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Pedro Ontoso
Lunes, 18 de noviembre 2024, 11:20
El 26 de agosto de 1983 era viernes y Bilbao celebraba el 'día grande' de la Aste Nagusia. Llovía, pero nadie se imaginaba la tragedia ... que estaba por llegar. Era en Gipuzkoa donde habían saltado las alarmas porque los ríos se estaban desbordando. A Ricardo Olabegoya, primer director de Protección Civil de Euskadi, le habían levantado de la cama para que se dirigiera a San Sebastián a coordinar la ayuda a los primeros damnificados. Arquitecto jefe de los bomberos de Barcelona, el Ejecutivo vasco había fichado dos años antes a este profesional de Leioa para poner en marcha el servicio de emergencias. Se instaló en un despacho de la Diputación de Gipuzkoa, donde ya había otros miembros del Gobierno, entre ellos el lehendakari Carlos Garaikoetxea.
En el Gobierno Civil de la capital guipuzcoana había otra célula de crisis paralela, convocada por el entonces gobernador civil, Julen Elgorriaga. A mediodía, Ramón Jáuregui, que ostentaba el cargo de delegado del Gobierno en Euskadi, informó al ministro del Interior, José Barrionuevo, de que la sitiuación amenazaba con agravarse porque no paraba de llover. Pero a última hora de la tarde fue en Bizkaia donde se pusieron peor las cosas: la ría se estaba saliendo de madre y se anticipaba una noche dramática.
Garaikoetxea y su equipo, en el que figuraba Olabegoya, abandonaron San Sebastián en dirección Bilbao, donde consiguieron entrar después de múltiples peripecias. Se instalaron en la sede del Gobierno Civil, donde su responsable, Julián Sancristóbal, había reunido a su equipo. Avanzada la noche, Sancristóbal y Garaikoetxea hablaron con Barrionuevo, que ya había informado a Felipe González, presidente del Ejecutivo socialista. También el Rey, de vacaciones en Palma de Mallorca, estaba al tanto. Se contactó con el jefe del Estado Mayor del Ejército y se decidió poner en alerta a la VI Región Militar con sede en Burgos, entonces al mando del capitán general Juan Vicente Izquierdo, y a la VIII Región con sede en Ferrol, bajo la responsabilidad del teniente general Fermín Casado Cepeda.
«En el País Vasco teníamos cuatro comandos militares activos, dos en Bizkaia y dos en Gipuzkoa, pero eran muy pocos efectivos y bastante tenían con su propia seguridad por los zarpazos del terrorismo de ETA, que se habían cebado con los uniformados. Había que movilizar a más tropas», recuerda Rafael de Francisco López, en aquel momento asesor ejecutivo en el Ministerio del Interior. En su juventud, el sociólogo vallisoletano había militado en el PCE (m-l), marxista y leninista, mucho antes de que naciera el FRAP, pero en 1977 se integró en el PSOE de Felipe González, que le encargó que coordinara las ayudas por las riadas en Euskadi. «En las primeras horas del sábado 27 ya había soldados en Bilbao», evoca rotundo en una conversación con EL CORREO.
Esa madrugada del 26 al 27 la situación era ya gravísima, así es que se organizó un «zafarrancho de combate» en la sede de Interior, en un palacete del número 5 del Paseo de la Castellana. Junto a Barrionuevo, participaron Rafael Vera, director general de Seguridad, y Carlos Sanjuán, subsecretario de Interior y hombre de confianza de Alfonso Guerra, además de Rafael de Francisco. En ese núcleo duro de la crisis se decidió enviar a Bilbao al general Francisco Javier Cereceda, en ese momento subdirector de la Guardia Civil, para coordinar la actuación de sus efectivos. El centro logístico se instaló en el aeropuerto vitoriano de Foronda.
Ante las gravísimas consecuencias de las riadas, ese mismo sábado Felipe González decidió viajar al País Vasco. Lo hizo en un helicóptero 'Superpuma', acompañado del ministro de Obras Públicas y Urbanismo, Julián Campos Sainz de Rozas, economista e ingeniero industrial nacido en Getxo. En otro aparato similar viajaron el jefe de Gabinete de Moncloa (secretario general de la Presidencia con importantes competencias), Julio Feo, y el asesor Rafael de Francisco, en calidad de director general accidental de Política Interior, cargo al que accedió meses después. «Sobrevolamos las zonas afectadas y cuando nos apoximábamos a Bilbao la Antena Aérea nos advirtió de que las condiciones para aterrizar no eran las mejores y que nos desviaban a Foronda. Felipe Gonzaléz se negó. 'Quiero ir a Bilbao, no a Foronda', ordenó de manera rotunda. Su helicóptero aterrizó en el patio del colegio de los jesuitas y el nuestro en el patio de los maristas. Los pilotos tuvieron que lidiar con la poca visibilidad, con el cableado urbano y con una grave problema de comunicaciones. Nos dijeron que había sido peligroso, pero Felipe le echó huevos», recuerda De Francisco a sus 82 años.
