Jon cumple su sueño de ser Cristo en Balmaseda: «La cruz pesa 15 kilos más que yo»
Pasiones Vivientes ·
Este profesor de 27 años encarnará el papel central de una representación en la que participa desde niño: «Me ha costado más prepararme a nivel emocional que físico», explica
En Balmaseda siempre es imposible ignorar que se acerca la Semana Santa. A medida que avanza el calendario, la villa encartada va experimentando una asombrosa transformación, o más bien son muchos de sus habitantes los que se ven sometidos a una metamorfosis que los convierte ... en entusiastas personajes de los evangelios: la vida cotidiana y la historia sagrada se entretejen de maneras que descolocan al forastero, en un juego de identidades que llena las calles de fariseos y sayones, de apóstoles y exaltados miembros de la turba. Pero, este año, resulta todavía más difícil desentenderse de esa presencia abrumadora de la Pasión Viviente, ya que una exposición ha repartido por todo el casco urbano sesenta fotografías en gran formato de representaciones del pasado. Ahora mismo, en Balmaseda casi es más fácil toparse con la imagen de un Cristo sufriente que con una bandera del Athletic.
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Para los balmasedanos, esa selección de lances bíblicos viene a equivaler a un álbum familiar, porque la memoria de la localidad se articula a menudo en torno a los papeles que ha representado cada uno. Queda claro al pasear con Jon Ortiz de Vallejuelo, el Cristo de este año, un profesor de Primaria de 27 años que vive a fondo la Pasión desde que tenía la edad de sus alumnos. Jon se va parando ante algunas fotos. «Ese es mi abuelo de apóstol», dice. Otra imagen, otro encuentro: «Mi padre siempre ha sido romano. Han formado un grupo con una conexión muy especial. Y yo también empecé en la procesión infantil de romano, porque quería ser lo mismo que mi padre». Y, de pronto, colgado de un balcón, un enorme retrato de tres mujeres y un crío muy serio de unos 10 años: «Ese soy yo de niño ciego en 2007. Es el único personaje infantil que sale con los mayores. Se mira a los ojos con Jesús y dice: '¡Madre, veo!'». El balcón pertenece a Mari Carmen Rodríguez, que también aparece en la foto como la Verónica, la madre del pequeño ciego: es uno de tantos ejemplos de vínculos que se basan en las interacciones mantenidas en alguna edición de la Pasión. «¡Aquí esto se vive!», resume Mari Carmen tras darle un abrazo a aquel hijo ocasional de hace diecisiete años.
Cuando Jon participaba en la representación infantil, andaba pendiente ya de la de los adultos. «En Viernes Santo, los romanos desayunan a las seis, en plan meterse un entrecot, porque tienen muchas horas por delante. Con 10 años, yo madrugaba con mi padre y colocaba sillas, echaba arena y ayudaba a los romanos a ponerse corazas y capas», evoca. Un año encarnó a Jesús en el vía crucis de los niños, algo así como un alentador avance de su misión actual: «Ahí empecé a preguntarme si algún día saldría de Jesús con los mayores. Era un sueño, pero un sueño real, el sueño de un balmasedano». A partir de los 18, adoptó el papel de romano, en pareja con su padre, pero el año pasado lo 'ascendieron' por sorpresa a San Andrés, lo que equivalía a nombrarlo oficialmente Cristo de la siguiente edición: «Ahí todo cambia y los focos ya se sitúan sobre ti. Llevo nervioso desde el año pasado. Yo duermo siempre plácidamente, pero, cuando me dijeron que iba a ser Jesús, no pegué ojo en dos noches».
Rasgos de Barrabás
La antelación a la hora de seleccionar al protagonista sirve para que vaya acomodando su apariencia a los rasgos tradicionales del Cristo de las estampas, pero en este caso no hacía tanta falta: «Siempre he llevado el pelo largo. ¡Si me lo acabo de cortar un poco! Barba no llevaba y ahora..., bueno, lo poco que me sale», se ríe. ¿Y cómo anda de miedos, esos fantasmas que suelen acometer a quienes se meten en la piel de Jesús? «El mayor miedo es a equivocarme o quedarme en blanco en la Última Cena. Me ha costado más prepararme a nivel emocional que físico, porque siempre he hecho deporte: bici, correr por el monte, surf, gimnasio... La cruz pesa 84 kilos, quince más que yo, y no la podemos tocar hasta el viernes. A veces piensas que te gustaría ensayar las caídas, pero se perdería la esencia». De todo el suplicio y el camino al Calvario, esas tres caídas son lo que más teme.
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–¿Por qué?
–Porque ahí te la juegas. A lo mejor tienes que retirarte por una mala caída, y no quieres ser el primero que no llega a la cruz. Las llevas pensadas: 'La primera de esta forma, la segunda así...'. Pero otros Cristos te cuentan que las inercias de la cruz lo complican mucho.
Al paso de Jon, Balmaseda va profundizando en su singular dualidad de estos días. Los padres explican a los niños que, sobre ese chaval con camiseta de la escuela de surf Ris, se cierne la sombría amenaza de la cruz. «¡Suerte, campeón!», le palmea el hombro un conocido. En el convento de San Roque, las costureras ultiman el vestuario. Unos días duros, ¿no? «Qué va, lo peor viene después, cuando hay que lavar todo, hasta el calzado», corrigen. Y Ramón Baños y Jaime Leizegi, de la organización, se paran a charlar con Jon.
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–Aparte de organizar, ¿ustedes no actúan?
–¡Lo que haga falta! –responde Jaime–. Un año salí el jueves como parte del sanedrín, el viernes por la mañana de Barrabás y el viernes por la tarde de apóstol.
–¿Y de Cristo nunca?
–Noooo, de Cristo no.
