aguas. Reímos. Donde sí estuvo fue en Madrid cuando Dani levantó la copa, aquella noche de 1984. Cuatro décadas que han pasado volando. Bien lo sabe él. Por eso no para. Su mente convierte cada minuto en mil segundos. Y ni aún así logran caber todos sus proyectos. Los más cercanos son su nuevo trabajo 'Kameleoiak', la presentación el 24 de junio de su precioso proyecto con IA, de la mano de Radio Bilbao, y la donación a Rekalde, el 8 de mayo y con la ayuda de Marieli Oviedo y Tomás Ondarra, de una de sus panderetas.
Y habrá alguna sorpresa más. Recuerden que no para de avivar la llama del ingenio. Así es Kepa. Le riñen quienes más le quieren porque no es constante en asuntos de rehabilitación. Llevan razón. Pero es así. La última vez que nos vimos me saludó con los dedos en posición de cuernos, al más puro estilo AC/DC. O debería decir en modo Junkera. Porque si alguien conoce bien el aliento del diablo es nuestro incansable fuelle de Rekalde.
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