«Cuando tomamos tierra ya nos estaban esperando los comandantes de las unidades de Pontoneros de Zaragoza y de Ingenieros de Burgos, que habían iniciado el despliegue», continúa. «En el Gobierno civil no tenían ningún mapa topográfico de la región a escala 1/25000, que se utiliza en los casos de gestión de emergencias porque es la cartografía oficial y son muy precisos. Tuve que arrancar un mapa turístico de Firestone que había clavado en una pared para plantearnos la estrategia.»
En aquellas primeras horas ya eran 2.000 los militares desplazados a Bilbao, una cifra que se acercó a los 10.000 en los días siguientes. «Abrimos camino a los camiones del Ejército y a los vehículos pesados, más de 250, mientras los helicópteros 'Chinook', característicos por sus dos rotores, trasladaban alimentos, pan, leche, mantas, agua y medicinas». Los soldados montaron un campamento en el campo de fútbol de Garellano con tiendas de lona, cocinas de campaña y duchas. La Armada trajo desde Santander un barco aljibe con agua y los camiones cisterna la repartieron en las zonas afectadas. Soldados con mascarillas retiraron el género que se había podrido en el mercado de La Ribera.
El alcalde de la ciudad, el peneuvista José Luis Robles, había organizado un comité de crisis y junto a los comparseros coordinaban a los miles de voluntarios que se habían unidos a las tareas de limpieza y desescombro. Soldados, guardias civiles, policías y ciudadanos trabajaron codo con codo. Rafael de Francisco recuerda que tuvo que autorizar el 'asalto' a una tienda de material náutico para 'requisar' varias embarcaciones, necesarias en los trabajos de rescate. Al principio, fue todo un poco caótico, pero enseguida se logró coger el ritmo.
Hago notar al asesor ejecutivo del Ministerio del Interior que las administraciones central y vasca actuaron unidas sin ignorarse ni competir entre ellas, a diferencia de lo que ha ocurrido ahora en Valencia. «Así fue. Felipe González decidió que había que ceder al lehendakari Garaikoetxea el mando de las operaciones con todos los recursos disponibles. En una catástrofe de esas características, la respuesta del Estado tiene que ser inmediata. Y el Gobierno vasco se portó muy bien, de manera digna, ayudando con honestidad junto al 'denostado' Gobierno de Madrid. Yo tenía a Garaikoetxea a mi lado en el Gobierno Civil y le reportaba novedades. Nos cruzábamos abrazos. Incluso le dije al general Cereceda que se cuadrara ante el lehendakari y le diera las novedades de la jornada. La cadena de mando funcionó muy bien, sin ningún partidismo».
Fue Ramón Jáuregui quien transmitió al lehendakari, la misma tarde del día 26, la decisión 'política' de González de cederle el mando, pese a que la mayoría de los recursos eran estatales. Los primeros efectivos de la Ertzaintza, poco más de 200, se habían desplegado hacía ocho meses para custodiar los edificios oficiales, a excepción de los agentes de tráfico, que lo hicieron en febrero de ese mismo año. Y los centros de coordinación operativa de emergencias se habían creado en marzo. Se unieron las policías municipales y las unidades de Cruz Roja.
Felipe González «lo tenía muy claro e impuso su voluntad personal y política. No nos entretengamos en gilipolleces y pongámonos a trabajar todos juntos. Ese fue el mensaje para aclarar la cadena de mando», insiste De Francisco. Cuando todavía no habían pasado ni 24 horas de las riadas, el presidente del Ejecutivo central aseguró en Bilbao: «La administración central pondrá en manos del Gobierno vasco todos los medios de que dispone para paliar la catástrofe». Garaikoetxea agradeció el gesto: «Tengo que hacer justicia a quienes han estado trabajando aquí denonadamente, que son todos los representantes de la Aministración del Estado, Fuerzas de Seguridad y Ertzaintza».
La noche del 26 al 27 se alargó muchísimo, con un lehendakari en mangas de camisa ocupando el despacho grande del gobernador civil, seguramente un lugar incómodo para un líder nacionalista. En cuanto pudo, se trasladó a la sede del Gobierno vasco de la Gran Vía, pegado al Sagrado Corazón, junto a su equipo, en el que destacaban Mario Fernández, Pedro Luis Uriarte y Luis María Retolaza, consejero de Interior. Pero no hubo asperezas. «La colaboración fue muy intensa y muy buena», recuerda Ramón Jáuregui, que al día siguiente, el domingo 28, sobrevoló junto a los Reyes los escenarios de la tragedia. Don Juan Carlos y doña Sofía volaron desde Palma a Foronda y en un helicóptero se trasladaron a Bilbao, donde recorrieron las calles afectadas junto a Carlos Garaikoetxea. No hubo ningún incidente.
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