–Es que tú tienes rasgos de Barrabás –se ríe Ramón.
–Igual que tú, que también saliste de Barrabás.
–¡Y de Judas! De Cristo no doy la talla. Para eso hay que tener unas facultades.
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Jon acude a la residencia León Trucíos, donde los mayores le reciben con un apoteósico aplauso. También los pasillos del centro están adornados con imágenes de la Pasión. Los ancianos resultan ser excelentes periodistas y le preguntan por su preparación, su estado de ánimo, su familia... Hablan de Koldo, el tío de Jon que interpretó a Jesús en 1979, y de la tía abuela Matilde, que estaba siempre pendiente de todo, atenta a que funcionasen los engranajes que mantienen en marcha la tradición. Jon aclara que, este año, su padre ha desertado de las huestes romanas para hacer de Cirineo, el hombre que le ayudará con la cruz, y que su tía Begoña será la Virgen María. «Mi amama va a venir a verme, con 93 años. Y mi madre también, pero va a sufrir, mejor que no vea las caídas ni la crucifixión», detalla.
Tampoco la tía planea pasar un buen rato: «Yo llevaba años sin participar –relata Begoña Ortiz de Vallejuelo–. Cuando mi padre y mi tía fallecieron, me daba tristeza porque no estaban ellos. Pero me lo ha pedido el sobrino y hago lo que sea. Lloraré como una amapola: ya el otro día, en el ensayo, me echó una mirada y me rompió entera».
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«¡También yo voy a llorar!», se suma Jon, con esa gravedad que parece ir asociada de manera natural al papel de Cristo.
–Y, una vez cumplido el sueño, ¿el año que viene qué?
–Si puedo, de pareja de romanos con mi padre.
Arkotxa
«El que pega también sufre»
Jon Louro es de Ondarroa, así que no tenía muchas probabilidades de acabar en la Pasión de Arkotxa, pero acudió un año con unos amigos, le liaron a hacer de soldado y... «Vas y vas y acabas haciendo una pequeña familia», resume. Esta será su tercera experiencia como Cristo. «En la primera, en 2009, nos cayeron un granizo y una lluvia impresionantes. En la segunda, en 2014, nos tocó un solazo tremendo y sacaron a cinco personas con insolación. Pero yo no me acuerdo de ninguno de los dos días: te metes en el papel y ya no ves a nadie, solo quieres llegar arriba», explica este trabajador de una fundición, de 40 años. ¡A ver qué tiempo le acompaña esta vez!
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El vía crucis de Arkotxa tiene fama de ser particularmente violento. «Sí, es un Calvario-Calvario, lo hacemos muy de verdad. Yo sufriré y el que pega también sufrirá:uno de los que me dan latigazos es el que hizo de Cristo el año pasado, así que lo ha vivido. Acabas molido, tan cansado que no puedes ni dormir, con la espalda llena de moratones, de marcas de guerra», comenta Jon, que prefiere que su hija de 5 años no lo vea en ese trance. Claro que, antes de empezar, él ya ha asumido otra tortura: «Estoy deseando quitarme el pelo y la barba. En la fundición, entre el pelo rizado y la mascarilla, es insoportable. ¡El 29, en cuanto acabe, a cortar!».
Durango
«Te paran y te agradecen lo que haces»
Markel Ganboa ya encarnó a Cristo hace dos años, en la primera representación tras el paréntesis de la pandemia: «Guardo un recuerdo muy bueno, de inocencia e incertidumbre. Lo más difícil es la carga física, porque lo característico de nuestra Pasión es que hacemos cuatro días lo mismo», explica. ¿Y cómo ha sido lo de repetir? «Da la casualidad de que ahora tengo 33 años y lo veíamos muy realista, ¡había que aprovecharlo!». Entre sus dos papeles protagonistas, en la última edición se pasó al 'otro bando' e interpretó a Judas: «Me encantó, me divertí como un niño y agradecí el cambio. Es un papel muy interesante».
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«La Pasión de Durango es una familia, nos conocemos desde pequeños y esas relaciones humanas dan realismo a la actuación», analiza Markel, que es un caso singular, porque su implicación en la representación desde niño acabó marcando su vocación profesional: se dedica a la producción teatral. ¿Y cómo lleva ser el centro de atención? «Soy muy vergonzoso y me sonrojo muy rápido cuando me paran por la calle para saludarme y felicitarme. Lo que más me gusta es que también te agradecen lo que haces, así que... ¡que me sigan parando!».
Castro Urdiales
«Duele una barbaridad»
Imanol Vilella, un periodista de 25 años que trabaja en Onda Vasca, lleva toda la vida metido en la Pasión de Castro. Al fin y al cabo, su madre nació en la calle San Juan, última cuesta hacia el Gólgota. Pero en ese largo vínculo se abrió un significativo hueco: «Le cogí mucho miedo, porque vi que era bastante duro, y hubo tres o cuatro años que incluso me marchaba del pueblo, porque desde mi casa se oye todo».
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Superados aquellos temores, Imanol asume este año el papel central: «En realidad somos todos importantes: tiene que haber leprosos, romanos, gente que cosa durante meses... La Pasión solo se entiende como suma de esfuerzos», puntualiza. A su alrededor tendrá a todos sus allegados (su madre será María;su novia, María Magdalena), pero eso no aplaca su suplicio: «Me está costando el dolor emocional. Con los leprosos, por ejemplo, no puedo parar de llorar, me vacío emocionalmente. En lo físico, duele una barbaridad: tienes que aguantar los latigazos, con ocho tiras de cuero. ¡Verosímil va a quedar, porque es de verdad! Y el madero es incomodísimo: cargar con él es peor que los latigazos, aunque dicen que ese día es como llevar un palillo de dientes, que ni te enteras».
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