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Un buen perrito tiene que llevar dos salchichas y no una, que eso ni complace estómago, ni alimenta'. Esos eran su lema y su máxima. Y los mantuvo incluso cuando allá por el 92 le diagnosticaron cáncer de estómago. Su trabajo se limitó entonces a ... una visita diaria para ver cómo llevaba la familia el volante del negocio. Han leído bien. Porque hablamos del dueño del Salchichauto. La legendaria furgoneta que repartía su manjar a pie de acera. Pocas cosas hay tan de Bilbao de toda la vida. Pero un día desapareció. Cuenta Enrique Thate que llegó a despachar bocatas de salchicha en ella. Fue en un evento en la Volkswagen de Leioa, cuando al parecer podía alquilarse para fiestas y actos varios. Pero ya nunca más recorrió las calles.
Un recurrente entretenimiento, entre las gentes veteranas de la villa, consiste en determinar el habitual emplazamiento del Salchichauto. Según la edad le dirá que en la calle Marqués del Puerto, donde realmente empezó. Otros señalarán hacia la antigua Feria de Muestras, sobre todo en las citas de Expoconsumo y Expovacaciones. O en el PIN. Otra gente le dirá que la parada era en el Coliseo Albia o, para ser exactos, en Correos, junto a la esquina de Urquijo con Bertendona. Incluso en Begoña, junto a la basílica. Vamos, que se movía mucho. Y eso que Don Pedro apenas lo conducía. No le gustaba esa labor. Prefería convencer a alguien para que lo hiciera.
Tampoco se preocupaba mucho por su mantenimiento. Quizá por ello, en los últimos años, llegaba a sus emplazamientos utilizando una grúa. Aunque eso era lo de menos. Porque había nacido para viajar al estómago y aparcar en la memoria. Por eso lo traemos hoy aquí. Porque la neurona que queda nos recuerda que esta semana se cumplen 20 años de la muerte de Don Pedro.
Fue el 24 de febrero de 2004. Tenía 69 años. Y el disgusto fue general. Porque era un paisano con solera. Y eso que Pedro Abajo del Río era burgalés. De Baños de Valdearados para ser exactos. Como muchos otros, terminado el obligado servicio militar, partió hacia Bilbao en aquellos grises y duros años 50, buscando futuro. Lo comenzó a encontrar en la mítica Panadería Iturbe de Ledesma. Parecía que ese lugar y trabajo serían el final de su camino. Pero una década después conoce a alguien que tenía tres furgonetas adaptadas para vender bocadillos. Lo malo era su precio. Aunque Cándido, así se llamaba el propietario, tenía muchas deudas y se conformó con 120.000 pesetas. No era un regalo, pero estaba al alcance del joven Pedro. La compró, pintó en su chapa el legendario nombre y se lanzó a la aventura comercial.
Fue tal su éxito que en verano no era raro ver aquella furgoneta -antes de que la pintaran de verde-, en Getxo, Portugalete o Santurtzi. Para que las nuevas generaciones entiendan lo que suponía su presencia, bastará con recordar un bando municipal, muy habitual entonces. «Por la presente, en tanto se celebren las funciones del festival de ópera de la ABAO, se autoriza como en años anteriores el traslado del Salchichauto, regentado por Pedro Abajo del Río, a su habitual emplazamiento junto al Coliseo Albia». Eso sí que es poderío. Porque lo tuvo. Incluso parecía que sería eterno cuando, en el año 2000, le hicieron una seria y profunda puesta a punto. Pero, como les decía, un día desapareció.
Dicen que tenía un hijo, Josué, que podría saber algo de aquél vehículo y su final. Lo desconozco. Pero, como pasa con las grandes cosas, casi es mejor que viva en los recuerdos. Con su flamante Sprite sobre la verde chapa. O antes, cuando llevaba impreso el nombre de cervezas El León. Imposible encontrar a alguien de Bilbao que no lo recuerde. Cuando viajar era un lujo, acercarnos a aquél vehículo suponía trasladarnos a las calles de Nueva York. Nos sentíamos más capital que nunca. Por eso resulta obligado recordar esta semana a Don Pedro. Siempre lo llamé así. Al fin y al cabo era el monarca de un reino llamado Salchichauto.
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