Bilbao, ciudad sin servicios

Apostamos por ser capital de servicios y somos la séptima ciudad elegida para pasar esta Nochevieja. Pero luego no hay taxis. Ni metro. Lo cual no deja de ser la punta del iceberg. No culpemos al conductor de la luz verde del dislate. Todos llevamos pecado. Empezando por la hostelería y el comercio. Da igual que sea Semana Santa o Navidad. Persianas bajadas. Casi todas. Ahora mucha gente se acordará de mi madre. Que tenemos derecho a la conciliación familiar y al descanso, que hace falta poca vergüenza para pedir que se trabaje en festivo o por la noche y que si quiero comprar, tomar algo o viajar debo hacerlo en horario decente, para no jorobar a nadie.

Incluso habrá quien me acuse de no saber lo que supone. Pero lo sé. He trabajado en todos los horarios posibles. Sé lo que es esperar a que se vaya un cliente pesado para echar el cierre. Soy de los niños que apenas veían a su padre porque era tasquero. Siendo hija de viuda, mi hermana pasó más tiempo al cuidado de sus hermanos que de una madre que estaba trabajando, como hostelera primero y como comercial después. Y a pesar de todo no salimos tan mal. No es lo deseable. Pero la vida es lo que te toca. O lo que exige el oficio.

Me he comido las uvas trabajando. He fichado en Navidad mientras los demás cenaban o comían en familia. Cosa que también han vivido otras gentes. Así que de malos horarios no hablemos. El debate es otro. Arranca 2024 y nos seguimos engañando. Llega la hora de salida y se cae el bolígrafo. Apostamos por el turismo, pero cerramos todo. Si quiere abrir el sábado por la tarde o el domingo le mirarán mal. Quizá sea la pataleta de un bilbaino en el tramo final de su cincuentena, pero percibo que ahora solo se habla de derechos. No de obligaciones. Queremos un trabajo bonito, cómodo, bien pagado, horario flexible, generosas vacaciones y un jefe enrollado. Y yo. Pero no hay. Eso no quiere decir que aceptemos lo injusto. Hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Pero a este paso Bilbao se nos muere. Y con él nuestro modelo de vida. Si cada día un nuevo gremio se apunta al 'yo a las ocho me largo' a ver quién mantiene este chiringuito llamado estado del bienestar que ni es bienestar, ni es el estado general, pero es lo que hay. Por eso, desde este rincón en el que hablamos del Botxo, pido un equilibrio. Ni lo de nuestros abuelos antaño, ni lo que pretenden algunos ahora. Revisemos la oferta y la demanda. Porque, por desgracia, la segunda no llega cuando nos apetece. Sino cuando quiere o le toca.

Ojo que capitales más pequeñas de nuestro entorno tienen ya más vida y opciones. Lo gestionan mejor. Y ya, de paso, pensemos en por qué somos la capital con más manifestaciones diarias, donde cuatro gatos cortan todas las entradas. Pensemos en ello. Las ciudades fantasma acaban oliendo a muerto. Y lo dice un optimista al que la vida le sonríe. Pero miro alrededor y no me gusta lo que veo. O mejor dicho, lo que no veo. Y no me refiero a los taxis. Sino a las soluciones.