

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
El pasado jueves fue uno de esos días en los que Bilbao tiene las cuatro estaciones del año en un día. Se agradecía el cobijo ... que otorgaba el serpeante Puente de Euskalduna. Zapatillas de deporte, bicicletas eléctricas, algún patinete y turistas buscando la mejor imagen de la ría. Miré a una pareja foránea con la complicidad que otorga el saber lo que es caminar fuera de casa. Como cierta noche de mayo del 96 en el bar de la terraza del San Francisco Marriott. El pianista interpretaba melodías reconocibles y la gente guapa de la ciudad disfrutaba de la velada. Como viajeros despistados, contemplábamos las vistas a través de una inmensa cristalera con forma de araña. Parecía sacada de una portada de Will Eisner para Spirit. Y entonces una mujer se acercó con su copa y nos preguntó de dónde éramos. Recibida la respuesta, comenzó a señalar lugares que ya no estaban. Cargaba de forma elegante las décadas suficientes como para haber conocido otro San Francisco. Así descubrimos lo que no venía en los mapas, ni contaban los guías. Pues eso mismo hice el jueves con una pareja estadounidense, ante lo que fueron los legendarios Astilleros Euskalduna.
Estábamos sobre el lugar y era la fecha. Ese 27 de marzo se cumplían 125 años de la fundación de la Compañía Euskalduna de Construcción y Reparación de Buques. Para situar a los visitantes, arranqué haciendo referencia a nuestra ancestral relación con la pesca, el comercio fluvial y la fabricación de barcos. Pero en ese instante se fijaron en la dama roja. Carola. La inmensa grúa de 30 toneladas que adquirió su sobrenombre por cierta mujer que enamoraba, por figura y estilo, a los trabajadores que la veían pasar de una a otra orilla en el gasolino. Esas historias encantan. Pero no habría sido posible sin la existencia de una empresa fundada y gobernada por Ramón de la Sota, su primo Eduardo Aznar y los descendentes de ambas familias. La I Guerra Mundial ayudó al éxito de una empresa que ya era famosa por su buen hacer. Pero llegan los años 20. Ante la bajada de los pedidos se reinventan y fabrican para el mundo ferroviario y el del automóvil. Incluso se atreven con grandes construcciones metálicas.
La Guerra Civil es un tiempo de militarización de las grandes empresas y de incertidumbre sobre cómo iba a ser el futuro. En el caso de los astilleros resultó bueno porque tocaba renovar la vieja y destruida flota española y Europa necesitaba barcos tras quedarse muy mermada de fábricas, durante la II Guerra Mundial. Había tanto trabajo que apenas cabían. No pudiendo ampliar el espacio, optaron por construir barcos más especiales y de excelente calidad. Para poder acometer la financiación del volumen de obra contratado se fusionan, en 1969, con La Naval y Astilleros de Cádiz, creando el grupo Astilleros Españoles S.A. Todo iba viento en popa hasta que la crisis del petróleo sacude al sector. Sobre todo en el viejo continente. Pese a todo superan la década, aunque el astillero ya está afectado. Como siempre pasa, toca achicar para evitar naufragar. Menos sueldo y despidos. Una máxima que crece en los 80. Años en que el Puente de Deusto olía a humo, gasolina y bolas de acero. Donde policías y trabajadores se enzarzaban en batallas diarias y eternas. Hasta que llega 1988 y el acuerdo para su cierre. Luego llegaría el cambio de cara de la ría, el gigante de Titanio, el Palacio Euskalduna y construcciones como el puente que ese día nos cobijaba. Terminado el resumen la pareja volvió a contemplar el lugar. Pero con otros ojos. Y se fueron satisfechos. Porque para entender una ciudad, sea San Francisco o Bilbao, hay que tocar sus cicatrices y conocer el pasado que esconde bajo su piel.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.