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La lluvia golpeaba los ventanales intrigada por lo que contaban los tres socios. Ana Villacorta, Luis Eguiluz y Kepa Elejoste. 185 años no los cumple ... cualquiera y la cita tenía como objetivo desvelar anécdotas de La Sociedad Bilbaina. Ese es su nombre. Con diptongo. Está de celebración. Pero nos gusta más lo oficioso que lo oficial. Por eso estábamos en su Bar Inglés. Todo empezó cuando Ana llegó con la fotocopia de 'La Noche: diario de última hora', fechado el 29 de abril de 1924. Hacía referencia a unas apuestas en ese lugar, como la del maestro de esgrima Suñé, que consistía en subir más rápido que nadie al Pagasarri. Ganó el rival, cuyo nombre no aparece.
Hay más. Como la de ir caminando de Bilbao a Solares. 90 kilómetros. Esa fue la apuesta entre los socios Artiach y Ortuzar. De testigos actuaron Zubiaga y Marín. Ortuzar salió el domingo a las cinco de la mañana, oyó misa en Ortuella a las siete, desayunó en Somorrostro y a las once almorzó en Castro. A la una partió dirección Laredo, donde llegó con una hoja de berza en la cabeza para proteger la cabeza del sol y con ganas de merendar. Solo le quedaban 24 kilómetros. Pero Artiach optó por ceder. No es que pensara en la derrota sino en que Ortuzar podría comerse medio territorio.
Hablando de Gargantúas, la única persona que logró terminar el menú del Grill de la Sociedad, consistente en 20 generosos platos, fue el socio Bolivarión. Y quien jamás olvidó que las cosas hay que pedirlas bien fue el que exigió una rápida tortillita. El cocinero de noche, que antes había sido boxeador, le hizo una diminuta. De un solo huevo. El airado cliente vociferó entonces que debía ser una tortilla «que cumpla». La respuesta fue una de dos kilos. Desde entonces se cuidó mucho de pedir con exactitud. O con ojo, como cierto socio que creía en la posibilidad de encontrar una perla y solo comía ostras. Son algunos de los capítulos del libro que traía Ana, junto a la fotocopia. Era una primera impresión, con correcciones a mano, escrito por Federico San Sebastián. Recopilaba tanto vivencias propias como las del que fuera gerente, de 1978 a 2005, Juan Torres. Se hace acompañar por dibujos de Cristina Hecht, mujer de Federico, y es una delicia repleta de momentos como este puñado que aquí les traemos.
Dado que hay acuerdo con 159 clubes similares de todo el mundo, no es raro que se hospeden gentes de aquí y de allá. Menos frecuente es vivir en ella. Como un veterano socio que ocupó la habitación nº1 hasta que, ya en las últimas, fue llevado a Basurto. Falleció el 16 de diciembre de 1981 acompañado por miembros del personal. Casi dos siglos dan para muchas anécdotas.
Como la del socio 'Tarzán'. Recién estrenada la sede en la calle Navarra, no se le ocurrió mejor idea que lanzarse desde la balaustrada, donde están los retratos presidenciales, hacia la lámpara que ilumina el Hall Principal. El leñazo fue sonado. La peor parte se la llevó el cuadro dedicado a Máximo de Aguirre. Por suerte lo reparó el experto García Asarta. Salió más caro que pintarlo. Eso sí, el amante de las lianas pagó la factura. Al fin y al cabo hablamos de un lugar con principios. Y flema.
Valga como ejemplo Manolo Laucirica, jefe de personal durante décadas. En los convulsos 80 una pelota de goma lanzada por la policía entró por una ventana del Salón Gibraltar. Laucirica la recogió, la botó y mirando a comensales y empleados añadió «Me vendrá bien para jugar a pala», y siguió a lo suyo. Hay más historias, como el origen de la bacalao Club Ranero, que tiene que ver con el juego de la rana y una cena improvisada. O la de las dos mesas marcadas, una por la plancha que utilizaron para una camisa de Bob Dylan y la otra por la firma del ajedrecista Karpov. Pero ya las iremos contando. Quedan días de lluvia. Tantos como años a la Sociedad Bilbaina. La que, es tan nuestra, que no lleva tilde.
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